psicoanalista argentino profundamente versado en Freud decía que al comienzo solo existía, desde Freud, consciente e inconsciente. Lo preconsciente se iba armando con la vida. Más exactamente, habría que afirmar que lo que no hay, en lo referente a la psicosis en el psicótico, es un preconsciente que haga posible un imaginario sustentado en lo simbólico, como modo de posibilidad de vida en lo cotidiano. El imaginario —hablaré posteriormente de esto— es la forma que toma el retorno de lo real, propio del psicótico, para restituirse a la vida cotidiana.
Se dice —y ustedes lo leerán y lo hablaremos— que el psicótico, en la parte mórbida que distingue Freud, excluye el registro simbólico. En ese sentido, es como si se imantara el registro de lo real al plano de lo imaginario; es como si el psicótico “imaginarizara” lo real, como si estuviera viviendo en lo real que describe Lacan, pero en términos imaginarios. Así, el psicótico hace de lo real un imaginario, y al hacer de lo real un imaginario, se liga a la vida, a la existencia que estrictamente no sería existencia, porque esta sería un ser-en-el-mundo, aunque esto es extrapolar excesivamente al campo de lo clínico una aseveración filosófica. Habría que discutirlo con otros antecedentes.
Ligarse a la vida simbólicamente implica, en lo concreto, decir “yo también fallo”. El símbolo es una ubicación de lo vivido en otra parte. Es fallido por definición. Por eso, asumir el registro simbólico es aceptar la relatividad de las cosas. Al fin y al cabo, el simbólico apela a la relatividad de las cosas, vale decir, siempre hay otro significante que significa al significante original. Simbólicamente, experimentar el “yo también fallo” equivale a decir: “en tanto soy humano, fallo”. Vale la pena tener esto presente respecto a aquellos que asumen posiciones antinómicas, por ejemplo, en lo relativo al psicoanálisis. Pero el retorno de lo real en lo imaginario lo van a observar, por ejemplo, en la obra de Calligaris, donde se afirma lo que decíamos: que el psicótico es como si se moviera con un imaginario que va imantado de lo real. En lo que está fundamentalmente el psicótico es en lo innombrable de lo real y la manera de hacerlo nombrable no puede ser mediante un simbólico, sino que es mediante lo imaginario. “La psicosis”, en el cuadro que ya vimos, alude al aspecto mórbido que dice Freud de los modos del psicótico.
Freud dice también que hay un aspecto restitutivo en los modos del psicótico, que son aquellos que generalmente hacen que las personas lo identifiquen por su locura. La locura no es, necesariamente, señal de psicosis. Por ejemplo, cuando Maleval habla de la locura histérica, dice que se asienta en una estructura histérica, o sea, con represión, pero es locura.18 ¿Por qué es locura? Porque en la locura histérica aparece el fenómeno restitutivo. ¿Cuáles con los fenómenos restitutivos? Los delirios y las alucinaciones.
El delirio y la alucinación dice Freud —lo diré de un modo más simple— son modos de restituirse aparentemente, imaginariamente, al mundo de los denominados normales. Vale decir, cuando se delira o alucina, se está usando la percepción al modo como la usamos todos, pero con una peculiaridad, que no es reconocida por todos de la misma manera que se aprecia en la psicosis. Hay mucho que hablar de lo que es la alucinación. La alucinación como “percepción sin objeto”, o más bien de un objeto que no está adecuado a la sensorialidad, a lo perceptible, lo que los lacanianos llaman el “objeto a”.
Lo que importa ahora es que la alucinación y el delirio son modos de restituirse al mundo de los considerados normales. Es como si el psicótico quisiera transmitir: “en el mundo de la percepción, yo percibo como percibes tú”. El delirio es un pensamiento. Schreber se despertó pensando que sería hermoso vivir la cópula como una mujer, o sea, lo hermoso que sería experimentar lo que una mujer siente en la cópula. Por ahí parte su delirio. Termina diciendo que necesita copular con Dios, para engendrar toda una raza especial. Conviene, en esto de una raza humana especial, no olvidar que el padre de Schreber, este educador alemán tan nombrado y respetado en un tiempo en Alemania, era un precursor del nazismo. El padre de Schreber dejó textos sorprendentemente cruentos en lo referente a sus ideales educativos, ideales que aconseja llevarlos a cabo por medios en exceso crueles. Algo que desconoció Freud y que nos plantea preguntas respecto a las causas. En todo caso, lo que importa es que el delirio y la alucinación son restitutivos y pueden ser parte de la locura y no de la psicosis. El delirio y la alucinación pueden ser parte de una locura histérica que no sea psicosis, tal y como señala Maleval, en la medida en que tal locura se sostenga desde la represión.
En el caso de la perversión, por ejemplo, no existiría antinomia inconsciente-preconsciente en el sentido que el inconsciente y preconsciente, por obra de la renegación, actúan la pulsión inconsciente, hacen un acto de la pulsión. El perverso puede perfectamente tener, y muy frecuentemente tiene, rasgos psicopáticos, porque busca psicopáticamente, es decir sin moral, sin ley, encontrar en su entorno la víctima perversa, a pesar de que, de acuerdo con la teoría estructural, no existe el psicópata. El psicópata, como patología del superyó, es un diagnóstico de la psiquiatría norteamericana. Yo considero que tiene su validez. Por ejemplo, ese austríaco que secuestró a su hija durante 27 años, teniendo hijos con ella, es un perverso psicopático. Si alguno de ustedes vio el reportaje sobre él transmitido por televisión, habrá notado la particularidad del modo como habilitó el subterráneo para aprisionar a su hija y nietos. Esta construcción está hecha de la misma forma como Janine Chasseguet-Smirgel, describe,19 valiéndose de Sade, los lugares en los cuales los perversos cometen sus actos de abuso. Son lugares en donde se construyen largos, estrechos y oscuros corredores, húmedos, en los cuales van apareciendo distintas puertas y donde, en algunos momentos, se estrechan los pasadizos de manera que, por momentos, obligan a agacharse. La descripción de Chasseguet-Smirgel es muy precisa.
A propósito de esto pienso en un caso clínico. En una supervisión, a un estudiante en práctica de otra universidad le sugerí la existencia de una perversión en el padre de una niña de más o menos 8 años que era chofer de metro. Al hacerlo tuve presente las descripciones de la autora que acabo de mencionar. La investigación que sugerí a mi supervisado abrió a una historia de perversión que estaba oculta en las determinaciones de un padre que aparecía como un educador muy interesado en el bienestar de su hija.
En la perversión, la antinomia entre consciente e inconsciente está puesta en contradicción a través del acto perverso, que es una realización de la pulsión, es una forma imaginaria de llegar al real. El perverso, en ese sentido, no simboliza, hace de lo simbólico un actuar. La antinomia, en verdad, solo es observada en la neurosis. En la psicosis no hay nada que contradecir, en tanto en la perversión está la contradicción en acto, condensándose pulsión y acto; condensación buscada conscientemente. Bien, nos vemos la próxima clase.
8 Max Hernández (Lima, 1937). Es un destacado psicoanalistas peruano. Ha sido presidente de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis. Miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Peruana y de la Asociación Psicoanalítica Británica. Entre sus principales publicaciones se encuentran: El mito y la historia: psicoanálisis y pasado andino (1991), Memoria del bien perdido: Identidad, conflicto y nostalgia en el Inca Garcilaso (1993), Entre los márgenes de nuestra memoria histórica (2012), entre otros.
9 Jameson, F. (1997). Las semillas del tiempo. Madrid: Editorial Trotta.
10 Sartre, J-P. (2004). La crítica de la razón dialéctica. Buenos Aires: Losada.
11 Sartre, J-P. (1969). L’homme au magnétophone. París: Les Temps Modernes.
12 Freud, S. (1998 [1925]). El yo y el ello y otras obras. Obras completas de Sigmund Freud Vol. XIX. Buenos Aires: Amorrortu.