Ronal Orlando Serrano Romero

Movilidad Urbana y Espacio Público


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      2.3. Espacio público: espacio humano

      El espacio público es el lugar de la colectividad donde ocurre el contacto social y democrático entre personas de todos los estratos de la sociedad: “es por excelencia el elemento que estructura la ciudad y articula los espacios privados […] lugar de encuentro de los ciudadanos y factor determinante en la calidad de vida” (Castro, 2003, p. 77). Por tanto, la calidad de su estructura física y su cobertura son aspectos fundamentales en la consolidación de la vida pública y en la creación y fortalecimiento de una relación de afecto con el territorio asociada a la identidad simbólica colectiva.

      Entonces, la forma del espacio público se relaciona directamente con el papel que los ciudadanos pueden jugar en la ciudad. Gehl (2013, p. 35) afirma que la manera en que se diseña el espacio público y sus elementos incide en la democratización del territorio favoreciendo el tránsito a pie y la permanencia de las personas en la calle. Esto último se verifica cuando las personas realizan diferentes actividades en el espacio de la ciudad.

      Según el autor, existen tres tipos de actividades exteriores: las necesarias, las opcionales y las resultantes (que pueden entenderse como actividades sociales). Las actividades necesarias son de carácter cotidiano, los participantes no pueden elegir si las realizan o no, y por ello se realizan bajo casi cualquier condición sin tomar en cuenta el entorno construido. En otras palabras, las actividades necesarias son independientes de la configuración y la calidad del espacio. Las actividades opcionales están motivadas por el deseo. Una persona sólo realizará una actividad exterior opcional en caso de así quererlo y en la medida en que las condiciones del entorno construido sean idóneas. Las actividades resultantes o sociales toman lugar cuando se incrementa el tiempo de permanencia y surgen contactos espontáneos entre personas que intervienen en actividades necesarias u opcionales. Entonces, las condiciones del espacio construido inciden en la cantidad, calidad y duración de los encuentros, en la diversidad de las actividades y en la consolidación de un sistema de relaciones sociales más completo.

      De este modo, se demuestra el papel del espacio público construido como elemento que, según su calidad, fomenta la aparición y consolidación de actividades colectivas14, dotando a la ciudad de lugares de encuentro en los cuales se da la función social de la calle a partir de la animación y el uso del territorio. Por esta razón, para soportar la vida en la calle no es suficiente con diseñar espacios que respondan únicamente a la necesidad de ir y venir, se requiere de un diseño susceptible de dar lugar a los viajes peatonales mientras se motiva la permanencia de pie, sentado o deambulando.

      La relación de las personas con la ciudad se da de la misma manera en que el espacio público tenga un carácter acogedor que responda a unas necesidades propias del ser humano en términos de tamaños y velocidades. Por ejemplo, calles estrechas, cruces cortos y detalles que faciliten el goce de un entorno más próximo. Con base en dicho planteamiento, el espacio de la ciudad debería ser considerado desde una perspectiva peatonal, en la que el diseño, tanto del espacio como de los elementos que organizan la calle, sea perceptible al caminante con dos propósitos principales: i) generar un ambiente diverso en el que sea interesante deambular y ii) contribuir a la aprehensión del espacio como uno de naturaleza humana y cálida, apto para permanecer e involucrarse en diferentes actividades.

      Como conclusión, se establece que la importancia del diseño formal del espacio público se hace evidente cuando la composición de la calle y la organización de los elementos del entorno construido brindan soporte a las necesidades del caminante y le otorgan la posibilidad de permanecer. Así, se motiva la transformación de las actividades necesarias, en opcionales y resultantes, con lo que aparecen espacios beneficiosos para la consolidación del carácter social del territorio y la creación o el fortalecimiento del paisaje simbólico colectivo.

      2.4. El espacio público de la movilidad

      La consolidación del paisaje simbólico y de la imagen de un sector de la ciudad ocurre en la medida en que éste se hace significativo para la colectividad a partir de las relaciones que se establecen entre personas y espacio. Los elementos que hacen significativo a un lugar son los sitios en los que pasa algo, es decir, donde la concentración de actividades humanas y los flujos próximos que permiten a más personas unirse a éstas convierten dichos espacios en nodos que brindan soporte físico a las experiencias colectivas15.

      Sin embargo, en un sector en el que prime la presencia del vehículo privado, los nodos tienden a dejar de ser evidentes y pueden desaparecer en el paisaje homogéneo del tránsito motorizado, pues este último requiere de espacios pensados en una escala que se distancia, necesariamente, de la escala humana. Como resultado, se afecta la posibilidad de hacerse presente a pie en el espacio de la ciudad y se sacrifican las señales que hacen del barrio un ámbito espacial atractivo. Aquí se reconoce una desvinculación entre la persona y la esfera de lo público, lo que redunda en la imposibilidad del peatón de convertirse en ciudadano ya que se empieza a desvanecer el hecho colectivo y el mismo soporte físico de la experiencia.

      Las personas “liberan su tendencia al contacto social cuando se les ofrece espacio para ello” (Wiedenhoeft, 1979, p. 137), pero cuando el entorno construido no ofrece lugar para el encuentro de diferentes clases sociales, por la irrupción del tráfico motorizado, se hace necesario replantear la relación del espacio construido para el transporte y del espacio construido para la vida pública de las personas considerando la planeación conjunta de estos territorios.

      La planeación de la movilidad urbana debe conciliarse así, con la organización del espacio público en esquemas de ciudad que garanticen que la calle “admita a todos los usuarios de forma clara” (Herce y Magrinyà, 2013, p. 26), bajo principios de compactación, densificación y diversificación que contrasten con la desintegración social producida por el uso indiscriminado del vehículo particular. Un modelo sostenible de planeación de la movilidad urbana incluye, según Herce y Magrinyà (2013, p. 35), la adecuación del espacio de la ciudad a otras formas de movilidad y la distribución de la infraestructura y de la inversión pública de manera más equitativa, favoreciendo la coexistencia y el acceso a diversos modos de transporte por grupos sociales.

      La caminata es un modo alternativo de movilidad urbana que concilia todos los aspectos de la planeación, ya que funciona como modo de desplazamiento sobre el espacio público-colectivo de la ciudad16 donde ocurre una pluralidad de funciones en el lugar de lo público. Por este motivo, los autores proponen que la atención a la adecuación del espacio para los recorridos a pie debe ser fundamental en la resolución de los sistemas de movilidad urbana sostenible.

      3. A manera de conclusión: hacia una perspectiva del espacio de la ciudad caminable

      3.1. El peatón y el espacio de la ciudad

      El espacio organizado en torno a las necesidades humanas y colectivas configura, a lo largo de la historia, las calles, las plazas y los parques en las ciudades. El caminante encuentra en estos elementos sitios de contemplación, haciéndose un ser público por naturaleza mientras interactúa con el entorno construido de la ciudad y con otras personas. De esta forma, genera vínculos y una participación activa que lo convierte en ciudadano (Wiedenhoeft, 1979, p. 141). En concordancia, el espacio de la ciudad tiene una vocación social cuyo objetivo es brindar soporte a las actividades humanas que toman lugar cuando los ciudadanos se encuentran.

      En los lugares donde se intensifican los encuentros sociales entre ciudadanos y elementos del entorno construido, los territorios se hacen más significativos y la identidad cultural se instaura. También se consolida el hecho colectivo en la medida en que los intereses comunes facilitan la identificación propia y del otro como miembros de un mismo grupo social con principios, creencias y prácticas comunes. A manera de conclusión, se puede establecer que caminar la ciudad, con cualquier intención, da lugar a contactos directos entre ciudadanos, favoreciendo la aparición fortuita de espacios públicos de encuentro y relaciones sociales cuya formalización y prevalencia dependen de la materialización de un paisaje simbólico17.

      La materialización del paisaje simbólico resulta ser una tarea que le corresponde a ciudadanos encargados de planear la ciudad, fundamentalmente su espacio público. Esta planeación se realiza de acuerdo con lineamientos humanos en los que