Ian Parker

Psicoanálisis y revolución


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por lo que el psicoanálisis es tan conocido, pero ¿por qué? Si la familia nuclear se experimentó como el corazón de un mundo sin corazón cuando se desarrolló el capitalismo, la sexualidad se vivió como la parte más íntima y secreta de nosotros. Sin embargo, la vida sexual no sólo fue “reprimida”, escondida como algo vergonzoso y rechazada como algo malo, sino que fue incitada, exigida. Fue así convertida en una obsesión, así como en nuestro punto más débil, en una herida abierta, constantemente irritada, que sirve para dominarnos en una lógica heteropatriarcal.

      El patriarcado es siempre heteropatriarcado. Es siempre heteronormativo, es decir, hace que la heterosexualidad sea obligatoria como base del contrato social de nuestro mundo globalizado. El patriarcado impone el poder de los hombres sobre las mujeres, pero también de los hombres mayores sobre los jóvenes, y además excluye o apenas tolera las diferentes formas de sexualidad. Éste es el caso incluso cuando el capitalismo patriarcal utiliza una versión distorsionada del discurso feminista contra la izquierda o cuando convierte las diversas preferencias sexuales en un nicho de mercado.

      Así como el capitalismo patriarcal puede instrumentalizar el feminismo y la diversidad sexual, absorbiendo y distorsionando estas posiciones radicales y poniéndolas en contra de nosotros, así también puede convertir al psicoanálisis en su instrumento para normalizar y explotar nuestra vida sexual. Nuestra sexualidad, por lo tanto, corre el riesgo de ser afectada por el discurso patriarcal no sólo en el entorno cultural, sino en el escenario psicoanalítico. Podemos ahora purgar el psicoanálisis de ese veneno ideológico, permitiéndole hablar por nosotros y no en nuestra contra ni en lugar de nosotros.

      A diferencia de la psicología, la psiquiatría y la mayor parte de formas de psicoterapia, el psicoanálisis es una profesión “psi” con una diferencia. Puede escucharnos y no está condenado a hablar en lugar de nosotros. Por lo tanto, lejos de pretender arreglar las cosas por nosotros, el psicoanálisis trata el síntoma de nuestro malestar como un mensaje nuestro sobre nuestra miserable condición y sobre la necesidad de un cambio. El psicoanálisis tiene así el potencial de ser un aliado invaluable de los movimientos de liberación. Es, en sí mismo, una teoría y una práctica dialécticas de la liberación.

      Es verdad que los poderosos consiguieron apropiarse del psicoanálisis, pero esto no quiere decir que debamos dejarlo ir, dejarlo en sus manos, y considerarlo parte de ellos. Debemos reapropiarnos el psicoanálisis. Para esto, necesitamos comprender la relación dialéctica entre su trabajo clínico y su contexto histórico en constante cambio. Las condiciones históricas que vieron nacer el psicoanálisis, la alienación bajo el capitalismo, la explotación de la vida y la naturaleza opresiva de la familia nuclear de Europa occidental, fueron precisamente las condiciones que el psicoanálisis pretendía comprender y combatir. Fue en estas condiciones que la sexualidad se vivió como traumática porque fue reprimida y al mismo tiempo, incesantemente invocada y excitada.

      Las condiciones en las que apareció el psicoanálisis, así como las fuerzas ideológicas implicadas en ellas, penetraron en el campo psicoanalítico, distorsionándolo. No existe un psicoanálisis no ideológico, “puro”, pero sí que puede haber una depuración permanente de sus elaboraciones teóricas, una purificación interminable de sus conceptos clave. La compleja relación dialéctica entre su forma clínica y los aspectos ideológicos de la teoría puede aclararse y trascenderse constantemente en la práctica. Es un proceso continuo, siempre inconcluso, de lucha contra el poder, crítica de la ideología y resistencia contra la psicologización.

      Cuatro conceptos clave del psicoanálisis: inconsciente, repetición, pulsión y transferencia, operan como elementos formales radicales de la teoría que nos permiten resistir contra el proceso profundamente ideológico de la psicologización. Estos conceptos tienen un significado particular en la teoría psicoanalítica, pero nuestro objetivo es volverlos aquí significativos para militantes radicales que estén luchando no sólo para cambiarse a sí mismos, sino para cambiar el mundo. El inconsciente, la repetición, la pulsión y la transferencia operan en el mundo y no sólo en el diván del psicoanalista. Debemos considerar estos cuatro conceptos en el espacio de tensión dialéctica entre la clínica como un espacio privado, espacio de trabajo transformador, y el contexto histórico. Los cuatro conceptos deben reconstruirse para ser fundamentalmente históricos por sí mismos, evitando así la trampa de “aplicarlos” a los movimientos de liberación, con lo que dejarían de ser prácticas revolucionarias para convertirse en herramientas de la ideología.

      Hay que entender bien que nuestras luchas no requieren ser interpretadas, justificadas, validadas y mucho menos guiadas por conceptos psicoanalíticos. Tampoco nos conviene que estos conceptos operen como un universo de sentido que limite y cierre el horizonte de libertad por el que luchamos. Nuestros movimientos de liberación deben mantener su camino abierto e ir decidiendo su dirección y su alcance a medida que avanzan y que expanden lo que pueden concebir y realizar. No deben orientarse por el psicoanálisis como por una referencia fija e inmutable, sino servirse de él como de un medio entre otros y transformarlo como transforman todo lo demás en su enfrentamiento contra las condiciones en que vivimos.

      Nos enfrentamos a las condiciones modernas particulares de la cultura, del capitalismo imbricado con el colonialismo y con diversas formas de racismo, sexismo y patologización de las personas que no quieren o no pueden adaptarse al mundo como ciudadanos productivos sanos y de buen comportamiento. El psicoanálisis puede proporcionar valiosa información acerca de la estructura subyacente a la subjetividad en esta cultura global y sobre diferencias que suscitan conflictos entre los pueblos del mundo. Sin embargo, su mayor contribución estriba en la clínica, en la que se basan los cuatro conceptos clave de inconsciente, repetición, pulsión y transferencia que discutimos con más detalle en los siguientes capítulos de este manifiesto.

      Es en la clínica donde descubrimos qué hay más allá de nosotros, cómo repetimos relaciones autodestructivas, por qué nos vemos impulsados a hacerlo y cómo opera el fenómeno de la transferencia como una extraña relación con el psicoanalista. Nuestros descubrimientos en la clínica psicoanalítica no suceden fuera del universo cultural dominante. Es lógico entonces que retroalimenten la cultura, para bien o para mal, por lo que también tenemos algo que decir sobre los peligros de “aplicar” el psicoanálisis fuera de la clínica como una inevitable perversión académica de su práctica.

      Más allá de sus cuestionables aplicaciones, el psicoanálisis puede recrearse como herramienta de un trabajo radical sobre la subjetividad, un trabajo necesario para subvertir con éxito las condiciones existentes. Esta herramienta, entendida dialécticamente, resulta de las elaboraciones teóricas de Freud y sus seguidores, quienes nos permitieron utilizarla para el trabajo radical en la clínica y los movimientos de liberación. Lo que la herramienta produce es parte de un proceso creativo que nos permite hacer más. Nuestro nombre para lo que hace posible es el de “subjetividad revolucionaria”, el de “sujeto revolucionario”.

      En la clínica lo mismo que en la política, el sujeto revolucionario aparece y desaparece, nace, se forja en la lucha y se desvanece nuevamente cuando su trabajo ha terminado. Todo esto no habrá de transformarnos en heroicos individuos revolucionarios, activistas carismáticos o dirigentes curtidos por la batalla. Lo que nos interesa no es la formación de líderes o personalidades, sino la creación de un proceso colectivo de cambio que anticipe el tipo de mundo que deseamos construir.

      El propósito no es convertirnos en psicoanalistas ni mucho menos. Lejos de ello, el resultado final al que siempre aspira el psicoanálisis es que el sujeto humano se deshaga de la escalera que ha utilizado para llegar a cada nuevo lugar. La perspectiva psicoanalítica no debería cerrar nuestro horizonte. Es una oportunidad, no una trampa. A medida que ponemos fin al mundo que genera tanta miseria, también anticipamos el fin del psicoanálisis, del psicoanálisis como un enfoque revolucionario que funciona simultáneamente como una herramienta y como un producto de ese proceso histórico.

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