mucho que lo intentamos no logramos empatizar con su proceder, ni ellas con el nuestro. ¿Cómo es posible que ante situaciones similares tengamos actitudes tan dispares? Ponemos todos nuestros sentidos en alerta para tratar de entender esta situación y al no poder resolverla nos sentimos decepcionados entre nosotros.
Parece y hasta resulta cierto que nuestros sentimientos se ven afectados.
Nuestra mente se nota confusa y nos es muy difícil mantener un equilibrio estable.
Esto provoca una relación tóxica que probablemente nos lleve a separar totalmente nuestras sendas de forma definitiva. Pero... cuando esta persona con la cual “aparentemente” no coincidimos en ningún punto y esto nos hace cuestionarnos: ¿quién de los dos está tan equivocado?, es alguien de nuestro círculo más íntimo y está entre nuestros más preciados afectos, ¿cómo lo resolvemos?... ¡Acá sí que estamos solos!
Tal vez... y solo tal vez en este caso deberíamos inclinar la balanza de nuestros sentidos, lo máximo posible hacia nuestro corazón y desde ahí tratar de comprender que posiblemente ninguno de los dos está tan equivocado y podamos “ver” ciertas coincidencias que unen nuestros caminos a pesar de todo. Solo los sentimientos serán nuestro as en la manga.
En la otra punta del ovillo, encontramos personas que son, en apariencia, totalmente afines con nosotros y nuestros enfoques de la vida y entonces nos resulta muy fácil entablar una relación que suponemos buena y duradera. Con ellas podemos viajar y disfrutar largos kilómetros de nuestro viaje por la vida, siendo felices mientras pensamos: “somos el uno para el otro”.
Esto resulta bueno y muy beneficioso para nuestro corazón y nuestra mente. De todos modos sabemos que debemos estar muy seguros de nosotros mismos al momento de enfrentar algunas irregularidades que, irremediablemente, van a aparecer en nuestro camino, porque recordemos que solamente somos seres “humanos” y nos van a sacudir nuestros sentidos.
¿Cuánta diferencia habrá en el daño que puede provocar a nuestros sentimientos aquella persona con la cual solo encontramos diferencias y aquellas que parecemos iguales y en algún punto nos sentimos defraudados?
¿Tan difícil resulta encontrar los puntos de conexión entre los seres humanos? ¿No deberíamos aplicar aquí la teoría de “mirar” y “ver”?... ¿y la autoestima?... ¿qué rol juega en estos casos?
Pareciera que no existen ni la felicidad completa, ni la infelicidad completa. Será que, inevitablemente, construir algo necesita sí o sí, una de cal y una de arena.
Otra vez es difícil y otra vez... totalmente personal.
Y en eso de los puntos de conexión, indudablemente deberíamos apuntar todos nuestros cañones a tratar de entender por qué es tan difícil encontrarlos. Solamente somos personas, nacemos, aprendemos, pensamos, nos reproducimos, todos lo mismo. ¿Por qué no comprendemos que los demás no nos entiendan? Y fijándonos bien... ¿por qué no entendemos a los demás? Parece tener poco sentido. ¡Algo tan importante!... ¿cómo no lo ve?... ¡¡Increíble!! Pero miremos bien... ¿esa otra persona tiene o hace algo importante? Nos parece que no. Entonces resulta obvio que para ellos nosotros tampoco hacemos algo importante. Qué trama complicada en la cual pareciera que cada quien juega su propio juego. Tal vez... y solo tal vez... deberíamos cambiar el enfoque de nuestra mirada, para poder ver un poco más claro que, posiblemente dentro de un contexto mucho más global, es necesario que las personas sean todas distintas y que cada una sin querer vaya ocupando un espacio que, si bien es particular y propio, forma parte de alguna “realidad general” que la mayoría de las veces no alcanzamos a comprender.
Lo que sí deberíamos entender de una vez por todas es que las otras personas son tan importantes como nosotros y no tienen por qué valorar lo nuestro, si nosotros no valoramos lo de ellos. “Ojos bien abiertos” nos brindarán una mirada que pondrá a nuestra mente atenta y nos llevarán a reflexionar. Ya lo dice el refrán: “Cada uno es cada uno y cada cual es cada cual”.
Nos encontramos con palabras muy importantes dentro del diccionario: amor, inteligencia, comprensión y muchísimas otras. Sin embargo podemos identificar una palabra que podría asociarse con todas las demás palabras y hasta... casi... ser sinónimo de todas. Es la palabra “interés”, dejando de lado la acepción bancaria o monetaria. Interés como “estar interesado”. Distintas personas comprenden y aprenden distintas cosas o disciplinas. Se podría pensar que distintas personas poseen distintos grados de inteligencia. Pero en realidad solo comprendemos y aprendemos aquellas cosas que nos interesan y nos cuesta aprender y comprender aquellas que no nos interesan.
Atendiendo a nuestros “intereses”, desatendemos los intereses ajenos y esto en algunos casos podría confundirse con incomprensión y hasta algo de egoísmo hacia los demás, pero lo cierto es que cada persona es un ser irrepetible y absolutamente único. Ningún aprendizaje es más relevante que otro, por lo cual ninguna persona es superior a otra.
Somos conscientes de que nacemos con una identidad única que nos acompaña hasta el último día. Lo importante es reconocer quiénes somos y “valorar lo que somos”. Fuera de eso vamos a desarrollar cada cosa en la que pongamos “interés”. Dependerá de la forma que entienda la vida cada uno particularmente para sumar o restar lo que considere interesante. Esto puede mejorarnos o empeorarnos, pero nuestra esencia se mantendrá inalterable a lo largo de nuestra vida y no existe una regla que dictamine intereses generales a todas las personas.
Entonces el concepto de “ser o no ser” es relativo y no resulta del todo cierto, porque ¿quiénes son?, y ¿quiénes no son?
Todas las personas “son” lo que son y muchas, olvidando su esencia, “quieren” ser lo que no son.
Está en nosotros permanecer permeables a valorar el ser de cada uno y poder captar en qué cosa tienen interés.
Pareciera que algunas personas no tienen interés en nada o casi nada y no escuchan para entender, sino para contestar, debemos mirar con atención para poder ver y aprender lo que transmiten.
Es difícil poder comprender distintas actitudes en distintos momentos de la vida.
Nuestra propia autoestima, palabra muy utilizada en distintos cursos o “discursos”, influye sobremanera en nuestros “intereses”... Tan personal.
¿De qué hablamos cuando hablamos de autoestima?, ¿cuánta tenemos?, ¿cuánta tendríamos que tener?, ¿en qué punto exactamente se conecta con la autoestima de las demás personas? ¿Cómo reconocemos el límite con el egoísmo, con la indiferencia, con el dolor que puede ocasionarle al otro?
Muchas veces el límite es delgado y no podemos ignorarlo y mirar para otro lado.
Nos amamos, nos cuidamos, nos respetamos porque somos muy importantes, “somos seres humanos”. Igual que “todos los demás seres humanos”.
Entonces “todos nos autoestimamos” en mayor o menor medida, o posiblemente en medidas similares, con la diferencia de las vivencias particulares de cada uno.
Otra vez debemos de agudizar la mirada para poder ver dónde está el equilibrio, que vuelve a ser personal e independiente y seguramente nos equivoquemos como tantas veces y otra vez surge la pregunta de si vale la pena ponerse a hacer este tipo de análisis y cuestionamientos. Sería tan fácil transitar por la vida valorando y respetando cada cosa y disfrutando cada momento. Sin embargo esa ambigüedad que es parte de nosotros hace que la búsqueda del avance muchas veces nos haga retroceder.
Vemos personas que viven angustiadas, tal vez equivocadamente. Unas tienen mucho y no disponen del tiempo para poder disfrutar lo que tienen y otras que tampoco disfrutan porque aparentemente no tienen nada. ¿Acaso los niveles de autoestima están demasiado elevados en unos y muy bajos en otros... o al revés? Por mucho que observemos es difícil encontrar una respuesta.
“Parece que las pupilas de nuestros ojos deberían ser el límite exacto de nuestra autoestima, porque desde ese punto podemos ver proporcionalmente hacia afuera y hacia adentro... Y otra vez, nadie puede ayudarte”.
A veces necesitamos años para resolver esta encrucijada, hasta que un día