Su cara permanecía inescrutable. ¡Nunca había de evidenciarse desánimo! ¡Y menos mostrar resentimiento! Un simple parpadeo hubiera bastado para delatarlo. Se quedó mirando cómo la instructora levantaba sus brazos y no se podía afirmar que con garbo, pero sí con bastante limpieza y eficacia— se inclinaba y se tocaba con la yema de los dedos la punta de los pies.
—¡Eso es, camaradas! Quiero ver cómo lo hacen. Fíjense en mí. Tengo treinta y nueve años y cuatro hijos. Observen —Se volvió a inclinar—. Ya ven que no doblo mis rodillas. Todos pueden hacerlo si se lo proponen —agregó mientras se enderezaba—. Quien tenga menos de cuarenta y cinco años puede perfectamente tocarse los pies con las manos. No todos tenemos el privilegio de luchar en el frente, pero al menos todos podemos mantenernos sanos y fuertes. Piensen en nuestros soldados que luchan en el frente de Malabar! Y en nuestros marinos a bordo de las Fortalezas Flotantes! Recordemos lo que ellos están obligados a soportar. Eso ya está mejor, camarada, bastante mejor —agregó la mujer con tono alentador mientras Winston, mediante un violento esfuerzo, conseguía tocarse los pies sin doblar las rodillas por vez primera en muchos años.
IV
Con un suspiro hondo e involuntario, que ni la proximidad de la telepantalla podía impedir que exhalara todas las mañanas al comenzar sus tareas diarias, Winston jaló el hablaescribe, desempolvó el micrófono y se puso los anteojos. Después desenrolló y unió con un sujetapapeles cuatro pequeños cilindros de papel que ya había sacado del tubo neumático, situado a la derecha de su escritorio.
En la pared de su oficina había tres aberturas: a la derecha del hablaescribe, un pequeño tubo neumático para las comunicaciones por escrito; a la izquierda, otro de mayor tamaño, para los periódicos; y sobre el muro lateral, al alcance de la mano de Winston, una ranura larga protegida por una rejilla metálica, que servía para deshacerse de los documentos descartados. Había miles o decenas de miles de ranuras similares en todo el edificio, no sólo en cada oficina, sino a lo largo de los pasillos. Por alguna razón les llamaban agujeros para la memoria. Cuando uno sabía que un documento debía destruirse o cuando se encontraba un papel suelto cerca, era un acto automático levantar la rejilla del agujero para la memoria más cercano y arrojarlo, desde donde era absorbido por una corriente de aire caliente hasta los gigantescos incineradores ocultos en los recovecos del edificio.
Winston revisó las cuatro tiras de papel que acababa de desenrollar. En cada una de ellas se leía un mensaje de uno o dos renglones, escrito en lenguaje abreviado —que sin ser Neolengua precisamente, incluía muchos términos de su vocabulario— y que el Ministerio empleaba para el servicio interno. Este era su contenido:
times 17.3.84, áfrica publicaerror discurso g.h. rectificar
times 19.12.83. erratas predicciones 4° trimestre 83 verificar edición actual
times 14.2.84. chocolate malinterpretado miniplenaria rectificar
times 3.12.83. informe ordendeldíag.h. nadabueno ref impersonas reredactar completo superaprobación antesarchivar
Con una leve sensación de alivio, Winston hizo a un lado el cuarto mensaje. Era un asunto complicado y de responsabilidad por lo que sería mejor abordarlo al último. Los otros tres eran asuntos de rutina, aunque era probable que el segundo implicara perderse en extensas listas de cifras.
Winston marcó "números atrasados" en la telepantalla y solicitó los ejemplares atrasados del Times, los cuales aparecieron por el tubo neumático unos minutos después. Los mensajes recibidos se referían a artículos o noticias que, por una u otra razón, era necesario alterar o, de acuerdo con el léxico oficial, rectificar. Por ejemplo, en el Times del diecisiete de marzo se informó que el Gran Hermano, en su discurso del día anterior, había predicho calma en el frente del sur de India, pero que en breve comenzaría una ofensiva de Eurasia en África del Norte. Pero sucedió que el Alto Mando de Eurasia lanzó su ofensiva en el sur de la India, y no atacó África del Norte. Por lo tanto, era necesario volver a redactar un párrafo del discurso del Gran Hermano para que predijera lo que había sucedido en realidad. Mismo asunto: el Times del diecinueve de diciembre había publicado los pronósticos oficiales de la producción de diversos artículos de consumo para el cuarto trimestre de 1983, que era al mismo tiempo el sexto del Noveno Plan Trienal. La edición actual traía los resultados reales, lo cual provocaba que los pronósticos resultaran totalmente equivocados. La tarea de Winston consistía en rectificar las cifras originales para que coincidieran con las actuales. En cuanto al tercer mensaje, se relacionaba con un simple error que se podía subsanar en pocos minutos. En febrero, el Ministerio de la Abundancia había difundido la promesa ("compromiso solemne", según la fraseología oficial) de que en 1984 no se reduciría la ración de chocolate. Pero la verdad, tal como Winston sabía, era que en la semana entrante dicha ración iba a ser reducida de treinta a veinte gramos. Todo lo que había de hacerse era reemplazar la promesa original por la advertencia de que tal vez iba a ser necesario reducir las raciones durante abril.
Tan pronto como Winston terminó de examinar los mensajes, adjuntó las correcciones hechas por medio del hablaescribe a los ejemplares del Times y los devolvió al tubo neumático. Luego, con un movimiento poco menos que instintivo, estrujó el mensaje original y los apuntes que había tomado, y los arrojó en el agujero para la memoria, con destino a las llamas de los incineradores.
No conocía en detalle lo que pasaba en el laberinto invisible adonde conducían los tubos neumáticos, pero tenía una idea general del proceso. Tan pronto como se verificaban las correcciones en un determinado ejemplar del Times, tal número se volvía a imprimir, se destruía el original y su lugar lo ocupaba el ejemplar corregido. Este procedimiento de alteraciones constantes no se aplicaba sólo a los periódicos, sino a libros, revistas, volantes, carteles, folletos, películas, grabaciones, caricaturas, fotografías y, en suma, a todo material impreso o documental de posible trascendencia política o ideológica. Día a día, y casi decirse que minuto a minuto, se actualizaba el pasado. De esa manera se documentaba que el Partido había acertado en todas sus predicciones; tampoco se permitía que quedara registrada una información u opinión que fuera diferente de las exigencias actuales. Toda la historia era un palimpsesto, que se limpiaba y se volvía a escribir tantas veces como fuera necesario. De ningún modo era posible comprobar una adulteración deliberada de la verdad. La sección más grande del Departamento de Registros, mucho más amplia que aquella donde trabajaba Winston, era ocupada por numerosos empleados cuya misión se reducía a buscar y secuestrar todos los ejemplares de libros, periódicos y cualquier otro material de lectura que hubiese sido proscrito y condenado a las llamas.
Así, un ejemplar del Times, modificado una docena de veces, ya fuera por cambios en las condiciones políticas o para ajustar las predicciones del Gran Hermano a la realidad, pasaba al archivo con la fecha del número original, sin que existiera un ejemplar que lo contradijera. También los libros eran requisados para volver a escribirlos una y otra vez, y de nuevo se publicaban sin que se admitiera que se le habían hecho modificaciones. Incluso las instrucciones por escrito que recibía Winston, y que éste destruía tan pronto las despachaba, jamás declaraba o implicaban que se iba a cometer una falsificación; siempre se hablaba de deslices, errores, erratas o citas erróneas que era necesario corregir por precisión.
Pero en realidad, pensaba Winston mientras reajustaba las cifras del Ministerio de la Abundancia, ni siquiera era una adulteración. Era simplemente sustituir una falsedad con otra.
Casi todo el material no tenía ninguna relación con los hechos reales, ni siquiera la conexión de que fuera una mentira directa. Las estadísticas eran puras fantasías, tanto en su versión original como en la rectificada. Muchas de ellas eran producto de la inventiva de los propios funcionarios. Por ejemplo, el
Ministerio de la Abundancia predecía que se iban a producir un total trimestral de ciento cuarenta y cinco millones de pares de botas, en tanto las cifras reales de lo fabricado se referían a sesenta y dos millones. Pero Winston, al volver a escribir la predicción, fijó la cifra en cincuenta y siete millones, para más tarde poder afirmar que la cuota se había superado. De todos modos, sesenta y dos millones estaban tan lejos de la verdad como cincuenta y siete o ciento cuarenta millones. Lo probable era