Ian Parker

Psicoanálisis y revolución


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aparecen los síntomas que luego ella misma intenta calmar a través de sus habilidades supuestamente psicoterapéuticas.

      La difusión de la psicología en todo el mundo y en la vida cotidiana está provocando una reducción, contracción y simplificación de la experiencia, de la forma en que sentimos, pensamos y hablamos acerca de nosotros mismos. Nuestro comportamiento se parece cada vez más al de las pobres caricaturas psicológicas de la existencia humana que nos rodean por todos lados. Estas caricaturas se difunden por medios como el cine y la televisión, las revistas y los periódicos, los bestsellers y los manuales de autoayuda, la psicoterapia, la reeducación emocional, el coaching en las empresas, las opiniones de los expertos, las redes sociales y hasta las iglesias pentecostales.

      Todo el entorno cultural está saturado con simplistas representaciones psicológicas altamente funcionales para el sistema capitalista. Ciertamente nos reconocemos en ellas, pero no porque sean tan fieles que nos reflejen tal como somos. Lo que ocurre es que son tan poderosas que nos hacen reflejarlas, corresponder a ellas, actuarlas y vivirlas en nuestras miserables condiciones de vida.

      La psicología tiene tanto éxito que logra desplegarse y confirmarse a través de nosotros. A veces nuestra existencia parece incluso materializar conceptos de las grandes corrientes psicológicas, entre ellas la conductista, la humanista, la cognitiva e incluso la psicoanalítica. Los consumidores, por ejemplo, han aprendido a responder a estímulos publicitarios, identificarse con la naturaleza humana que se les vende, procesar la información requerida para comprar y entregarse a las pulsiones ocultas que los empujan al consumismo.

      Incluso hay versiones psicoanalíticas exitosas de la psicología, como las hay también de la psiquiatría. Debemos cuidarnos de estas imposturas, que son capitulaciones ante la “normalidad” y distorsiones ideológicas de lo que debería ser un enfoque radical y liberador. El psicoanálisis no puede volverse psiquiatría o psicología sin dejar de ser lo que es, perder su utilidad para los movimientos de liberación e incluso volverse perjudicial para ellos, no sólo despolitizando al psicologizar o psiquiatrizar, sino contribuyendo a adaptar y sojuzgar en lugar de liberar.

      Es posible adulterar y degradar el psicoanálisis al hacerlo funcionar como la psicología y ayudar a los sujetos a ser lo que deben ser para insertarse de la mejor manera en el capitalismo. Sin embargo, si queremos preservar el psicoanálisis como lo que es y puede ser, necesitamos deslindarlo de este proceso y mostrar cómo puede permitirnos resistir contra él. El propio psicoanálisis, debido a la historia de adaptación a la que ha estado sujeto, se ha implicado por sí mismo con la ideología, pero se rebela. Es como si el psicoanálisis fuera él mismo un síntoma de opresión que ahora puede ser hablado, y en el proceso de hablarlo bien, podemos liberarlo y liberarnos a sí mismos.

      El psicoanálisis está desgarrado por el conflicto. Habla de conflicto al dar cuenta de nuestra naturaleza humana construida históricamente. Ha surgido en un momento histórico preciso, reflejando las necesidades, inclinaciones y aspiraciones contradictorias de un sujeto humano que lleva en su interior las contradicciones de nuestro mundo. Es también por esto que podemos hablar del psicoanálisis como de un síntoma.

      El enfoque psicoanalítico no sólo se ocupa de manifestaciones sintomáticas del sufrimiento del sujeto, sino que él mismo es un síntoma. Él mismo es tan contradictorio como lo que aborda. Es por esto por lo que, al mismo tiempo que pedimos al psicoanálisis que trate la naturaleza contradictoria de la vida bajo el capitalismo, que atienda los síntomas que surgen hoy en la sociedad, también le exigimos que sea una “psicología crítica” reflexiva capaz de examinarse a sí misma. Debemos analizar qué hace que el psicoanálisis se adapte a la sociedad y qué le permite resistir y convertirse en algo subversivo y liberador.

       Conflicto

      Lo que ocurre con el psicoanálisis es lo mismo que sucede con la subjetividad que lleva un síntoma en sí misma. Los sujetos están desgarrados por conflictos. Se encuentran habitualmente aprisionados en relaciones opresivas dañinas, atrapados por un patrón de experiencia particular, biográficamente distinto en cada caso. Esto es lo que viene a definir quiénes son, lo que los hace reconocibles como la misma persona para ellos mismos, para su familia y sus amigos.

      Lo distintivo de cada uno es algo inconsciente en lo que uno está atrapado, algo resistente y repetitivo, así como contradictorio, conflictivo. Hay un conflicto interno que se concreta en el síntoma propio de cada persona. Este síntoma puede paralizar a la persona e impedirle transformarse y modificar las relaciones que la oprimen y la dañan. El cambio a menudo ocurre cuando sucede algo dramático o traumático, algo que rompe con los patrones mantenidos inconscientemente, como puede ser un cambio social por el que se posibilita un cambio individual.

      El proceso de cambio y la cristalización del conflicto en el síntoma pueden entenderse dialécticamente. El conflicto es lo que nos atrapa, lo que nos inmoviliza, pero es al mismo tiempo lo que nos hace movernos para solucionarlo y liberarnos de él. Nuestro movimiento es tan impulsado como estorbado por el conflicto. Esto nos hace movernos poco a poco, avanzar y tropezar, cambiando sin cambiar casi nada, pero los pequeños cambios de pronto producen una transformación.

      Los cambios cuantitativos acumulados preparan una mutación cualitativa. Esto sucede en el nivel político cuando una lucha colectiva sostenida conduce finalmente, después de años de esfuerzo, a nuevas posibilidades y a la aparición de nuevas formas de subjetividad. Lo mismo ocurre en la clínica cuando el síntoma se manifiesta como un conflicto abierto y exige una decisión sobre cómo seguir con la vida. Como se comprueba en este caso, el síntoma es un obstáculo, pero también, dialécticamente entendido, es una oportunidad.

      El síntoma es una oportunidad para cambiar y no sólo para conocerse. Es por esto por lo que no debe eliminarse, como lo hacen habitualmente psicólogos y psiquiatras, que así pueden asegurarse de que nada se descubra y todo siga igual. Para descubrirse y transformarse, hay que escuchar al síntoma con la mayor atención, como se hace en el psicoanálisis.

      Las personas acuden al psicoanalista no porque tengan síntomas, ya que todos los tienen en esta sociedad enferma, sino porque se vuelven insoportables, porque hay un inminente desplazamiento de la miseria cuantitativa a alguna forma de cambio cualitativo. Una de las tareas del psicoanálisis clínico es orientar el tratamiento de tal manera que este cambio cualitativo se haga posible para el sujeto, que se le presente bajo la forma de una oportunidad para la reflexión y para la elección decidida sobre cómo vivir la propia vida, en lugar de tambalearse al borde del colapso y de la desesperación. El psicoanálisis le ayuda al sujeto a no ser ni sobrepasado ni vencido por lo que se manifiesta en el síntoma, a sobreponerse a él, lo que sólo es posible al escucharlo y actuar en consecuencia. El síntoma es de naturaleza dialéctica, y el psicoanálisis es un enfoque dialéctico que ayuda al sujeto individual a tomar un nuevo rumbo, hacia la adaptación o la liberación.

      Para ser liberador, el psicoanálisis debe ser liberado. Tiene que liberarse de lo que no es ni está destinado a ser. Debe depurarse del sedimento de mistificaciones, prejuicios, valores, dogmas, estereotipos e ilusiones que se le han inyectado y depositado, neutralizando su potencial progresista y convirtiéndolo en un enfoque instrumentalmente útil para el capitalismo, para el colonialismo y para las relaciones de género opresivas.

      El enfoque psicoanalítico ha sido instrumentalizado en los sucesivos contextos a los que ha intentado adaptarse. Estos contextos han empapado el psicoanálisis con sus normas, creencias, prejuicios y valores, exigiéndole moderar sus reivindicaciones radicales y hacer concesiones. Así, a lo largo de su historia, el psicoanálisis ha ido perdiendo su radicalidad al verse inoculado con todo tipo de contenido ideológico reaccionario. Tal contenido, que incluye venenosas nociones de una supuesta diferencia esencial entre la sexualidad masculina y la femenina, está incorporado en el cuerpo del psicoanálisis como una forma de práctica, una práctica del habla. Esto es grave porque el psicoanálisis es una “cura por la palabra” que nos muestra cómo lo que decimos está conectado con lo que hacemos.

      Los conflictos y las contradicciones de nuestra sociedad de clases resultan indisociables de nuestras palabras, pero también de nuestra vida sexual, la cual, al igual que nuestras palabras, se encuentra en el centro del psicoanálisis. Intentaremos