significa ser persona, de lo que es la vida y la familia. Han crecido en un entorno hostil, donde sólo se busca hacer de ellos consumidores, dependientes de una multitud de productos superfluos. Les han prometido una felicidad espuria y sin sentido. Las protestas sacan a la luz algo que se cuece dentro, llevan a la superficie toda esa efervescencia interior, ese malestar del alma mal gestionado. Por ello, más allá del contenido concreto de sus reclamos, con los que podemos estar más o menos de acuerdo, quizá podamos poner atención en todo ese dolor reprimido e inconfesado, en la situación dramática y confusa en la que han comenzado a vivir, en intentar comprender lo que llevan dentro buscando crear empatía; esforzarnos por desmentir el refrán que sentencia: “árbol que crece torcido, su tronco jamás endereza”.
Género: perspectiva, ideología y educación
La Congregación para la Educación Católica, organismo de la Santa Sede que ayuda al Papa en la dirección y orientación de las universidades y colegios católicos, publicó, recientemente, el documento “Varón y Mujer los creó”, como una vía para dialogar sobre el tema del gender en la educación. Se trata del segundo documento magisterial que aborda expresamente la cuestión del género. En el año 2004 apareció la “Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración entre el hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo”. Un documento señala los límites teológicos y antropológicos de la ideología de género, el otro ofrece un discernimiento de sus elementos en orden a proporcionar una adecuada educación de la afectividad.
El texto se sitúa en la tradición del más genuino espíritu cristiano, desea “transformar positivamente los desafíos actuales en oportunidades”. En vez de descalificar en bloque, busca reconocer las aportaciones valiosas que las diferentes teorías pueden aportar, distingue con precisión los elementos que no son compatibles con la doctrina de la Iglesia o entrañan manipulación, error o engaño. Para ello se sirve del clásico esquema triple, al estilo Francisco: primero “escuchar”, después “razonar”, para finalmente “proponer”.
La sabiduría bimilenaria de la Iglesia sabe reconocer los elementos positivos y las legítimas demandas que laten en las diversas corrientes de pensamiento. En este caso, procura resaltar las aportaciones de la “perspectiva de género”. Esto supone un gran paso, ya que es el primer documento magisterial que la acepta como legítima. Distingue la “perspectiva de género”, que puede ser muy valiosa, de la perniciosa “ideología de género”. Mientras que la ideología se muestra dogmática, exclusivista e impositiva, la perspectiva se propone simplemente ahondar en las diferencias culturales que tienen su origen en el dimorfismo sexual, propio de la naturaleza humana.
¿Cuáles serían los elementos positivos de la “perspectiva de género”, compartidos por la visión católica de la persona? Fundamentalmente “luchar contra cualquier expresión injusta de discriminación”. Esto se concreta, en la tarea educativa, al enseñar a niños y jóvenes a “respetar a cada persona, de modo que nadie pueda convertirse en objeto de acoso”. La correcta “perspectiva de género” rescata los valores de la feminidad y los considera aportaciones fundamentales para la sociedad, como son la “capacidad de acogida del otro” y el “sentido y respeto por lo concreto”.
El texto también incluye un valiente examen de conciencia y reconoce las limitaciones que, en este tema, de alguna manera ha fomentado la visión religiosa a lo largo de la historia. Entre ellas están las “injustas formas de subordinación” de la mujer respecto del varón, las cuales han producido “cierto machismo disfrazado de motivación religiosa”.
A su vez tiene el valor de señalar con nitidez aquellos puntos incompatibles con la doctrina cristiana y con la recta razón y señala con claridad sus peligrosas consecuencias. El problema está no tanto en la distinción entre sexo y género, sino en su separación dialéctica, la cual supone una innecesaria contraposición entre naturaleza y cultura. El género sería más importante que el sexo, que termina por ser irrelevante. El resultado es una visión negativa del matrimonio entre un hombre y una mujer, de los vínculos y obligaciones que produce, por considerarlos herencia de una cultura patriarcal y un límite a la libertad. Ignora así que “la decadencia de la institución matrimonial está asociada a un aumento de la pobreza y de numerosos problemas sociales, los cuales afectan particularmente a las mujeres, los niños y los ancianos”.
El texto denuncia los peligros de la imposición por vía educativa de una forma de “pensamiento único”, la cual hábilmente manipula a la opinión pública: “A menudo, de hecho, el concepto genérico ‘de no discriminación’ oculta una ideología que niega la diferencia y la reciprocidad natural entre el hombre y la mujer”. Se instrumentalizan así los injustos sufrimientos de la mujer o de algunas minorías para imponer la propia agenda política. Al hacerlo, se priva a los padres de su legítimo derecho a educar la prole, y se otorga al Estado, desordenada y totalitariamente, un poder absoluto.
Para subsanar este abuso propone “reconstruir la alianza educativa entre la familia, la escuela y la sociedad” y brindar una auténtica educación de la sexualidad y la afectividad. Dicha enseñanza debe profundizar en “el significado del cuerpo” y del sexo, fomentar un sano “sentido crítico en niños y jóvenes ante la pornografía descarada y los estímulos que pueden mutilar su sexualidad”.
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