Plato

Obras Completas de Platón


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mujeres y de los niños; en una palabra, los que tú llamas, con todo el mundo, valientes, yo los llamo temerarios, y no doy el nombre de valientes más que a los que son valientes e ilustrados, que son los únicos de los que quiero hablar.

      LAQUES. —Mira, Sócrates, cómo Nicias se inciensa a sí mismo, mientras que a todos aquellos, que pasan por valientes, intenta privarles de este mérito.

      NICIAS. —No es esa mi intención, Laques, tranquilízate; por el contrario, reconozco que tú y Lámaco[6] sois prudentes y sabios, puesto que sois valientes. Lo mismo digo de muchos de nuestros atenienses.

      LAQUES. —Si bien tengo materia para responderte, no lo hago por temor de que me acuses de ser un verdadero exonio[7].

      SÓCRATES. —¡Ah! No digas eso, te lo suplico, Laques; se ve claramente que no te has apercibido de que Nicias ha aprendido estas bellas cosas de nuestro amigo Damón, y que Damón es el íntimo de Pródico, el más hábil de todos los sofistas para esta especie de distinciones.

      LAQUES. —¡Oh!, Sócrates, sienta bien en un sofista hacer vana ostentación de sus sutilezas, pero no en un hombre como Nicias, que los atenienses han escogido para ponerle a la cabeza de la república.

      SÓCRATES. —Mi querido Laques, sienta bien en un hombre, a quien se le han encomendado tan graves negocios de gobierno, el trabajar para hacerse más hábil que los demás. He ahí por lo que me parece que Nicias merece algún miramiento, y que, por lo menos, es preciso examinar las razones que tiene para definir el valor como lo hace.

      LAQUES. —Examínalas, pues, cuanto te plazca, Sócrates.

      SÓCRATES. —Es lo que voy a hacer; pero no pienses que te voy a echar fuera; tendrás una parte en mi discurso. Fija bien tu atención, y ten en cuenta lo que voy a decir.

      LAQUES. —Sea así, puesto que lo quieres.

      SÓCRATES. —Bien; Nicias, dime, te lo suplico, tomando la cuestión en su origen, si no es cierto que desde luego hemos mirado el valor como una parte de la virtud.

      NICIAS. —Es cierto.

      SÓCRATES. —Conforme a tu respuesta, si el valor no es más que una parte de la virtud, ¿no hay otras partes, que reunidas con aquella constituyen lo que denominamos virtud?

      NICIAS. —¿Cómo puede ser de otra manera?

      SÓCRATES. —En este punto piensas como yo; porque además del valor, reconozco también otras partes de la virtud, como la templanza, la justicia y muchas otras. ¿No las reconoces tú igualmente?

      NICIAS. —Sin duda.

      SÓCRATES. —Bueno. Henos aquí de acuerdo ya sobre este punto. Pasemos a las cosas que son temibles y a las que no lo son; examinémoslas bien, no sea que tú las entiendas de una manera y nosotros de otra. Vamos a decirte lo que pensamos. Si no convienes en ello, nos dirás tu opinión. Creemos que las cosas temibles son las que inspiran miedo, y no temibles las que no lo inspiran. El miedo no lo causan, ni las cosas sucedidas ya, ni las que en el acto suceden, sino las que se esperan; porque el miedo no es más que la idea de un mal inminente. ¿No lo crees así, Laques?

      LAQUES. —Sí.

      SÓCRATES. —He aquí nuestro dictamen, Nicias. Por cosas temibles entendemos los males del porvenir, y por cosas no temibles entendemos las cosas del porvenir, pero que, o parecen buenas, o, por lo menos, no parecen malas. ¿Admites nuestra definición o no la admites?

      NICIAS. —La admito ciertamente.

      SÓCRATES. —¿Y la ciencia de estas cosas es lo que tú llamas valor?

      NICIAS. —Es eso mismo.

      SÓCRATES. —Pasemos a un tercer punto, para ver si nos ponemos de acuerdo.

      NICIAS. —¿Qué punto es?

      SÓCRATES. —Vas a verlo. Decimos Laques y yo que, en todas las cosas, la ciencia tiene un carácter universal y absoluto; no es una para las cosas pasadas, y otra para las cosas del porvenir, porque la ciencia siempre es la misma. Por ejemplo, en lo que mira a la salud, siempre es la misma ciencia de la medicina la que juzga de ella, y la que ve lo que ha sido, lo que es y lo que será sano o enfermo. La agricultura asimismo juzga de lo que ha venido, de lo que viene y de lo que vendrá sobre la tierra. En la guerra, ya lo sabes, la ciencia del general se extiende a todo, a lo pasado, a lo presente y a lo porvenir; ninguna necesidad tiene del arte de la adivinación y antes, por el contrario, manda en el adivino, como quien sabe mucho mejor que este lo que sucede y lo que debe suceder. ¿No es formal la ley misma? Pues la ley dispone, no que el adivino mande al general, sino que el general mande al adivino. ¿No es esto lo que sostenemos, Laques?

      LAQUES. —Ciertamente, Sócrates.

      SÓCRATES. —¿Y tú, Nicias, concedes como nosotros que la ciencia, siendo siempre la misma, juzga igualmente de lo pasado, de lo presente y de lo porvenir?

      NICIAS. —Sí, lo digo como tú, Sócrates, porque me parece que no puede ser de otra manera.

      SÓCRATES. —Dices, muy excelente Nicias, que el valor es la ciencia de las cosas temibles y de las que no lo son. ¿No es esto lo que dices?

      NICIAS. —Sí.

      SÓCRATES. —¿No estamos también de acuerdo en que estas cosas temibles son males del porvenir, así como son bienes del porvenir las cosas que no son temibles?

      NICIAS. —Sí, Sócrates, estamos de acuerdo.

      SÓCRATES. —¿Y en que esta ciencia no se extiende solo al porvenir, sino también a lo presente y a lo pasado?

      NICIAS. —Convengo en ello.

      SÓCRATES. —No es cierto, entonces, que el valor sea solo la ciencia de las cosas temibles y no temibles, porque no conoce solo bienes y males del porvenir, sino que se extiende tanto como las demás ciencias, y juzga igualmente de los males y de los bienes presentes, de los males y de los bienes pasados.

      NICIAS. —Así parece.

      SÓCRATES. —Tú solo nos has definido la tercera parte del valor, y quisiéramos conocer la naturaleza del valor todo entero. Ahora me parece, según tus principios, que la ciencia es, no solo la de las cosas temibles, sino también la de todos los bienes y todos los males en general. ¿Habrás cambiado de opinión, Nicias, o es esto mismo lo que quieres decir?

      NICIAS. —Me parece, que el valor tiene toda la extensión que tú dices.

      SÓCRATES. —Sentado esto, ¿piensas que un hombre valiente esté privado de una parte de la virtud, poseyendo la ciencia de todos los bienes y de todos los males pasados, presentes y futuros? ¿Crees que semejante hombre tendrá necesidad de la templanza, de la justicia y de la santidad, cuando puede precaverse prudentemente contra todos los males que le puedan venir de parte de los hombres y de los dioses, y proporcionarse todos los bienes a que pueda aspirar, puesto que sabe cómo debe conducirse en cada lance que ocurra?

      NICIAS. —Lo que dice Sócrates me parece verdadero.

      SÓCRATES. —¿El valor no es una parte de la virtud, sino que es la virtud entera?

      NICIAS. —Así me lo parece.

      SÓCRATES. —Sin embargo, nosotros habíamos dicho que el valor no era más que una parte.

      NICIAS. —En efecto, así lo dijimos.

      SÓCRATES. —Y lo que entonces dijimos ¿no nos parece ahora verdadero?

      NICIAS. —Lo confieso.

      SÓCRATES. —Por consiguiente, aún no hemos averiguado lo que es el valor.

      NICIAS. —Estoy conforme.

      LAQUES. —Creía, mi querido Nicias, que tú lo indagarías mejor que cualquier otro, al ver el desprecio que me habías manifestado, cuando yo respondía a Sócrates; y había concebido grandes esperanzas de que, con el socorro de la sabiduría de Damón, lo hubieras conseguido.

      NICIAS. —Vaya,