Mario Salvador Arroyo Martínez Fabre

Distopía


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de comunión, modelo de la relación. El resultado es una sociedad compuesta por individuos aislados, cual puntos autónomos, pendientes de su libertad, pero ineficaces para crear lazos estables y relevantes, de forma que van a la deriva en su soledad, incapaces de crear la necesaria comunión comunitaria. “El malestar en el Estado del bienestar y una epidemia de tristeza” es el resultado de tan hondas heridas.

      Por eso, es fundamental ofrecer un análisis y una reflexión sobre la familia, pues nos va en ella el futuro de la sociedad y la felicidad de sus integrantes. Para eso es preciso señalar las causas de la crisis y resaltar el atractivo de una familia sólida, estable, bien constituida, tanto para los individuos como para las colectividades. No sobra, en este empeño, evidenciar también la componente de fe que puede animar a los hogares, o ayudarles a resolver sus crisis. Las siguientes líneas están encaminadas en esa dirección.

      Poco se ha escrito acerca de la fuerza de la oración en familia. Mucho se habla, en cambio, de la batalla de la familia; es decir, del empeño decidido por defender la auténtica identidad de la institución familiar, aquella que ha mostrado su eficacia, biológicamente para la supervivencia de la especie, antropológica y psicológicamente para brindarle un hogar al ser humano, de forma que pueda desarrollarse plenamente y tenga menos obstáculos para alcanzar su felicidad. Dicha batalla es improrrogable y cada día más urgente, pues una estudiada campaña mundial difunde, continua y masivamente, una inmensa cantidad de mentiras al respecto, suficientemente bien urdidas, de forma que tienen apariencia de verdad. Es fácil dejarse engañar y ser víctima de la manipulación; no es sencillo descubrir, entre la abrumadora cantidad de datos equívocos, dónde está el engaño y dónde la verdad sobre el amor y la familia.

      Pero, junto a esa necesidad que tiene la familia por defender su identidad y promoverla, es preciso difundir “El Evangelio de la Familia: Alegría para el Mundo”, lema del Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en Dublín, Irlanda. Es decir, además de señalar los errores, de hacer oír nuestra voz sobre lo que no estamos de acuerdo, es preciso también ser propositivos. No basta quedarse en una crítica negativa, en general, no es bueno ser “anti-nada”. No podemos olvidar que tenemos una identidad precisa, que ofrecemos un producto probado y atractivo, que la verdad en el fondo es anhelada por todo corazón humano, y si bien a veces resulta ardua, dolorosa o difícil, siempre es bella y libera. Por ello, no podemos quedarnos en señalar los errores contemporáneos que amenazan con diluir la identidad de la institución familiar, es preciso también cantar la belleza de la familia y difundir, en forma atractiva, su verdad.

      Esta última idea es fundamental: “decir la verdad, con caridad”, resaltar la belleza y el atractivo de la verdad, pues también puede hacerse de ella una herramienta arrojadiza para zaherir a quien no comparte la propia perspectiva. Sería una forma de traicionar la verdad sirviéndonos de ella misma; una sutil forma de prostituirla, haciéndola instrumento de violencia, división, o detentándola con orgullo y suficiencia, menospreciando a quienes la desconocen. Por eso la batalla de la familia se complementa con la evangelización sobre ella misma. Una estudiada forma de predicar el evangelio de la familia, el evangelio del amor, de forma atractiva, amable, de hacer que la belleza del ideal cristiano luzca por sí misma. Para ello ideó san Juan Pablo II los encuentros mundiales de la familia, para eso fue Francisco a Irlanda, a presidir su versión 2018.

      Pero junto a la belleza del ideal familiar cristiano, ideal a la par realista, arduo y atractivo, a veces se soslaya la fuerza de la oración familiar. Si siempre ha sido “poderosa” la oración de las madres (de la Virgen Santísima a santa Mónica –el encuentro concluyó en la víspera de su fiesta– tenemos abundantes ejemplos), lo es más la oración de toda la familia unida. ¿Cómo será la fuerza de la oración de centenares de miles de familias reunidas en torno al Papa, para pedir por el santuario de la vida, que es la familia?, ¿cómo será la fuerza de esa oración para preservar la identidad de esa institución, absolutamente imprescindible para que el hombre pueda alcanzar su felicidad en esta vida y también en la otra?

      Por ello, el Encuentro Mundial de las Familias, que tuvo lugar en Dublín del 21 al 26 de agosto, culminó con la santa Misa precedida por el Papa. La eucaristía sirvió para recordarnos: está muy bien todo lo que hacen por la familia, toda su lucha para preservar su identidad, todos sus esfuerzos cotidianos para vivir conforme a un ideal tan elevado, bello y atractivo; pero no olviden que lo principal no es lo que el hombre hace, sino lo que hace Dios. Por eso, para que el hombre de hoy redescubra la belleza de la familia, es fundamental difundir el evangelio de la familia, más importante vivirlo, pero lo esencial y definitivo es, y lo será siempre, rezarlo, la oración. Una oración que se enriquece exponencialmente si se realiza en familia, y cuyo efecto multiplicador y esperanzador es grandioso, si a los centenares de miles de familias, que en torno al Papa claman a Dios por defenderla, nos unimos, alrededor del mundo, todos aquellos que valoramos y aspiramos a preservar la belleza y el valor de tan maravillosa institución; mejor aún si lo hacemos en familia.

      Es lugar común considerar el Día de la Madre como una “pequeña Navidad”, por la impresionante actividad comercial que genera. En efecto, pienso que a todos nos da alegría poder celebrar a nuestra madre y, en general, si hay algo sagrado para nuestra cultura es la madre, de forma, por ejemplo, que nadie tolera, justamente, que le falten al respeto. La expresión comercial de ese fenómeno cultural cristaliza en la efervescencia consumista característica de estos días.

      Sin embargo, la cultura contemporánea mantiene una actitud ambivalente, cuando no ambigua frente a la maternidad. Se da, en efecto, una paradoja: lo más valioso para alguien suele ser su madre, pero cada vez menos mujeres quieren ser mamás. O, formulado diversamente, siendo la maternidad en principio lo más grande, lo más reconocido, lo más querido (por lo menos cuando se acerca el Día de la Madre), para muchas mujeres viene a ser también, en ocasiones, “lo más temido”, un obstáculo para su “realización”.

      La cultura hodierna ofrece dos mensajes discordantes sobre la maternidad: como algo invaluable, que debe aprovecharse en clave consumista, y como una limitación en el proyecto personal de una mujer, un límite a su “realización”. Esto último está lejos de ser una impresión subjetiva, sino que se materializa incluso en los usos del lenguaje. En efecto, actualmente cuando a una mujer le preguntan “¿te cuidas?”, “¿te estás cuidando?”, no se refieren a los ladrones, los violadores, los estafadores… La pregunta se refiere a los hijos. En realidad, es la expresión abreviada y eufemística de “¿te estás cuidando para no tener hijos y no ser madre?”.

      Ese “cuidarse” de la maternidad y de los hijos va mucho más allá de un uso lingüístico generalizado, pues se convierte muchas veces en una presión social, familiar, profesional e incluso médica. La esquizofrenia social resulta patente: la madre es lo más sagrado y, a la vez, lo más temido, evitado, minusvalorado. Existen de hecho “estándares de maternidad” o, por llamarlo de algún modo, “criterios políticamente correctos de lo que debe ser la maternidad”. Entre estos criterios se pueden mencionar: no ser madre demasiado pronto, es decir, mejor en la década de los treinta. No ser demasiado fecunda, pues se ve mal tener más de dos hijos. Uno, o dos como máximo, mejor si es “la parejita”, y párale de contar, pues tener más puede ser calificado de “irresponsabilidad” (¡somos tantos en el mundo!, ¡hay tan poca agua!, ¡depredamos las otras especies!), olvidando que con tan estrechos estándares no garantizamos ni siquiera el relevo generacional que es de 2.1 hijos por pareja (suena horrible esta expresión, pero, en fin, es la que está en boga). Lo “políticamente correcto” en este tema nos conduce lenta, pero inexorablemente, a la extinción como especie.

      Antes era normal celebrar un nuevo embarazo. Ahora puede dar lugar a burlas, comentarios irónicos o sarcásticos en el entorno familiar o social. Algunas empresas preguntan durante las entrevistas de trabajo a las mujeres si tienen pensado embarazarse, para descartarlas como candidatas al puesto si la respuesta es afirmativa; es decir, se da de hecho una auténtica discriminación laboral para la mujer que aspire a ser mamá. Los médicos no se quedan atrás, pues si la mujer ya cumplió con la “meta ideal” de los dos hijos, le preguntan insistentemente, muchas veces durante los trabajos del parto