Cesar Sack

Personal


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conforme a distintas situaciones por las que vamos atravesando. Algo nos dice, seguro... pero ¿qué es lo que lo impulsa?, nuestro cerebro, en el que teóricamente yace nuestra inteligencia. Entonces... ¿nuestra mente influye en nuestros sentimientos? o por el contrario ¿nuestros sentimientos dominan nuestra mente? Qué duda... y nadie puede ayudarnos. La respuesta la tenemos nosotros, “si es que es necesario hallar una respuesta”. Cuántas veces estamos muy seguros de alguna decisión importante que elegimos tomar y nuestro corazón nos tiende una trampa mortal, o... cuántas veces sentimos cosas muy claras y nuestra mente nos traiciona. Somos solo humanos, ¿cuál es el mix correcto? Frases como: “somos lo que queremos ser”, o “somos lo que creemos o creamos o soñamos”, aparecen como dudosas. Lo más acertado parece ser que “somos lo que sentimos”, pero si nuestra mente influye en nuestros sentimientos y estos a su vez influyen en nuestra mente, difícil definición... y es solo tuya.

      Somos seres humanos, ¡”seres humanos”! ¡¡Qué bárbaro!! Solamente eso, nada más y nada menos. ¿Seremos capaces de poder entender lo que eso significa? Tenemos la suerte de poseer la capacidad de equivocarnos, de errar en algunas elecciones de la vida, de hacer algunas cosas mal. Sí, es una suerte. Y también es una suerte que podamos entenderlo y reconocerlo, si es que lo reconocemos. Cuando descubrimos que nos equivocamos, esto nos hace sentir totalmente “humanos”. Sería terrible no tener la capacidad de reconocerlo y de ese modo creernos o sentir que somos algún tipo de ser súper extraordinario, dueños de todas las verdades y conectados directamente a las más altas esferas del cielo, por lo cual nuestra palabra sería indiscutible y nadie debería intentar ponerse a nuestra misma altura. Creeríamos ser similares a Dios. Y por supuesto, la “culpa” siempre sería de otros y estaríamos librados totalmente de ese sentimiento infame. ¿...? ¿Nos pasó alguna vez? ... ¿Será que a todos nos pasa alguna vez? Seguramente en muchas ocasiones y después de adquirir cierto grado de experiencia en alguno de los senderos en los cuales nos movemos habitualmente, sea laboral, cultural, sexual, espiritual o de cualquier índole, nos sentimos muy seguros de nosotros mismos y de la forma en que nos desempeñamos. Y obtenemos resultados ampliamente satisfactorios en nuestros logros cotidianos. Esto nos hace sentir que realmente somos muy buenos en lo nuestro y que nadie puede hacerlo mejor que nosotros. Incluso cuando tenemos que trasmitirle nuestros conocimientos a otra persona, no aceptamos que dude u opine acerca del procedimiento que realizamos. En definitiva... ¿quién es el que sabe? ¿Qué pasa con nosotros en esos momentos? No estamos aceptando, ni siquiera contemplando la posibilidad de que alguna otra persona pueda tener una visión más amplia y posiblemente más práctica, para realizar la misma actividad, o quizá no... No lo sabemos. Simplemente no reconocemos que a lo mejor no somos los mejores y que alguien más pueda enseñarnos algo que seguramente le sumara a nuestra experiencia, o le restara.

      Sí, seguramente nos pasa a todos en algún momento. Y ahí perdemos esa hermosa capacidad de reconocer que no somos perfectos, que somos solamente “seres humanos”. Pero cuidado... así como podemos tener errores por nuestra condición de humanos, así también sabemos que somos los seres más desarrollados del planeta y los encargados de conducir los hilos que manejan, no solo nuestras vidas, sino también, absolutamente todo lo que nos rodea y con lo cual convivimos permanentemente... ¿Lo sabemos?, ¿tenemos conciencia de eso? Seguro que lo sabemos, aunque algunas personas jamás se pusieron a pensar en esto. Y tal vez está bien que así sea. Quién sabe.

      Lo cierto es que somos tan brillantes, estamos tan llenos de energía que siempre intentamos descubrir o inventar cosas nuevas. Nuestro espíritu emprendedor está en constante movimiento y siempre estamos atentos a tratar de mejorar nuestra calidad de vida. Hacemos cosas que aceleran nuestros sentimientos y tratamos de disfrutar la vida a pleno. Por supuesto cada uno a su manera, aunque muchas veces no podemos comprender muy bien cómo, a diferentes personas las movilizan cosas tan distintas... ¿Esto es bueno o malo?... la respuesta es solo para vos. Indudablemente que siempre hay un porcentaje o margen de error que debemos corregir y sería bueno que lo descubramos lo antes posible para que no nos afecte de manera negativa ni a nosotros, ni a otras personas. Es muy importante que sepamos reconocer y aceptemos “hacernos cargo” de nuestros errores, para poder solucionarlos lo mejor posible. Todos sabemos y somos conscientes de cuando estamos haciendo algo mal. No podemos mentirnos para conformarnos. No podemos negar hechos que son realidad. Debemos enfrentar las circunstancias tal cual se nos presentan. ¿Acaso el reconocer que tenemos o cometemos errores nos resta en algo como personas?, ¿acaso alguna persona no se equivocó nunca?, ¿conocemos a algún ser humano perfecto?...

      “Simplemente abriendo los ojos y mirando alrededor de nosotros vemos respuestas personales. Posiblemente no haga falta mirar alrededor, quizá un espejo alcance y tal vez ni siquiera haga falta abrir los ojos”.

      Mirando hacia adentro podemos ver un “ser humano” y al abrir los ojos para ver hacia afuera también veremos “seres humanos”... ¡Bendita coincidencia! Seguramente este debería ser el trampolín que impulse nuestros juicios... o… prejuicios... y nuestras reflexiones acerca del verdadero valor de la vida. Seguramente esta es la mejor verificación técnica que podríamos hacerle al vehículo que nos transporta por el maravilloso “viaje de la vida”. Seres humanos, nada más... y nada menos. La pucha…

      Autoestima

      Resulta obvio que en algún momento necesitamos entender de qué se trata la vida realmente y al ir creando nuestra propia realidad vamos descubriendo cosas positivas o negativas, que cada uno en forma personal las analizará a su manera... o no... según lo crea conveniente.

      Los motoviajeros sabemos que en viajes largos, cuando la cinta asfáltica es nuestro destino, sin importar demasiado dónde lleguemos, el casco es un excelente psicólogo y en esas largas jornadas de ruta que tanto disfrutamos, no solo cantamos o silbamos o escuchamos música, sino que también tenemos largas charlas con nosotros mismos, con nuestro interior, nuestros sueños, proyectos, decepciones, fracasos. “Con nuestros sentimientos”.

      Y cuántas veces, ante alguna circunstancia adversa, nos preguntamos: ¿qué estoy haciendo acá?, ¿por qué tomé este camino si sabía que podía suceder tal cosa?, ¿será que debo seguir así o debería retomar por otra ruta?

      Y sobre la base de eso vamos intentando disfrutar de los kilómetros lo máximo posible, armando nuestro itinerario a medida que el viaje se va desarrollando.

      Caramba... ¡qué coincidencia con el viaje de la vida!... en el cual a veces podemos acelerar fuerte y disfrutar del “viento en la cara” y otras veces debemos de poner el pie en el freno y adaptarnos a reglas de tránsito que no nos gustan.

      El equilibrio justo es personal, pero entendemos que no hay vida ni viaje perfecto. Buenas y malas se van a ir sucediendo y ambas son importantes.

      Hay situaciones desagradables que en nada nos favorece ignorarlas y mucho menos negarlas.

      No nos sentimos mejor mintiéndonos y tampoco las superamos más fácil.

      Si estamos contentos lo disfrutamos y si estamos tristes intentamos salir de esa situación lo antes posible, pero en ningún caso negamos la realidad.

      No es fácil llevarlo a la práctica, ni siquiera sabemos si es bueno intentarlo. Solo vivimos y seguimos nuestro viaje.

      Bendito casco... si hablara... seguramente podría contar cómo vibran nuestros sentidos durante el “viaje”.

      Es evidente que todos nuestros sentidos están conectados, no solo a nuestra mente, sino también a nuestro corazón. De hecho sentidos y sentimientos son familiares en el diccionario, por ende no solo deberíamos hablar, mirar, escuchar, etc., desde nuestro raciocinio, sino que también, en oportunidades, deberíamos hacerlo desde nuestro corazón, ¿o acaso no debería ser en forma proporcionada en el cien por ciento del tiempo?... mmm… qué duda.

      Proporcionalmente deberíamos de ver y escuchar el doble de lo que hablamos. La madre naturaleza nos dota de órganos dobles para vista y oído y un solo órgano para el habla.

      Es muy necesario tener esto presente para cuando interactuamos con otras personas.

      Viajando