Teobaldo A Noriega

Novela colombiana contemporánea


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transcurrido dos décadas desde la publicación de Novela colombiana contemporánea: incursiones en la postmodernidad (2001) y retomo ahora el sendero, animado por el convencimiento de que mi aproximación crítica a los textos allí seleccionados mantiene su vigencia. Es importante constatar que, en el terreno de los estudios culturales y literarios, el tema de la postmodernidad no da señales de perder su vigor, transformado actualmente en un variado y dinámico despliegue de coyunturas ideológicas donde la teoría asume el papel de nuevo gran discurso en nuestro momento histórico. Mi experiencia personal se remonta a finales de los años 80, cuando un renovado impulso de cuestionamiento académico desplegaba ante nosotros las incontrovertibles señales de lo que Lyotard había identificado ya como la “condición postmoderna”.1 Tal fue el efecto inicial de una discusión que rápidamente se convertiría en materia central para filósofos, sociólogos, historiadores, y lingüistas, entre otros. Una amplia gama de científicos humanistas y sociales, a los que se unirían artistas de todo tipo (músicos, pintores, escritores, etc.), llamados a participar en un apremiante ejercicio de reconocimiento, en ese nuevo mundo donde —como en su momento anotaran enfáticamente múltiples voces— lo epistémico había sido desplazado por lo ontológico.

      En el caso específico de la literatura, tal salto suponía que las tradicionales vías de conocimiento sobre el universo, y la experiencia en él del ser humano, quedaban despojadas de la supuesta estabilidad epistemológica predicada por esos grandes discursos heredados. Una lista que, a partir de los planteamientos de Lyotard, incluía: el cuestionamiento de la razón cartesiana como posible medio del hombre para alcanzar la verdad; la desvalorización de ésta como vía de acceso a la felicidad; la inestabilidad y contradicciones internas de sistemas políticos como el capitalismo y el marxismo, emblemáticas utopías construidas respectivamente por la burguesía y el proletariado en busca de un nuevo orden social, económico, y político; formando parte de tal debate el inevitable examen que surgiría, posteriormente, frente a ciertas narrativas fundamentales en la civilización occidental en las cuales se incluía, por ejemplo, el discurso fabulador de la redención cristiana. O sea, una verdadera conmoción ideológica cuyas secuelas siguen apareciendo. El resultado inmediato fue una sensación de inestabilidad existencial que, como era de esperarse, se vería reflejada en la escritura. Junto al desmantelamiento mimético del lenguaje en cuanto eficaz —o creíble— medio al servicio de una aceptable imagen de realidad, el discurso teórico se sigue manifestando como referente de valor especial en un complejo espacio donde modernidad y postmodernidad son, con frecuencia, significantes inestables. Muy acertado es, en este sentido, el juicio expresado al respecto por Michael Greaney:

      Tal consideración culmina con un claro tono de nota necrológica, al referirse irónicamente el investigador a los diferentes rumores que existen sobre “la muerte del autor”, “la muerte del sujeto”, “la muerte de lo real”, la devaluación de los grandes discursos, y el anuncio de que nada existe fuera del texto: Barthes, Foucault, Baudrillard, Lyotard, y Derrida convertidos así en jinetes anunciadores de un nuevo Apocalipsis.

      Encuentro particularmente acertada la parte final de esta reflexión, porque nos recuerda que el fenómeno de la postmodernidad debe entenderse como parte de un continuum histórico-cultural en el que se entrecruzan caminos diferentes. Si, como seres humanos, somos constantes recolectores y consumidores de experiencias, como estudiosos somos también inagotables improvisadores de esquemas que nos permiten indagar el mundo del cual somos parte, buscando entenderlo mejor. Inevitablemente respondemos al llamado de una formación humanística, y fue esto lo que intenté explorar al incursionar en la novela colombiana contemporánea dentro del contexto de la postmodernidad. Era innegable que nos movíamos por un terreno epistemológicamente diferente, y que ante nosotros aparecía un nuevo modo de representación; pero esto no significaba que, junto al cuestionado valor del lenguaje, la consiguiente devaluación de los grandes discursos, o el desaparecido poder del autor —entre otras cosas—, no pudiéramos rescatar el valor de la experiencia humana transformada en ejercicios de escritura.

      El enfoque y los límites de mi proyecto en ese momento quedaban aclarados: recoger importantes reflexiones sobre un seleccionado número de textos que ilustraban adecuadamente el carácter postmoderno en la novela colombiana a partir de la demarcación genérica señalada por la obra de Gabriel García Márquez. Este acercamiento se desarrolla allí en seis incursiones (véase, a continuación, la Introducción correspondiente), complementadas en la presente edición. El Capítulo I consta ahora de una segunda parte (B), dedicada a Cuestión de hábitos (2005), obra particularmente relevante en la producción de Moreno-Durán. Mi análisis intenta demostrar que el texto es ejemplo de la capacidad engañosa del lenguaje como vehículo codificador de la realidad: el travestismo de algunos personajes en la historia narrada —o representada— se ve reflejado por el enmascaramiento de la escritura que la contiene. Los cinco siguientes capítulos (II, III, IV, V, y VI) son fieles al texto de la edición anterior. El Capítulo VII, dedicado a La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo, plantea una nueva consideración al tema de la violencia, visto en este caso como testimonio de una degradación cultural mayor; señal ideológica de una civilización extraviada, e impotente, ante la pérdida de sus valores. El acercamiento aplicado señala cómo la actitud misantrópica del narrador responde a un impulso cínico, arraigado en la realidad que el discurso proyecta. El Capítulo VIII explora atentamente Hic Zeno (2008), de Clinton Ramírez, novela que ilustra de manera especial el recorrido hecho por la obra de este autor caribeño,