idea de que quienes más deliran somos los neuróticos. Y eso considerando, como a veces digo, que la objetividad es lo más subjetivo que hay.
También vale la pena tener presente una distinción bastante elemental que hace Freud, cuando afirma que en un psicótico hay un modo restitutivo, normal y mórbido. Esto lo incluye en la condición humana, en la existencia. El modo restitutivo, mórbido y normal no son tres partes del psicótico, sino su modo de ser, de existir. Quizás considerarlo así conlleva, en el cuadro que expusimos, la síntesis de “la psicosis” y “lo psicótico”, donde el psicótico es mejor tomado en cuenta en la vertiente teórica que he clasificado como existencial. El modo mórbido, que da la psicosis, es la totalización narcisista que hace el psicótico de su mundo. En ese sentido, podría decirse que el psicótico no existe en relación con el modo mórbido, si es que tomamos la idea de existencia desde Heidegger como ser-en-el-mundo. Existir, ya lo hemos visto, es una excentricidad. El mundo es excéntrico y el psicótico hace del mundo su propio ser. Por ejemplo, esto se ve en lo que hablábamos acerca del neologismo hace un rato.
Sobre el neologismo dijimos que se trataba de un nuevo logos, propio de ese ser, uno puesto en una palabra, pero que es neo porque no está en la estructura, no está en el logos, está todo en la invención del neologismo. El psicótico, en este sentido, genera su propio logos de un modo muy especial. Supongo que me habrán escuchado hablar de la traducción que hacía Jorge Eduardo Rivera14 de los textos de Heráclito que trataban sobre el logos y el silencio. El logos como silencio, el gran silencio del logos. En la psicosis, el gran silencio del logos se altera en términos de pronunciar el logos de una manera nueva, neo, de una manera que me pertenece exclusivamente a mí, lo que le quita el silencio al logos. El psicótico repudia, podríamos decir, el silencio del logos, en tanto este es el mundo donde habitamos y se nos da la existencia.
¿Por qué silencio? Creo que el lenguaje suena, por la zona de silencio en que se lo pronuncia. El habla lanza, al descubrir la palabra, des-cubrir, con guion, una sombra de silencio, la cual conlleva, como quien pesca con redes, un desaguarse en el mar, dejando los peces atrapados fuera de su ambiente vital, destinados a desaparecer, como ocurre con el sentido que logran las palabras. El psicótico produce el neologismo como la palabra total, la que no se perfila en un entorno de mudez. Sería una red sin vacíos, un extraño artefacto que refleja restitutivamente la condición de red, pero cuya trama no tiene los huecos que hacen coherente la noción de red. Desde Lacan se dice que el lenguaje es castración. Ustedes saben que esta palabra —castración— no me convence en el uso generalizado que se le ha dado en psicoanálisis. Pero, para los efectos de lo que hablo, castración implica corte y vacío. Si recordamos la idea de alucinación negativa que expuso Freud en “El Hombre de los lobos”,15 tendremos presente que allí lo alucinado es el vacío que queda en un dedo que se imagina cortado. Esa “alucinación de vacío”, me atrevo a decir, está presente en este llenado del silencio del logos que ocurre, por ejemplo, con el neologismo.
Es por esto que es dudoso hablar en el psicótico de diferenciación consciente-inconsciente. El psicótico no puede decirse que vive en lo inconsciente, porque no podría abrirse a esa zona de lo inconsciente que describió Freud. Hacerlo, vivir en la presencia de lo inconsciente, sería lograr una existencia melancólicamente teñida, la propia de todo ser humano que, como el neurótico, recorta imaginariamente el mundo con el lenguaje, sintiendo o evitando sentir, con el síntoma y el rasgo de carácter: el silencio del logos. Logro y evitación que, en la cotidianeidad del día a día, está presente para el neurótico en los esfuerzos fallidos que constantemente hace para no sentir o sentir excesivamente la llamada “castración”. Para no sentir el silencio que lo amenaza constantemente.
Sin duda el neurótico puede no experimentar ese sesgo melancólico de la existencia, precisamente con sus síntomas y sus rasgos de carácter. Pero no puede sino, de una u otra manera, saber de la limitación de ese sesgo de sin sentido, de no-todo como dirían los lacanianos, que rodea la pronunciación de cada una de sus palabras, de sus frases, de sus formas paradojales de comunicación. De ese lenguaje con que logra —diría Heidegger— una morada para habitar, para ser. El neurótico, evitando cada día saber de esa zona de su inconsciente, no puede eludir, aunque muchas veces lo crea, el que este se le aparezca, regularmente, en sus caídas, en sus lapsus, en sus sueños, en sus errores “involuntarios”, en sus equivocaciones repetidas una y otra vez de la misma manera, en sus síntomas, en sus logros y fracasos vitales y cotidianos. Pero también, aparece lo inconsciente en esta bipolaridad, tan de moda hoy, que tanto observan muchos psiquiatras psicopatologizándola en exceso, cuando descubren ciclos de ánimo que tendrían que ser el tono necesario de nuestra vida cotidiana. Con esto no quiero decir que el diagnóstico de bipolaridad no exista; lo que crítico es solo el exceso de su empleo.
Lo inconsciente, desde Lacan, es un tema del lenguaje. Según lo entiendo, se radica en el registro simbólico. El registro de lo real, concebido como impensable, no podría ser lo inconsciente, excepto como marca originaria, puro significante uno, habría que decir. Pero para tener presente lo inconsciente, es necesario que se den aquellos cortes del lenguaje que son la estructura del registro simbólico. Bien, la estructura la da el nudo borromeo de los tres registros, pero el registro simbólico, forma de lo inconsciente, es el que hace posible la estructura. En la escuela lacaniana se ha planteado que el psicótico padece de un agujero simbólico. Esto se logra a través de lo que se ha llamado “forclusión”, vale decir, un repudio básico, originario, de aquello que, por el lenguaje, implica falta, corte, vacío. Por alguna razón, el psicótico, desde un comienzo no acepta, repudiándola, esta limitación en los fundamentos de la posibilidad de ser humano. Precisamente, es lo mórbido que busca, por condición humana, restituirse, desplegando modos “normales” de convivencia que son constantemente traicionados por lo restitutivo del delirio y la alucinación. Esto último son los que dan la imagen de un “loco” que, sin duda, habla con un lenguaje que evita su excentricidad constitutiva.
¿Cuál es la razón por la que le pasa todo esto? Todos dicen algo. En el terreno de las explicaciones se cae, nuevamente, en aquella antinomia de la que hemos hablado. Prefiero quedarme con los hechos, vale decir, con la observación de manifestaciones que se presentan con un carácter estructural. Sin duda podemos aproximarnos a formas de causalidad, pero no puedo dejar de tener presente nuevamente a Lacan cuando, respecto de las causas, señala su etimología jurídica, o cuando dice que las causas son “lo que cojea”. Las causas, cuando se exponen en forma tan definitiva, como frecuentemente se hace, representan un alegato, una causa en la que se defienden posiciones frente a “lo que cojea”. Lo jurídico, lo plantea Agamben en su libro Lo que queda de Auschwitz,16 hace de lo justo un recurso a la corrección de lo formal. Me parece que las causas, concebidas al modo como lo postula Lacan, se ejercen en la discusión intelectual, concentrando la atención sobre la corrección de la formalidad de sus fundamentos, porque —es mi posición— ¿quién puede decir definitivamente cuáles son las causas de las cosas? A mi entender, si buscamos la razón de ser de las cosas, lo que tenemos que aceptar es que nuestras aclaraciones siempre son formas que en su núcleo ocultan una paradoja.
El psicótico, más bien, carece de un inconsciente, al modo como lo describió Freud. Este agujero simbólico podríamos quizás relacionarlo con la falta de represión primaria. Me atrevo a decir que en el psicótico lo que falta es la represión primaria, en lo que atañe a lo distintivamente psicótico, es decir, en lo que corresponde a su aspecto mórbido. Ese absoluto narcisismo es algo que aparece como una ausencia de represión primaria, resultado de la forclusión de la que hablábamos. Se dice que la forclusión es de la metáfora del Nombre del Padre, pero a esto vamos a referirnos posteriormente.
Lo que he buscado decir es que la antinomia consciente-inconsciente no aparece en el psicótico, como sí se da naturalmente en el neurótico. En el psicótico es como si pudiéramos decir: no hay inconsciente, al modo como no hay consciente. Plantearse la ausencia de consciencia, podría parecer un despropósito. Nadie podría vivir en esa negrura de la falta de consciencia.