encarnizadamente el desequilibrio –un desequilibrio alimentado continuamente por las guerras de conquista y las guerras imperialistas que desembocaron en las masacres de la Primera Guerra Mundial–. La colonización se apoderó de la totalidad del planeta, intensificando la esclavitud y el trabajo forzado y desencadenando una rivalidad entre imperialismos por el acaparamiento de las tierras “sin dueño”. La financiarización produjo una renta imperialista que benefició primero a los monopolios de los dos imperios coloniales más grandes de la época, Inglaterra y Francia, pero que derramó, en ínfimas cantidades, en los bolsillos de los obreros y proletarios del Norte, como ya lo había señalado Engels. Esta pequeña renta imperialista constituirá, incluso hoy, el dispositivo de división más importante entre el proletariado del centro y el de las periferias.
La ruptura del capitalismo monopólico con el capitalismo “liberal” de la Revolución Industrial será objeto de análisis de Rudolf Hilferding, John Atkinson Hobson y Rosa Luxemburgo. Lenin es quien mejor comprendió la nueva naturaleza del capital y, junto con los bolcheviques, supo elaborar una estrategia adecuada.
Esta triple estrategia del capital producirá una globalización del comercio, un auge de las invenciones científicas y técnicas y una expansión de los medios de comunicación sin precedentes. La socialización del capital se desarrolló a una escala hasta ahora desconocida. Cínicamente, el período (entre 1890 y 1914) de mayor polarización de ingresos y patrimonios en beneficio de los rentistas se llamó Belle Époque. Pronto resultará inviable. Las diferencias de clase, la explotación de los pueblos colonizados y la competencia entre imperialismos armados hasta los dientes se exacerbó.
La Belle Époque desencadenó una serie de guerras y revoluciones que continuarían a lo largo del siglo. Esta aceleración de la mundialización incubó en su interior la guerra de 1914-1918, la revolución soviética, las guerras civiles europeas, el nazismo y el fascismo, la crisis de 1929, la Segunda Guerra Mundial, los procesos revolucionarios en Asia, Hiroshima y Nagasaki, etc. Pero el acontecimiento que tendrá consecuencias políticas formidables es “la entrada de los pueblos oprimidos en la lucha revolucionaria” (Lenin).
Al calificar el siglo XX que se extiende de 1914 a 1989 como “corto”, se banaliza la intensidad de la confrontación de clases y del poder de destrucción implementado por el capital. Sería mejor llamarlo el siglo de las revoluciones y contrarrevoluciones.
La segunda gran crisis que analiza Samir Amin no comenzó en 2008 con el colapso financiero, sino mucho antes, en 1971 con la declaración de la inconvertibilidad del dólar y el oro. La potencia imperialista dominante, Estados Unidos, reconoció así la necesidad de cambiar de estrategia ante el despliegue de luchas y revoluciones de posguerra.
Durante este período, que para Samir Amin se extiende de 1978 a 1991, las tasas de crecimiento y las tasas de inversión productiva se redujeron a la mitad en comparación con las de los Treinta Años Gloriosos. Nunca volverán al nivel de la posguerra. La crisis llega después de un siglo de luchas sociales en Occidente y un gran ciclo de revoluciones socialistas y de liberación nacional en las periferias del mundo occidental. El capital respondió a la caída de la rentabilidad y a las revoluciones de posguerra renovando la triple estrategia adoptada a finales del siglo XIX que, como la primera, no tiene nada de liberal:
centralización y mayor concentración de poder y capital;
nuevo impulso de la globalización y el neocolonialismo;
intensificación de la financiarización capaz de garantizar una nueva renta monopólica e imperialista.
El neoliberalismo, como las teorías neoclásicas de hace un siglo, irrumpió en medio de la crisis celebrando la acción del mercado, al mismo tiempo que se afirmaban los monopolios (perfectamente expresados por las finanzas). El capitalismo contemporáneo retomará la iniciativa sirviéndose también de la ideología del mercado. Incluso Michel Foucault (y sus numerosos “discípulos”) contribuirán a la ignorancia de la acción de los monopolios6 privilegiando la acción de la competencia, el riesgo, la incertidumbre, la inseguridad, que, de hecho, solo conciernen a los trabajadores, a los pobres y a las mujeres.
Esta estrategia no es una simple reedición de las políticas monopólicas implementadas a fines del siglo XIX. Constituye un salto cualitativo. Lenin creía que los monopolios, tal como aparecían en su época, constituían el “estadio superior” del capital. Por el contrario, entre 1978 y 1991 surgió una nueva ola de monopolios y oligopolios aún más fuerte. Samir Amin los denomina “monopolios generalizados” porque ahora controlan todo el sistema de producción e intervienen en toda la cadena de valor: “Los monopolios ya no son islas (por grandes que sean) en un océano de empresas que no lo son –y que, por lo tanto, siguen siendo relativamente autónomas–, sino un sistema integrado” gracias al cual controlan “estrechamente al conjunto de los sistemas productivos. Las pequeñas y medianas empresas, e incluso las grandes empresas que no pertenecen a la propiedad formal” de los monopolios, están encerradas en el sistema de “control establecido con antelación y con el aval de los monopolios”.7
4.1. La colonización del centro
La globalización contemporánea ya no enfrenta a los países industrializados con los países subdesarrollados como ocurría hace un siglo. Produce una deslocalización de la producción manufacturera en estos últimos que actúan como subcontratistas, sin ninguna autonomía, ya que su existencia depende de capitales extranjeros. La polarización centro/periferia, trabajo asalariado/no asalariado, gratuito o muy barato, que le da a la expansión capitalista su carácter imperialista, continúa y se profundiza. Se instala tanto en las antiguas colonias sede de una nueva industrialización como en los países del Norte donde se organiza una forma de colonización interna –una novedad para destacar–.
Las revoluciones antiimperialistas del siglo XX atacaron la separación centro/periferia, que fue el principal resultado de la colonización iniciada a partir de 1492. La contrarrevolución capitalista revirtió esta ofensiva del proletariado mundial generalizando la “colonización”. Gilles Deleuze y Félix Guattari a principios de los años 80 ya habían evocado el “tercer mundo propio” y el “propio sur” dentro del norte. Posteriormente, Étienne Balibar habló de “colonización del centro” o de “hipótesis colonial generalizada”: “Cuando el capitalismo ha terminado de conquistar, repartir y colonizar el mundo geográfico –convirtiéndose en planetario–, comienza a recolonizarlo o a colonizar su propio centro”, escribió. Estos autores revelan la naturaleza de lo que se llama la precarización del trabajo y el desarrollo de la pobreza en el Norte: los “centros” de empleo estables y en constante contracción dominan sobre “periferias internas” de empleos precarios, mal remunerados o no remunerados, en incremento continuo.
La línea de color que separaba metrópolis y periferias se ha fracturado. Atraviesa y se infiltra en el Norte, trazando nuevas fronteras, nuevos territorios “salvajizados” y nuevas exclusiones /inclusiones.
En los “países emergentes” parte de la población está empleada en empresas subcontratistas, mientras que la gran mayoría cae no en la pobreza, sino en la miseria. Para Amin, la India ofrece el mejor ejemplo: “De hecho, hay aquí segmentos de la realidad que corresponden a lo que requiere y produce la emergencia. Hay una política de Estado que favorece el fortalecimiento de un sistema productivo industrial consecuente, hay una expansión de las clases medias asociadas a él, hay un aumento de las capacidades tecnológicas y de la información, hay una política internacional capaz de autonomía en el escenario mundial. Pero hay igualmente, para la gran mayoría –dos tercios de la sociedad– una pauperización acelerada. Se trata, por lo tanto, de un sistema híbrido que combina emergencia y lumpen-desarrollo”.
El índice global del hambre coloca a India, un país BRIC (Brasil-Rusia-India-China), en la posición 112 sobre 117 países (muy por detrás de Nepal: 73, Bangladesh: 88 y Pakistán: 94). No se trata de reserva de supernumerarios, como cree Samir Amin, sino de zonas de trabajo gratuito o mal pago.
En China, 300 millones de inmigrantes