unos meses antes, y abrimos unas botellas más. La música nos acercó al fin del mundo. Era trascendental, a ratos épica y a ratos catastrófica, incluso depresiva. Suerte que también había algún tema, como Lovesong y Pictures of you, más accesibles, optimistas y liberadores.
De alguna manera, The Cure encajaba bien con la decadencia del Berlín Oriental y la atmósfera que respiraban aquellos jóvenes que sabían de dónde venían pero que aún no podían saber a dónde iban.
Aquel invierno de 1989 y 1990 lo pasé entre Barcelona y Berlín. Cogía un avión a Frankfurt y allí el puente aéreo de Pan Am hasta el aeropuerto de Tempelhof. Me acercaba al Muro, intentaba arrancar algún trozo con grafiti y comía los bocadillos de carne asada con mostaza y pepinillos que se vendían en puestos callejeros. Aquellos carritos fueron de los primeros negocios privados del Berlín poscomunista.
También frecuentaba una cantina de Kreuzberg donde los inmigrantes turcos explicaban historias de un capitalismo que les explotaba, pero que les permitía ganar lo suficiente para comer salchichas y beber cervezas antes de volver a explotarlos.
Un día conocí a una peluquera en un mitin de Willy Brandt en Rostock y pocos días después fuimos juntos a un pequeño cabaret cerca del mercado de Hackescher. Actuaban unas amigas suyas, que habían dejado Rostock, el principal puerto de la RDA, para probar fortuna en “la grande y libre” Berlín.
Tenían fe en sus cuerpos y estaban cansadas de cortar el pelo a mujeres sin nada que contar. La nueva Alemania era una aventura para las antiguas obreras del comunismo. Ni por un momento dudaron en apoyar a los democristianos que les prometieron la unidad perfecta: Estado de bienestar y libertad en una patria recuperada. Hasta iban a cambiarles sus marcos orientales por los del Bundesbank, gracias a una decisión política, sin ninguna coherencia financiera, pero todo el sentido histórico: una misma moneda para un país reunificado. Se frotaban las manos. Eran ricas. Imitaban a Lili Marlene con sentido del humor, sin dolor y sin nostalgia.
No es lo habitual, pero hay alzamientos populares que acaban bien, como el de Corea del Sur en junio de 1987, cuando el coraje de los estudiantes derribó a la dictadura, y también como el de Berlín en 1989.
La paz, en todo caso, es muy esquiva. No he sido testigo de ninguna que responda al significado pleno de la palabra paz. Es más, no creo que sea adecuado hablar de paz en ninguna circunstancia.
Toda la claridad que ilumina la violencia se vuelve oscuridad cuando aparece la paz. No debería ser así, la violencia es negra y la paz es blanca, barbarie frente a sabiduría, pero en la práctica, la violencia es muy translúcida y la paz muy opaca. Quien ha visto la muerte no se equivoca. Sabe lo que tiene delante. Quien solo ha visto la vida, sin embargo, está en la duda. No sabe a ciencia cierta si esa vida es guerra o es paz.
Capítulo 2
El proyecto de morir
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