los mismos errores que yo cometí o quizás, si ya tienes la dicha de ser padre, mi experiencia te ayude a criar mejor a tus hijos. Mi esperanza es que en medio de la historia de mi vida lo encuentres tú también, a ese Amigo Fiel que tu corazón siempre anheló, ese Amor que llene tu corazón, ese propósito para levantarte cada mañana, pensar solamente en decir “Gracias”, y con una sonrisa en el rostro hacerle frente a todo lo que te traiga el día a día. Mi gozo sea el tuyo, tu dolor mi dolor; y el por qué escribo este libro.
Espero que entiendas que la marca que permeaba mi vida de cierta esperanza había sido Su Compañía y Su Victoria es lo que quiero que quede grabada en esta, que es mi historia.
I.I. Nacimiento y consciencia
Nunca supe desde qué momento empezó todo. La consciencia no es algo con lo que estamos familiarizados de niños y ciertamente no sabemos de ella sino hasta después de los cinco o siete años. Antes de eso, los relatos que nos cuentan nuestros padres acerca de nuestro pasado nos parecen más bien sacados del baúl de los recuerdos de alguien más, ya que para nosotros es como si “no estábamos ahí”; no era de sorprender que mi madre me dijera que si quería corregir a mis hijos con correa lo tenía que hacer antes de esa edad porque ellos no lo recordarían, no se traumarían, corregiría sus conductas por medio de un premio o un castigo y más adelante ni siquiera sabrían el por qué no son niños altaneros.
Curiosamente esta etapa es la más difícil de entender porque podemos ser influenciados a hacer ciertas cosas o a ser de cierta forma sin siquiera darnos cuenta. La consciencia de un niño no se ha formado, él no sabe lo que hace, no entiende lo que hace y ciertamente yo hacía cosas a esta edad que no entendía, yo sólo… las hacía.
Por alguna razón sentí que empecé mi vida con la consciencia sucia. Me podías ver a los siete años masturbándome con algún ken ocasional pensando en el placer; era una constante en mi vida y en verdad nunca supe el por qué empezó. Mi razón me dice que fue por causa de mis padres, algo pasó, algo me hizo empezar la vida con el pie izquierdo; supe por mi mamá que de cuatro años, a veces, me daba por caminar rozando muslo con muslo por puro gusto y que, en una ocasión, cuando mi mamá me preguntó el por qué caminaba de esa forma, yo le respondí que “sentía cosquillitas” (ahí abajo) pero no tengo consciencia de aquello. Nadie me lo enseñó.
La rebeldía que yo tenía en mi interior era anormal. A decir verdad, rara vez se encontraba en aquella época algún niño que tuviera la osadía de retar a su papá de la manera en que yo lo hacía con el mío: en una ocasión en particular mi actitud me hizo merecedora de una cachetada que él mismo me proporcionó por decirle groserías en su cara, aún y cuando él me decía que no las dijera. Yo lo retaba y aunque él me partió la boca yo seguía haciéndolo en medio del llanto. Cabe destacar que yo todavía no cumplía ni los dos años de vida. Posterior a esto, en algún enojo con la niñera advertí muy enojada que “no le daba (una cachetada) solamente porque no la alcanzaba”; esto lo copié.
Sin embargo, había algo extraño dentro de mí y, ahora que lo pienso, parece más como una especie de monstruo que crecía en mi interior. Creo que hay cosas que en cierta manera determinan tus luchas en la vida; entre ellas conozco que la procedencia, el nivel económico y la vida espiritual son los más importantes. La primera porque determina tu crianza y tus valores, la segunda, porque determina la magnitud de la influencia física (monetariamente hablando) que puedes tener sobre tu propia vida o la de los demás, y la última, porque determinará tu destino en la eternidad.
Por mi parte; nací en un país que ya no existe. En la Venezuela que el ex-presidente, cuyo nombre no quiero mencionar, destruyó; en segundo lugar vine de una familia de nivel socioeconómico medio-alto que se vio obligada a salir del país a raíz de aquello que se veía venir sobre él y espiritualmente hablando; fui de las que desde pequeña conoció de aquellos que matan a los hombres sin que ellos se den cuenta. Yo les llamo “los invisibles”, y de ellos me atreveré a hablar, en vista de que cuando más necesité a alguien que me librara de lo que ellos me estaban haciendo, sentí que nadie supo ayudarme. Fue muy duro para mí lidiar con la soledad; sea siquiatra o sacerdote, en ninguno podía confiar, para todos ellos; yo era una loca y eso, me ofendía.
¿Sabes? Sé que si te hablo mucho de ellos podría perderse el propósito de este libro: que conozcas al que verdaderamente te puede librar de las garras de la muerte; al Príncipe de Paz, pero necesito que entiendas la magnitud de lo que viví para que sepas cuán grande fue Su Victoria sobre mí, así que te daré pistas de quiénes son o lo que hacen para que sepas qué hacer para librarte de ellos o de lo que quieran hacerte en un futuro. Primeramente, te debo advertir que ellos tienen un límite, por lo que no pueden ir más allá de donde Dios y tú les permitan, y no pueden entrar si tú no les abres la puerta; el problema está cuando les abres la puerta sin darte cuenta. Esto, aunque no lo creas, sucede muy a menudo. Más adelante entenderás por qué lo digo.
En mi familia mi papá les abrió la puerta al involucrarse con brujería e inevitablemente cuando él lo hizo no nada más cayó él, antes, nos obligó a mi hermano mayor y a mí a vivir experiencias que ciertamente no pedimos. Está demás decir que en mi casa sucedían cosas extrañas; algunas de terror; otras, muy confusas, porque aunque ellos no podían matarnos (como dije: ellos tienen un límite), sí podían tratar de asustarnos cada vez que podían y eso hicieron. Querían traumarnos para que les abriéramos alguna puerta adicional a la que abrió mi papá usando el miedo como su herramienta principal puesto que, al temerles, le damos poder a su engaño; por eso asustan, porque el miedo paraliza, te hace vulnerable y te detiene de cumplir el propósito por el cuál estás en este mundo. A decir verdad, ellos no nos temen; pero sí le temen a Jesucristo, el Príncipe de Paz, así que, mientras Él esté contigo y confíes en Él, ellos no podrán hacerte daño, pues es así como está escrito “mayor es el que está en vosotros que aquel que está en el mundo” (1 Juan 4:4)
I.II. Niñez
En esta primera etapa de mi vida varias cosas se hicieron muy palpables para mí. Por una parte, la influencia que tiene el mundo espiritual sobre el mundo natural (la cual muchos ignoran) y por otra parte la enorme influencia que tienen las decisiones de los padres sobre la vida de sus hijos (más aún, cuando estos son pequeños). Es de esperarse que al jugar con fuego uno se queme; pero por alguna razón, muchos adultos creemos que podemos consultar, confiar o creer en la brujería sin ser afectados. A decir verdad, es como si la imagen mental que tuviéramos de la brujería fuera similar a la que se aplica en el mundo natural, es decir, “¿Quiero adquirir un bien? Lo único que tengo que hacer es ir a la tienda y pagar por él”, ¡Como si a los invisibles les interesara nuestro dinero! Ellos no comercian con dinero, no hacen “favores” a cambio de él; a ellos les interesa nuestra alma. El dinero se lo queda un ser humano que necesita ese dinero igual que tú y el alma del que consulta viene a ser un posible “hogar” o “compañero” para los invisibles, eso es lo que quieren de nosotros, esclavizarnos para que seamos su alimento (Recuerda que “el diablo anda como león rugiente buscando a quién devorar”. 1 Pedro 5:8, nosotros somos la presa).
En mi caso, mis padres se divorciaron cuando yo tenía año y medio; y dentro de mí estoy segura de que los invisibles fueron los que destruyeron su matrimonio. No los pudimos ver pero lo que hacen es palpable a veces ¿Sabes? Tras involucrarse con brujería la gente cambia, se vuelven influenciables por este tipo de entes, quienes al no poder matar a la gente físicamente se encargan de procurar que ellas mismas se destruyan al decirles mentiras que si germinan hacen ver a la persona como alguien sin escrúpulos, malvada, loca, celópata, insegura, etc. Usan dardos de fuego con los que atacan tu mente, tus convicciones o tu autoestima hasta destruirte.
Mi papá se dejó llevar tanto por los celos que logró hacer que mi mamá se volviera irreconocible. Ella dejó de ser la persona que era sólo para complacerlo. Dejó de maquillarse, dejó de vestirse de manera que pudiera llamar la atención de nadie, no podía salir con amigos; dejó de ser ella misma. Él la esclavizó a causa de sus celos y la vocecita que él estaba escuchando para hacerle eso a mi mamá no era la de Dios, era la del miedo, ese del cual ellos se aprovecharon para sembrar las mentiras que fueron mermando su relación