Cristóbal Olivares

Escenas de escritura


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medio de un mundo en ruinas y que excluye de sí la risa que despersonaliza todo proceso de identificación. D’Annunzio se enmascara de viril soldado para tapar lo que Fasolino afirma es la faceta del “artista consumido de la décadence”.

      Pero si al fin y al cabo lo que expone la risa del comediante dionisíaco es que la identidad es una ilusión, ¿desde cuál máscara d’annunziana Fasolino desplazará la hegemonía del enmascaramiento fascista de D’Annunzio sin repetir la sustancialización de su faz? Aquí entra en escena la faceta burguesa del poeta-soldado, que no es cualquier faceta:

      Podemos aventurar que este es el límite de D’Annunzio —y de muchos otros—: no querer reconocer que en la naturaleza del artista y del poeta late también el burgués que ‘goza’ de su pluralidad de máscaras, de uno de los rasgos más típicos de la modernidad: la oscilación de un comercio íntimo y de un intercambio de máscaras que no tiene fin. (“El caso D’Annunzio…”, en este volumen)

      El expediente biográfico que nos muestra “El caso D’Annunzio” desliza indicios de un burgués que se ha vuelto decadente al renegar de su condición burguesa. Se juegan aquí importantes yuxtaposiciones, condensadas por lo que Fasolino enuncia —al final de su ensayo y especialmente en la nota al pie n.º 29— como el “allanamiento de todo recurso simbólico”, que mucho tiene que ver con el diagnóstico de Heidegger así como con la comprensión que el autor lleva a cabo en torno al psicoanálisis lacaniano. De un Lacan yuxtapuesto con Heidegger a propósito de la estructura del Discurso del Capitalista: aquel que, sustituyendo al Discurso del Amo, pervierte el recurso simbólico, excluyendo de la cadena significante la determinación de la verdad y con ello el lugar donde pudiera inscribirse el Nombre del Padre. La faceta del burgués que esconde D’Annunzio es entonces una clave fundamental, no sólo porque el Discurso del Capitalista enmascara el rostro de la época ‘tardo-mo-derna’, sino también porque constriñe “aquello que somos todos nosotros en cada caso”.

       X.

      Podría ser que el diario de vida como literatura permita que los exiliados del mundo se aproximen a la reinvención de sus hablas proscritas, subvirtiendo en este esfuerzo de sobrevivencia la familiaridad del lenguaje nacional. O cuando menos, sea esta una manera de interrogar el siguiente trabajo de Marc Crépon que lleva por título “Sobrevivir a la pérdida del mundo”, ensayo en torno a los diarios de vida de Günther Anders traducido por Verónica González y Javier Agüero.

      Es importante tener en cuenta que el trabajo de Crépon podría ser dividido en tres ejes: a) “la democracia y la cultura del miedo”; b) “la democracia y la hospitalidad” y c) “el vínculo entre política, violencia y lenguaje”. De hecho, en “Sobrevivir a la pérdida del mundo” Crépon lee los diarios de Anders trabajando esos tres ejes: i) el exilio tensiona la capacidad hospitalaria de las democracias, ii) el exiliado sufre la cultura del miedo en la forma de la xenofobia,

      iii) el exiliado vive la experiencia de la palabra como una instancia de radical impotencia ahí donde sea que llegue. Ahora bien, aquí el ‘exiliado’ no es sólo un sujeto empírico, sino que al mismo tiempo una figura que expresa tal vez la impronta fundamental de la condición humana contemporánea. Por decirlo de algún modo, en la época del nihilismo, especialmente tras los significativos acontecimientos consignados con los nombres de ‘Auschwitz’ y ‘Hiroshima’, hoy por hoy, nada ni nadie se habrá podido sustraer a la condición de lo que Nietzsche llamó en su momento la Heimatlosigkeit y que Crépon desarrolla aquí como la ‘pérdida del mundo’.

      La inmigración, por ejemplo, singulariza el exilio fundamental de la condición humana. Al intentar cobrar sentido en la palabra, la tormentosa experiencia de la inmigración produce subjetividad. Y el origen de esta subjetividad generará una serie de consecuencias en el decurso de la existencia que es necesario sopesar. El inmigrante torna explícito un hecho fundamental de la génesis de la subjetividad: que en el acceso a la palabra hay que pagar un alto precio; esto es, padecer la violencia, la coacción y la fuerza del lenguaje nacional. Sin embargo, Crépon señala la necesidad de instigar la liberación de la experiencia de la palabra de ese constreñimiento violento, remarcando, mediante una operación de desligazón en lo otrora enlazado, la heterogeneidedad irreductible entre violencia y lenguaje. Lo que, en nuetra interpretación, se traduce en el efecto de perforación de las murallas que circundan los mecanismos de defensa de la soberanía democrática. Perforando como un parásito estos mecanismos de defensa, mediante la liberación del poder disruptor de la responsabilidad, la justicia y la hospitalidad en la juntura misma de la violencia y el lenguaje. Y ese parasitismo explosivo en la trama de la soberanía democrática, como trabajo no-violento de justicia, hospitalidad y responsabilidad, señalaría lo que Crépon deja expresar mediante el concepto de ‘contra-palabra’:

      Estoy convencido de que otra democracia supone la invención de una contra-palabra. Hoy en día es tan difícil expresarse sobre la cuestión del extranjero, sobre la cuestión de la acogida a los refugiados, y tenemos necesidad de inventar una contra-palabra, por ejemplo, en torno a la cuestión de la inmigración. (Gónzalez y Agüero 2016, 228)

      Para Crépon, la democracia representaría ya no solo un régimen político, sino además la oportunidad de una ética cuyo imperativo habrá sido inventar la contrapalabra, frente a cada circunstancia en que la acogida del inmigrante fracasa por la violencia que excluye al otro del lenguaje. Cercano en esto a cierto Lévinas, la contra-palabra no sería así una violencia menor en contra de la violencia peor, sino lo que en el lenguaje es contrario a la violencia. Ella obligaría a verbalizar la acogida del otro. Ella obligaría como un mandato que viene de la necesidad de justicia y hospitalidad. La contra-palabra, cuya razón de ser radica en suspender el anudamiento de la violencia y el lenguaje, se liga así al porvenir de la democracia.

      Como había señalado, el motivo de “Sobrevivir a la pérdida del mundo” tiene que ver con la reflexión que Crépon lleva a cabo en torno a la experiencia del exilio como eje central de la condición humana a partir de los diarios de Günther Anders (1902-1992), publicado en francés bajo el título Journaux de l’exil et du retour (2012). Y así comienza Crépon:

      La condición humana es el exilio perpetuo de todos los posibles, del que la vida organiza la borradura misma. Ella hace de cada uno el sobreviviente de lo que habría podido ser y realizar, de todas las trayectorias que no habrá recorrido, de todas las formas de vida que no habrá compartido. (“Sobrevivir a la pérdida del mundo”, en este volumen)

      El exilio, entonces, como ‘pérdida del mundo’ que marca la impronta de la condición humana en general, que posiciona la humanidad bajo la signatura espectral del ‘sobreviviente’, es decir, que determina la subjetividad contemporánea de cada uno como imposibilidad de recuperar el mundo ya perdido. Particularmente, Anders, autor de los Journaux y de otras obras como La obsolescencia del hombre, El