E. M Valverde

Sugar, daddy


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abrieron un camino cuando oyeron el derrape del coche. El joven chófer maniobró el automóvil por la acera de una forma bastante ilegal pero maestra, hasta dejarme justo en la puerta del instituto. Se dispararon los flashes y las caras boquiabiertas de los estudiantes–. Salga rápido y no les dé ni los buenos días –me despidió, con un tono cortante pero también cauto.

      Me cubrí la cara al apearme del coche, y alcancé a oír algunas preguntas intrusivas de la prensa.

      “¿Están saliendo?”

      “¿Significa eso una colaboración entre las dos empresas?”

      “¡¿Cómo se les ocurre hacer eso en un parque?!”

      A pesar de que intuí de qué y quiénes hablaban, no entendí por qué me acosaban como a las famosas que se ven involucradas en escándalos amorosos o demás cotilleos. ¿Acaso era mi vida como heredera de interés público? ¿Por qué a todo el mundo le gustaba invadir y criticar lo que se hacía en privacidad?

      El resto de alumnos me miró con un descaro increíble; cotillas. Recordé por qué no tenía demasiados amigos aquí en Japón. Una vez estuve resguardada dentro del edificio, percibí la magnitud de la situación: la fachada llena de ansiosas cámaras sin cara, ya que siempre llevaban mascarillas para evitar problemas. El coche de Joji se perdió al girar una esquina, dejándome abandonada aquí; suspiré.

      De las taquillas oí los cuchicheos de un grupo de chicas de curso inferior, y me irrité hasta detonar. ¿Qué les importaba a ellas?, ¿no podían cotillear a solas? ¡Qué despreciables!

      —¿Qué coño miráis? –les hablé seca, y conseguí que desaparecieran de mi vista. Caminé hasta las escaleras del final y el teléfono comenzó a vibrar como loca cuando quité el modo avión. No me importó, subí las escaleras con parsimonia y desgana, dejando que los auriculares filtraran Problems, de Mother Mother. ¿Estarían mis problemas ya en boca de todos?

      Doo-do-doo, I’m a loser, a disgrace

      Al pie de los últimos escalones, apareció la regordeta y preocupada cara de Kohaku.

      You’re a beauty, a luminary in my face

      Me arranqué los auriculares. Todos los compañeros del curso nos miraban, y me dio el tic de morderme el carrillo de la mejilla para mitigar estrés y/o agobio. ¿Qué sabían exactamente?, ¿qué coño pasaba?

      —Areum, ¿has visto los artículos? –susurró Kohaku desgastado, haciendo marcha hacia clase, ignorando las miradas curiosas y miserables.

      —¿Cuáles?

      —¿Es que no has recibido mis mensajes? –frenó en seco en clase, mirándome demasiado serio para mi gusto. Sacó su teléfono con algo de irritación; ¿qué mosca le había picado?

      —Siempre pongo el teléfono en modo avión por la noche –argumenté–. ¿Qué ha pasado exactamente?

      —Te he llamado mil veces –se frotó la sien nervioso, desbloqueando su iPhone y apretando la mandíbula cuando me enseñó la pantalla.

      Era una foto nuestra del viernes cuando nos fuimos de fiesta, estábamos tiernamente abrazados en la acera. No era para tanto, pero la sociedad escandalizaba cualquier rumor con tal de tener de qué y de quién hablar.

      —Kohaku, no veo el problema... –tal vez el problema era simplemente tener una amistad como Kohaku en la competencia, pero me daba igual.

      —Sigue leyendo –poco a poco fui leyendo crítica a crítica, y también que la foto había sido enviada por un donador anónimo. Y yo ya había visto esta foto en otras manos.

      Takashi había cumplido su promesa, había contactado a la prensa como una sentencia para mí. Aunque...podría haber enviado una foto peor, como la del graffiti. Eso me dejó reflexiva.

      —Está por todos lados, y veo que a ti también te están comenzando a seguir los entrevistadores.

      —Mi madre me va a matar –peiné mi pelo hacia atrás, las manos comenzando a temblarme cuando caí en la gravedad del asunto–. Todavía no he cruzado palabra con ella porque se fue pronto a trabajar. ¿Tu padre te ha dicho algo?

      —La pregunta es: ¿qué no me ha dicho? –hizo una sonrisa que no le llegó a los ojos, como si estuviera a punto de llorar–. Estoy hasta los cojones de vivir con mi padre, qué ganas tengo de irme –se frotó la ceja, así desprendiendo el maquillaje que cubría un moratón rojo color burdeos que ayer no estaba.

      Su padre le había vuelto a pegar. Mi madre solo me reñía cuando me veía con él, pero al menos no me agredía como el padre de Kohaku.

      —¿Te duele mucho? –sentí preocupación y pena, pero negó nerviosamente mi carente ayuda.

      —No es nada –tiró su mochila a un lado de su asiento, sentándose despreocupado, cambiando radicalmente el chip de buen chico a uno insumiso–. Me lo pasé muy bien el viernes, así que no me arrepiento de nada.

      —Pero Kohaku, ¿cómo que no es nada? –apoyé las manos en su mesa para captar su atención–. ¡La que te va a pegar voy a ser yo, como vuelvas a decirme que no me preocupe!

      A pesar de que mi mirada no desprendía nada más que angustia, a él la situación le pareció de lo más divertida. Se cruzó de brazos, con una sonrisa de chulería, y estuvo muy atractivo.

      —¿Pero qué me vas a pegar? Si no me llegas ni a la cara –su comentario de mi altura no era nada nuevo, pero por el cariño reprimido con el que me miró, se me contagió una sonrisa sincera.

      Kohaku me podía hacer sonreír hasta cuándo estaba en sus peores, ¿pero quién le hacía reír a él?

      ...

      Se oían mis zapatos subiendo aquel tramo de escaleras, el compás asesino y amenazador en dirección a su despacho. Ahora que ya había visto el artículo con las fotos, debía tener una charla con él.

      Le iba a matar

      Pero la puerta estaba entreabierta, algo que me desconcertó dado su obsesivo control. Tal vez la había dejado entreabierta para tenderme una trampa, tal vez secretamente tenía ganas de verme.

      —Takashi –irrumpí en el despacho abriendo la puerta de un golpe, y mi mirada cayó sobre su figura sedente, rellenando papeles como si no hubiese hecho nada malo. La gota que colmó el vaso fue su sonrisa felina, como de orgullo por su perversidad.

      —¿Qué formas son esas de dirigirte a mí? –no se dignó a mirarme, ni tampoco a borrar esa desvergonzada línea de su cara, estaba demasiado ocupado rellenando los putos documentos–. Siéntate nena, en un momento estoy contigo.

      ¿Estaba tomándome el pelo o qué?

      Me acerqué a su descomunal escritorio con otros fines, y con el brazo barrí todo lo que había en la superficie. Todo cayó como una estruendosa cascada de agua al suelo, y solo oí cómo Takashi hizo una inhalación profunda antes de mirarme con dureza. Probablemente le había molestado, pero lo ignoré y proseguí.

      —¡¿Qué coño has hecho?! –estampé las manos abiertas en su escritorio, ahora vacío–. ¿Cómo te atreves a hacer públicas las fotos? Vas a tener una charla con mi abogado, y te vas a pudrir en la cárcel –solté las palabras atropelladamente, sin importarme que se estuviese levantando de la butaca–. Te voy a denunciar por acoso, intimidación, manipulación, chantaje...¡y seguro que alguna más!

      El sprint que hizo me tomó desprevenida, y solté un grito cuando me cogió del pelo y me reclinó sobre su escritorio con demasiada brusquedad.

      —¡No! ¿Qué haces?

      Sus piernas se clavaron a los lados de las mías para inmovilizarme, y percibí su musculatura cuando se pegó a mi espalda, aplastándome un poquito. Mi mejilla dolió por el impacto contra la madera, aturdiéndome momentáneamente los sentidos. pero preferí no pensar en la comprometida posición.

      Menudo desalmado