al trabajo están organizadas por el sexismo. De la misma manera, el individuo racializado es primero explotado y dominado en tanto que racializado: su subordinación y su incorporación al trabajo pasa por el racismo. El sexismo y el racismo son relaciones de poder que Marx consideraba como anacronismos; sin embargo, parecen ser tan indispensables para el funcionamiento del mercado mundial como el trabajo abstracto.
Los modos de producción y dominación ejercidos por y sobre las mujeres, los colonizados y los indígenas no pueden superponerse directamente a los que ejerce el capital. Ambas jerarquías, blancos/no blancos y hombres/mujeres, se caracterizan por relaciones de poder personales. No están mediadas por el mercado, ni por la técnica, ni por la organización científica del trabajo. Como en el sistema feudal, el poder se ejerce a través de la dominación directa del hombre sobre la mujer, del amo sobre el esclavo, de los blancos sobre los racializados.
Marx afirma en los Grundrisse que el capitalismo había borrado definitivamente las “relaciones de dependencia personal” para establecer una “independencia personal fundada en la dependencia material” impersonal. Pero esta última solo concierne a los asalariados, mientras que las tres cuartas partes de la humanidad han estado y siguen estando bajo el yugo de la dominación personal. La naturalización, es decir, la reducción de las mujeres, de los colonizados, de los nativos, de los inmigrantes a objetos, no se produce a través del fetichismo de la mercancía y sus caprichos metafísicos como piensa Marx, sino directamente a través del poder personal.
El trabajo de las mujeres, los esclavos, los colonizados y los nativos no es como el “trabajo abstracto” marxista, un trabajo formalmente libre, institucionalizado, contractualizado y remunerado. Por el contrario, es gratuito o escasamente remunerado, en todo caso desvalorizado, por ser considerado como no productivo. Si la fuerza de trabajo de los obreros se vende temporariamente a cambio de un salario, en cambio el trabajo de las mujeres y los esclavos (de los colonizados, de los indígenas) no constituye, estrictamente hablando, una fuerza de trabajo, porque es apropiado de una vez por todas y a su ejercicio no corresponde ningún ingreso. ¡Es un trabajo gratuito, en cualquier caso nunca pagado por su valor!
Sin la extorsión de este trabajo no libre y sin la depredación del trabajo de la naturaleza y sus recursos, el capital y el fabuloso desarrollo de su ciencia y sus técnicas no podrían sobrevivir ni un solo día.
La teoría del poder de Michel Foucault cae en la misma ceguera eurocéntrica y androcéntrica. El poder descrito como biopolítico requiere que el sujeto sobre el que se ejerce sea libre (“el poder se ejerce únicamente sobre ‘sujetos libres’”).
Foucault solo analiza un tipo de poder cuyas propiedades universaliza, para el cual la libertad es al mismo tiempo “su precondición, puesto que debe existir la libertad para que el poder se ejerza, y también su soporte permanente”.4 Entre el poder y la libertad se establece una relación de articulación y no de exclusión.
Este modo de ejercicio del poder no concierne a las mujeres, ni a los colonizados, ni a los esclavos, cuya libertad ni siquiera tiene la formalidad de derecho de los asalariados. En las relaciones de las clases raciales y sexuales, existe, efectivamente, una relación excluyente entre el poder y la libertad. Esta última queda del lado de las luchas de las mujeres y las personas racializadas.
Aparecen problemas radicalmente nuevos: el “enemigo principal” no es el mismo para los obreros, las mujeres, las personas racializadas; las diferentes luchas de clases tienen objetivos y prioridades que pueden entrar en conflicto.
Acabamos de esbozar rápidamente un nuevo marco para las luchas de clases. La mayor parte de este libro estará dedicada a profundizarlo. Nació con el capitalismo mismo, pero se volvió políticamente subjetivo en el siglo XIX y especialmente en el siglo XX. Se generalizó radicalmente en los años 60 y 70 con las revoluciones por la liberación de los colonizados, las mujeres y las luchas ecologistas.
4. EL MARCO DE LAS LUCHAS DE CLASES Y LAS REVOLUCIONES
Las condiciones para las luchas de clases contemporáneas (y para una posible ruptura revolucionaria) han sido establecidas por la máquina capitalista porque, con el eclipse de la revolución, hace cincuenta años que conserva la iniciativa.
La desbandada que siguió a la derrota de la revolución mundial posterior a la Segunda Guerra Mundial se manifiesta en la incapacidad de las teorías y los movimientos políticos contemporáneos para definir estas condiciones. La mayoría de los intelectuales críticos (Michel Foucault, Wendy Brown, Pierre Dardot, Christian Laval, Barbara Stiegler, etc.) se limitan a reciclar la ideología promovida por el propio capital, sus economistas, los expertos y los medios: el neoliberalismo. Confunden lo que escriben los intelectuales liberales, lo que sostienen sus expertos, con las políticas liberales que efectivamente se practican.
Si usamos este término, que ya forma parte de los hábitos de pensar y de hablar, el contenido que le atribuiremos será diferente, en el sentido de que, para nosotros, el neoliberalismo no tiene nada de liberal, ya que es a la vez producción y guerra, organización del trabajo y violencia de clase, Estado administrativo y estado de excepción. Las definiciones del neoliberalismo por medio del mercado, el capital humano, el empresario de sí mismo, etc., no expresan más que ideologemas que nos alejan del capital realmente existente, sin posibilidad de retorno. Este punto de vista, aun siendo crítico, sigue estando centrado en el Norte del mundo, lo que falsea por completo el análisis.
Creo que el análisis más convincente de las estrategias de transformación del modo de acumulación de capital fue desarrollado a fines de los años 70 por Samir Amin,5 un comunista de origen egipcio, militante de la causa del Sur, fallecido en 2018. La secuencia de acontecimientos confirmó sus hipótesis.
La lectura de Amin nos permite captar la dimensión global de la estrategia capitalista y leerla como una réplica y una inversión de la iniciativa revolucionaria del siglo XX, ofreciéndonos un panorama a largo plazo. De los dos ciclos de revoluciones, el europeo del siglo XIX que terminó con la derrota de la Comuna de París y el mundial del siglo XX, la máquina del capital siempre ha salido victoriosa desplazando el campo de batalla al mercado mundial.
Su estrategia siempre apuntó a la división entre centro y periferia, mucho más que entre trabajo manual y trabajo intelectual, que concierne solo al trabajo productivo en el Norte. Siempre que un conflicto amenaza la máquina de guerra del capital, reacciona con la globalización.
Si bien el marxismo de Samir Amin sigue sirviendo para describir las estrategias del capital, no es tan útil a la hora de captar los sujetos que pueden ser el vehículo de una crítica destructiva, porque es un marxismo que está centrado exclusivamente en la relación capital-trabajo. Sin embargo, al deshacer las ideologías liberales del mercado y desmarcarse del marxismo occidental, esta mirada anclada en el Sur del mundo nos ayuda a desplazar el eje de análisis, aunque sea de manera parcial.
Las “dos largas crisis” que están en el centro de su reconstrucción de las estrategias capitalistas muestran continuidades sorprendentes y rupturas notables: la primera habría tenido lugar entre 1873 y 1890, la segunda entre 1978 y 1991. Se suceden con un siglo de distancia.
La primera larga crisis no es solo económica. Se produce después de las luchas socialistas que culminaron con el establecimiento en 1871 de la Comuna de París, el primer gobierno proletario de la historia. El capital reaccionó atacando en tres frentes:
la concentración y centralización de la producción y el poder;
la ampliación de la mundialización mediante la intensificación de la colonización y el imperialismo;
la financiarización constituye a la vez el actor principal de la aceleración de la producción y de la concentración del poder económico (y político) en el Norte, y una máquina depredadora de actividades no capitalistas y de recursos naturales en el Sur global y del trabajo no asalariado (especialmente doméstico) en todas partes del mundo.
El capital se vuelve monopólico, y le da forma al mercado según su conveniencia. En el mismo