Pedro Banos

El poder


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de gastos, y para mantener esa reputación, después suele verse obligado a cargar de impuestos a sus vasallos y a echar mano de todos los recursos fiscales».

(CAPÍTULO XVI)

      Al dar estos consejos económicos, aunque Maquiavelo muestra un relativismo moral, también mantiene la idea del poder como única referencia, así como la necesidad de evitar generar odio. En la época actual, el liderazgo basado en principios se consolida más; un liderazgo ético, aumentado por los efectos de la «transparencia» y con un pueblo que cada vez demanda más información sobre los puestos públicos.

      Por triste que parezca, este principio de gastar lo de los demás parecen haberlo entendido muy bien algunos de los dirigentes políticos actuales, pues no dudan ni un segundo a la hora de dilapidar los fondos públicos conseguidos gracias a los impuestos pagados por el pueblo. Como suele decirse: ¡qué fácil es disparar con pólvora del rey! Además, saben que prácticamente nunca se les va a pedir responsabilidades, y mucho menos que tengan que responder con su propio patrimonio a los desmanes económicos cometidos.

      De este modo, se realizan todo tipo de gastos superfluos e innecesarios, y en no pocas ocasiones tan solo motivados por la filiación ideológica del líder, pero alejados de las necesidades reales de los administrados. Lo curioso es que, como dice Maquiavelo, los mayores desmanes siempre encuentran quien los defienda, incluso con vehemencia. Así, es fácil mostrarse generoso cuando se trata de gastos cuyo coste no sale del bolsillo propio. Algunos políticos lo han aprendido demasiado bien.

      Más vale pasar por avaricioso que por inútil

      «No debe inquietarse porque se le tenga por avaricioso, puesto que, en este erróneamente llamado vicio, se sostienen la estabilidad y la prosperidad de su gobierno».

(CAPÍTULO XVI)

      El buen gobernante es aquel que sabe preservar la riqueza de su reino y también cómo acrecentarla. En la mentalidad de la época de Maquiavelo, los créditos y las empresas en las que se embarcaban los reinos se hacían en virtud de lo acumulado, no de lo arriesgado. Su consejo es que el príncipe no debe preocuparse por la fama de avaro, siempre que eso sirva para acrecentar la riqueza del Estado y, por tanto, beneficiar al pueblo. Obviamente, siempre que no se lleve tan al extremo que se realicen acciones que terminen por perjudicar el prestigio del príncipe.

      El concepto de la «fama» ha cambiado mucho con los efectos de la era digital. Hoy se está más preocupado por el perfil virtual, por los contactos de las redes sociales o por los likes. Pero esa fama «digital» es muy volátil y, para el liderazgo auténtico, dar ejemplo sigue siendo el factor más determinante y que más influirá en el prestigio. El entorno digital se plantea como un complemento, no como un escaparate único.

      Lo cierto es que la fama digital importa mucho y llega a obsesionar, especialmente a los más jóvenes. También es cierto que si nadie habla mal de ti, es que no eres importante. La difamación injusta va con el cargo.

      Nunca abusar del poder

      «Para no ser aborrecido le basta con respetar las propiedades de sus súbditos y el honor de sus mujeres».

      «Antes olvidan los hombres la muerte de sus parientes que la pérdida de su patrimonio».

(CAPÍTULO XVII)

      Maquiavelo nos dice que, para ser justos, hay que respetar a las personas: su vida y su hacienda. Pero también hay que cuidar otros aspectos, intangibles pero esenciales, como son el honor o la dignidad. Asimismo, es fundamental conocer y respetar la cultura del pueblo, sus creencias y normas ancestrales, para no ofender de manera innecesaria ni ganarse enemigos por pura ignorancia.

      En cuanto al patrimonio, la referencia es clara a los abusos que el pueblo ha sufrido a lo largo de la historia con todo tipo de gravámenes, tasas e impuestos. Si bien son necesarios para el debido funcionamiento de la sociedad, en muchos casos llegan a ser excesivos, fruto de decisiones caprichosas de los gobernantes; y además son gastados con indecente alegría sin que beneficien a los ciudadanos. De ahí que Maquiavelo recuerde el dolor que provoca en una persona sencilla verse despojada de su patrimonio, conseguido con arduos esfuerzos y quizá durante generaciones, por el simple capricho del príncipe.

      La combinación de astucia, prudencia y un buen plan de análisis de las necesidades de sus súbditos emula la frase de Calderón cuando, en una de sus obras, El alcalde de Zalamea, dice: «Al Rey la vida y la hacienda se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma, y el alma solo es de Dios».

      El príncipe debe, por tanto, salvaguardar la honra de sus súbditos y su patrimonio. Si se comete latrocinio en cualquiera de las dos áreas, el odio y el rencor serán constantes en la población. La prosperidad y la honra son los dos pilares que una sociedad moderna tiene para progresar; es decir, la propiedad y el derecho a la intimidad y a la privacidad. El líder que comprenda que estas son las dos fuerzas que cohesionan y sirven al bien común estará pasando de la Edad Media al contexto actual, y así consolidará su poder.

      Las malas costumbres son difíciles de cambiar

      «El príncipe encuentra muchas razones para hacerse con los bienes ajenos si se propone vivir de la rapiña».

(CAPÍTULO XVII)

      No cabe duda de que la persona que se acostumbra a vivir sin trabajar, a obtener sus recursos mediante la delincuencia, aprovechándose de los demás o del propio Estado, tiene muy difícil reencontrar el orden en su vida. Un trabajo normal no le satisfará en lo personal ni le proporcionará los recursos mínimos necesarios para el ritmo de vida al que se ha acostumbrado.

      Por ello, el árbol se debe enderezar cuando es joven y tierno. Una vez que ha enraizado en las malas costumbres, no habrá prácticamente posibilidad de que su trayectoria sea recta.

      Evitar las ofensas innecesarias

      «Nada hace tan odioso a un príncipe como que viole el derecho de propiedad y que tenga poco miramiento con el honor de las mujeres de sus súbditos, que estarán, de no ser por esto, siempre contentos con él».

(CAPÍTULO XIX)

      Maquiavelo daba mucha importancia a la naturaleza vengativa del hombre, y recomendaba no dar motivos para despertar el odio ni alentar acciones contrarias. Es siempre preferible que las acciones provoquen el reconocimiento de la grandeza, el valor, la prudencia y la fortaleza, aspectos positivos que favorecen el prestigio del líder.

      Además de los bienes materiales, las personas son muy celosas de otros intangibles, como el honor, la dignidad o el respeto. Hay que ser muy cuidadoso para no ofender innecesariamente a nadie.

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¿EL FINJUSTIFICALOS MEDIOS?

      Aunque las ideas de Maquiavelo han sido malinterpretadas muy a menudo, no cabe duda de que en algunos de los capítulos y sentencias de El príncipe se puede encontrar ese aroma maquiavélico, esa idea de que todo es válido con tal de alcanzar el poder y mantenerlo. Sin embargo, también debemos saber leer entre líneas y buscar lo que de razonable pueda haber en algunas de sus ideas más aparentemente crueles.

      Gánatelos o acaba con ellos

      «Nunca debe olvidarse que es indispensable ganarse a los hombres o aniquilarlos».

(CAPÍTULO III)

      Nos enfrentamos aquí al clásico dilema de si es mejor ser amado o ser temido, si quien no está conmigo entonces está contra mí y, por lo tanto, debe ser destruido. Maquiavelo también aborda la disyuntiva entre atraerse a las personas mediante prebendas o bien, si no se consigue que se pongan de nuestro lado por medios amables, acabar con ellas.

      A lo largo de su obra, el autor florentino parece mostrar su preferencia por ser temido, incluso no le preocupa que con este comportamiento el príncipe gane fama de cruel. En su opinión, la crueldad es un medio más seguro y rentable para consolidar el Estado, ya que a los súbditos les da menos