Enrique Dussel

El arte de argumentar: sentido, forma, diálogo y persuasión


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jugamos el juego de la dialéctica y la convicción en particular debemos, como dice Taylor: «Identificar el estado de cosas que debe existir para que entender sea afirmado de manera justificable. Mostrar que tal estado de cosas realmente tiene lugar».40 Y para jugar ese juego, el metalenguaje normativo dialéctico reelabora la normatividad ya inscrita en la lengua: «Te expresas confusamente»; «No le diste al clavo»; «No deberías haberle replicado»; «Es inobjetable»; «Es comparar el agua y el aceite»; «Mostraste todas las debilidades del argumento». De la misma manera, la lengua alimenta nuestra justificación de la argumentación bélica o de la negociación: «voy a liquidarlo», «ataca su posición», etcétera.

      Nuestras «lenguaculturas» responden de manera distinta a la cuestión y la argumentación. Así por ejemplo, de acuerdo con la lengua inglesa, quien argumenta (to argue) discute, hace algo polémico, mal visto en ocasiones, en lo cotidiano. Mientras que en español, quien argumenta es valorado en forma positiva: «da razones, no sólo palabras». En nuestra lengua «argüir» no es ya tan claro y «ser argüendero» es en definitiva negativo, casi equivalente a mentiroso. En inglés, la lengua nos impulsa a una teoría del debate polémico, en español eso no ocurre necesariamente y se abre la puerta a la cooperación. La lengua, en asociación con nuestras prácticas culturales y científicas, fija nuestro horizonte del sentido del argumentar. Así que la argumentación y su posible teoría, como hemos repetido en distintas oportunidades, se ven afectadas por la lengua en que se escribe (Plantin41 investiga este punto también, respecto al inglés y el francés) y ello sólo puede evitarse en forma parcial, es decir, en la medida en que establecemos una distancia entre palabra y concepto, en que podemos traducir o innovar y criticar nuestra lengua (aunque no podemos abandonar nuestro idioma por completo).

       Interrogar, preguntar, cuestionar, inquirir

      Es importante indagar acerca de los términos del campo de la argumentación en cada idioma para ver la influencia que va del lenguaje argumentativo y la práctica cultural a la teoría de la argumentación, así como de regreso de ésta al lenguaje y la cultura. Así, significativamente, en nuestros andares por la lengua y cultura castellanas, al hablar de argumentación podemos oscilar del examen al poder policiaco, de la solicitud a la demanda, de la búsqueda del saber a la manipulación, de la creencia a la imposición. La argumentación tiene múltiples connotaciones, no tiene un valor único ni la «cuestión» nos remite tan sólo a la búsqueda desinteresada de la verdad. Pero para mostrar esto al lector, nos adentraremos en algunas de las palabras del campo de la cuestión. Empezaremos por la asociación más corriente de la «cuestión» en el lenguaje cotidiano: la pregunta.

      Las preguntas. Existen preguntas trascendentales que se responden mediante la fe, preguntas abiertas como las de la filosofía, preguntas que llevan a las soluciones de la ciencia y preguntas que remiten a diversas alternativas de la opinión. No hay una fractura absoluta entre las distintas preguntas, ya que pueden compartirse en la historia o la sincronía, como al cuestionarnos: ¿cuál es el centro del universo? En un primer momento, los sabios de occidente respondieron tal cuestión de manera casi unívoca, a favor del geocentrismo. Después, se siguió respondiendo todavía a favor del geocentrismo desde la fe religiosa católica, mientras que desde la ciencia emergente se opinó en pro del heliocentrismo. Fueron esos los tiempos de Copérnico y de la «demostración» de tal postura por Galileo, en confrontación con la iglesia. Ya en la segunda mitad del siglo XX, la iglesia reconoció la validez de la respuesta de Galileo; existe pues un movimiento en la historia que permite cambiar de respuesta frente a cada pregunta, volver sobre ella, como en una espiral del conocimiento, cada vez más cerca de la verdad, cuando no hay olvidos, mala fe, pérdidas históricas o extravíos notables. Incluso los discursos filosóficos, científicos, argumentativos y religiosos encuentran puntos de contacto a través del tratamiento de las cuestiones de unos y otros que se imbrican en la vida social.

      Solemos decir que si una «cuestión» tiene más de una respuesta es argumentativa. La fe típica tiene sólo la respuesta del dogma —aunque santo Tomás o Teillard de Chardin, por ejemplo, piden un acuerdo entre la fe y la intelección—. Y la ciencia, hasta ya entrado el siglo XX, tenía sólo una respuesta «adecuada» a la realidad, aunque hoy tiende a abrirse paso el pluralismo epistemológico. La fe y la opinión tienden al extremo de la doxa, la ciencia al de su cuestionamiento, la filosofía se sitúa en el plano de la perpetuación de la pregunta y la argumentación en el de la oposición-diferencia entre las respuestas.

      Ahora bien, podemos argumentar sobre una u otra respuesta de la fe, sobre una u otra salida filosófica, sobre una u otra solución científica, sobre una u otra opinión. Las opciones diferentes serían el sello de la argumentación, que es el polo siempre móvil, activo, inacabado en el continuo que va de la operación argumentativa a la demostrativa.

      En el carácter básico de la oposición argumentativa todas las corrientes actuales están de acuerdo, aunque de ello algunas derivan, de manera inadecuada, el predominio de la lógica, de la veridicción (la certificación de lo verdadero o falso) y el desdén o deslegitimación de la retórica. Ahora bien, independientemente del debate entre lógica-dialéctica y retórica, es interesante preguntarse sobre cómo cada lengua matiza de diversa manera los verbos interrogativos del «campo de la cuestión».

      El acto discursivo: interrogar, preguntar, cuestionar, inquirir. Para Ducrot y Anscombre, en una de las interpretaciones que dan del acto de interrogación en su sentido general42 se le debe atribuir, a un nivel intrínseco, un valor argumentativo; y su valor le confiere la misma orientación argumentativa que poseen las frases negativas correspondientes. Ello significa que si pregunto en determinados casos: «¿vas a venir al baile?», ello tiene el valor equivalente a suponer «no vas a venir al baile», de otra manera no preguntaría yo. En la pregunta retórica, que cumple un acto de argumentar, se actúa como si la respuesta fuera obvia, se interroga sólo para recordar determinada respuesta y se niega lo presupuesto en la pregunta.43 Aunque existen preguntas retóricas invertidas, positivas, como actos de subordinación o de cortesía («¿me permite abrirle la puerta?»).

      El acto de preguntar, interrogar, cuestionar o inquirir convoca un contenido proposicional mínimo compartido. De acuerdo con el efecto comunicativo e interactivo del acto, los verbos de cuestión son considerados jurídicos, implican el forzar en cierto sentido al otro, que se ve obligado a responder o a guardar silencio, lo cual tiene ya un costo, pues en el extremo, en estos casos, «el que calla otorga». Aunque no responder puede constituirse en un poder, un reto a lo establecido.

      El acto de preguntar conlleva una posición de menor poder en lo general. Parte de una condición de responsabilidad —salvo uso retórico o de mala fe— de que se ignora algo y de pensar que quizá el otro puede estar en condición de responder. El acto de preguntar no supone por fuerza el efecto interactivo de una respuesta argumentativa, ya que puede conducir también a la simple aclaración. Su condición esencial y de sinceridad es que se ignora algo, se supone puede dársele una respuesta a la ignorancia y se la quiere en verdad conocer. El otro debe comprender de acuerdo con el efecto comunicativo qué se le pregunta y la pregunta lo mueve a responder o al menos a preguntarse a su vez. Preguntar es buscar el saber, es un acto de pretensión cognoscitiva.

      El acto de cuestionar es un acto que convoca una condición de responsabilidad crítica y argumentativa, presupone la posibilidad de dar una respuesta distinta a la formulada por el otro. El acto de inquirir es incluso investigativo, conlleva la sinceridad de suponer por el inquisidor una pregunta sobre algo respecto a lo cual el otro puede tener a su vez cierta responsabilidad; inquirir puede llegar a tener una carga negativa respecto a la valoración moral del otro. Esto último no sucede cuando el sentido de inquirir se carga ya hacia la interpretación científica, como búsqueda abierta para indagar respuestas a un problema.

      En suma, preguntar supone ignorancia o deseo de saber. Interrogar es directamente un ejercicio jurídico y de poder. Inquirir es investigar (de hecho hay dos entradas de los verbos de cuestión: inquirir como investigar acerca de un objeto e inquirir al otro respecto a algo en sentido positivo o negativo). Cuestionar puede ser crítico o también agresivo y retador.

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