Hans-Jörg Rheinberger

Iteraciones


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reside en el método. El tema tiene su lugar dentro del método”. Para Heidegger, por el contrario, solo el “pensar” guarda la característica de abrir un camino hacia el paraje, de modo tal que “confronta, libera lo que hay por pensar para el pensamiento” (2002, p. 160. Traducción modificada). Pero ¿qué hace el pensar experimental, evidentemente grafemático, sino dejar en un espacio de representación huellas que liberan justamente lo que hay por experimentar? La producción de huellas en el espacio material de representación de una ciencia es un juego de escritura. Las cosas epistémicas son articulaciones de grafemas. Ultracentrífugas, microscopios electrónicos, la electroforesis en gel y el tracing radioactivo (dejar-huellas: el nombre nombra, hablando con Heidegger, la “esencia” del método) producen aquellos espacios de presentación, aquellos espacios de escritura donde los grafemas se juntan en objetos epistémicos.

      La descripción de un gel de secuenciación de un laboratorio de biología molecular puede aclarar esto. Los geles secuenciadores muestran de qué forma el biólogo molecular maneja y trabaja con genes. Este gel se presenta como una placa de resina artificial, delgada, porosa y fundida, en la que piezas de ADN de diferente tamaño han migrado a distintas distancias, mediante la aplicación de una corriente eléctrica. Por medio de una manipulación bioquímico-enzimática previa, una síntesis con cortes estadísticos de cadena, las moléculas se han procesado de modo tal, que cada una se diferencia en longitud por un bloque estructural. A causa del uso de componentes radioactivos para la síntesis, las moléculas son “marcadas” y así pueden hacerse visibles como una serie de franjas negras sobre una película. Cuatro columnas representan las cuatro distintas bases del ADN: G, A, C y T. Esta anotación puede leerse de abajo hacia arriba y se obtiene así la llamada secuencia del gen. La escritura de la vida es transportada al espacio de escritura del laboratorio y se transforma en una cosa epistémica, llevada al mundo de las dimensiones medias, en las que operan nuestros órganos sensoriales. El biólogo como investigador no trabaja con los genes de la célula en cuanto tal, sino con grafemas experimentalmente producidos en un espacio de representación. Si quiere saber qué significan, no tiene ninguna otra posibilidad, más que interpretar esta articulación de grafemas mediante otra articulación. La interpretación de un gel de secuenciación no puede ser nada más que otro gel de secuenciación.

      No hay nada en la ciencia que se escape de esta permanente anterioridad de la presentación, de este constante deslizamiento de una representación bajo la otra, con el que se socava al mismo tiempo su sentido de copia. Los problemas científicos producen cadenas de representación que muestran cierta conexión formal dispuesta en series o secuencias, pero cuyos miembros no tienen necesariamente que estar en una “relación de causa y efecto el uno con el otro”, como ya notó Claude Bernard, el gran biólogo y fisiólogo experimental francés del siglo xix (1954, p. 14). Su sucesión no obedece ni a una lógica de la deducción ni a una causalidad fisicalista. Sin embargo, el proceso está organizado según el principio de producción de diferencias “cohesivas”. Finalmente, es un proceso de representación sin un punto de referencia final y, por ello, sin un origen. Por muy paradójico que pueda sonar, esta es la condición de la potencia de su a menudo citada “objetividad”, de su particular objetualidad y temporalidad. En aquello que vale como verdadero en una determinada época, en una determinada disciplina, o dentro de un determinado horizonte de problemas, solo se encuentran las condiciones mínimas de coherencia de una cadena significante, dotada con la dignidad de un objeto científico. El espacio de representación disponible decide el tipo de coherencia, y el arsenal de técnicas de presentación decide el espacio de representación. Así, no se puede pensar ninguna biología molecular sin las altas tecnologías de la ultracentrifugación, la microscopía electrónica y la cristalografía de rayos x. Pero, tampoco habría biología molecular sin los métodos comparativamente simples y humildes de la cromatografía y la genética bacteriana, que se realizan con medios de bricolaje. No es la tecnología, sino el proceso epistémico el que decide qué vale o no como tecnología. La esencia de la técnica, en este punto se concuerda con Heidegger, no es ella misma de naturaleza técnica.

      Lo que acontece en los espacios “hiperreales” del laboratorio moderno está más cerca de lo que se cree de las producciones del atelier (Baudrillard, 2006). Ambos espacios obedecen al movimiento de lo que Brian Rotman designa como “Xenotexto”, como “escritura ajena” u “otrexto”:

      Lo que significa es su capacidad de significar posteriormente. Su valor está determinado por su habilidad de traer lecturas de sí al ser. Un xenotexto, luego, no tiene un “significado” último, ninguna “interpretación” única, canónica, definitiva o final: tiene un significado solo en la medida que puede ser enlazado en el proceso de crear un futuro interpretativo para sí. “Significa” que sus intérpretes no pueden evitar que signifique (Rotman, 1987, p. 102).

      No es casual que uno de los cofundadores de la biología molecular, François Jacob, haya descrito el proceso de la ciencia experimental como una “máquina para la producción de futuro” (Jacob, 1987, p. 13). Los generadores de futuro se caracterizan por el hecho de que los acontecimientos que producen solo pueden ser abordados y expresados en el futuro pasado. Ellos reciben su significado a partir de lo que habrán sido. Por tanto, son significantes puros ––una paradoja inevitable, que surge cuando se está obligado a utilizar la terminología a superar––. En esto, no se diferencian de los seres vivos. Los eventos que les ocurren en su reproducción diferencial ––el biólogo los llama mutaciones–– no tienen significación alguna al momento de su producción. Son asignificantes. Ellos solo reciben su significado a partir de lo que habrán sido, por medio de su futuro interpretativo. No obstante, sin tales eventos no habría ningún ser vivo. La lógica de lo viviente y la lógica de la investigación obedecen a gramatologías emparentadas, a un emparentado “juego de lo posible” (Jacob, 1981). No se lo puede manejar deliberada y selectivamente. O bien uno lo juega, o bien no lo juega. Y si uno lo juega, es inconcluyente por mor de su propia estructura. Pues para saber qué se hizo en cada caso, se debe haber pasado a la siguiente ronda.

      Esto no es muy distinto de los juegos del lenguaje a los que refiere Wittgenstein en su Investigaciones filosóficas: “Nuestro error es buscar una explicación, allí donde deberíamos ver lo que acontece como fenómeno primigenio. Esto es, donde deberíamos haber dicho: este juego del lenguaje se juega” (2017, §654)

      El mensaje de la gramatología ––así lo veo hoy–– es que la escritura es solo otro nombre para esta estructura y este movimiento. Más allá de la denuncia contra la escritura, que comienza con la filosofía griega, de ser el mero reemplazo o suplemento de la palabra hablada, ella alcanza su determinación, más bien, en el movimiento de la sustitución. No hay proposición sin sustitución. En esto consiste toda su eficacia.

      Y ya es hora de despertar del sueño cartesiano del camino único, del discurso del método, que comienza con el aseguramiento del ser del yo pensante y se completa en la lectura “del gran libro del mundo” (Descartes, 2009, p. 17). Esta metáfora es tan vieja como el libro, o al menos como el libro impreso, y tan vieja entonces como lo que llamamos ciencia moderna. A esta metáfora no hay que objetarle, por ejemplo, que lo “real científico” no se escriba gráficamente (Bachelard, 1968, p. 5). No he dicho otra cosa aquí. Sin embargo, mi tema también era que hay infinitamente muchos libros e infinitamente muchos autores. Ante todo, lo que la historia de la ciencia muestra es que primero estos libros deben ser escritos. Y el depósito de grafemas es inagotable.

      La impredecibilidad de las interconexiones grafemáticas se escribe temporalmente en el horizonte fluctuante entre el saber y el no saber, de modo tal que se