pública una foto. He empezado con la más suave, ya que tener un amiguito a tu edad no es para tanto... ¿pero vandalizar las calles de Tokio? Tskk...no quiero saber qué dirá la prensa si finalmente alguien pone nombre y cara a los graffitis que arruinan el barrio más rico de la ciudad –me apretó las mejillas como si fuese el amo del lugar–, serás el foco constante de atención. Y siendo coreana... –dijo, como decepcionado–, te destrozarán en cuestión de días.
Me dolía tanto el poco tacto con el que me estaba tratando...
—¿Qué te he hecho yo para que me trates así? –volví a pegar la mejilla a la madera, cerrando los ojos para no llorar, escondiendo la cara–. ¿T-Te divierte acosar a una adolescente? ¿Tan triste es tu vida?
—¿”Acosar”? –repitió serio, acariciando mis costados–. Yo creo que solo soy dinamismo para tu aburrida vida, Areum, ¿hace cuánto no tenías una experiencia que te quitase el sueño por las noches? –tiró de mi cintura y se pegó por completo, marcando su dura erección. Se me fue la sangre de las venas; ¿por qué se me erizaron los pelos de la nuca?–. ¿Lo notas? Solo te he puesto en tu lugar y ya me he excitado.
Solo le faltaba decir que mi lugar estaba en la cocina para darme luz verde y darle otro bofetón, era repugnante.
—Ayer fui muy benevolente cuando te propuse el contrato –su voz se hacía pesada conforme me clavaba más las caderas, y me comenzaron a sudar las palmas de las manos a cámara lenta, a arder el vientre–, ¿y qué haces tú? Rechazarme y venir a mi despacho con complejo de heroína.
—... –no dije nada a pesar de que tenía ruido mental en la cabeza. Una sensación que no quería sentir bajó a mi intimidad, y no sabía qué hacer.
—A veces es mejor cerrar la boca en el momento justo –me apremió Takashi, inclinándose encima de mí con una reverencia de amante, el calor de su cuerpo sofocando mi cara de rojo. Me quedé hiper quieta con lo que me susurró, con la saliva –. Si todavía tuviéramos Corea anexionada a Japón...ten por seguro que ya te habría lavado la boca con jabón y cosido los labios. No habrías durado nada allá, nena.
No sabía cómo responder, ni tampoco encontré una voz para manifestarlo. Tenía claro que no me iba a escuchar, ¿así que para qué hablar?
—Areum-ssi –el diminutivo que hizo en mi lengua nativa me sacó una sonrisa amarga; vaya, Takashi sabía algo de coreano–, ¿no te dije que odio el traje este? –descubrió mi oreja, y besó la piel con un erotismo que pocas veces había sentido, con cuidado, con atención, con morbo–. Tienes demasiadas capas encima –serpenteó la mano por mi pecho, zigzagueando bajo la chaqueta hasta acunar mis senos, no agresivo sino como un caballero, y ese era el dilema, que tenía mucho tacto cuando le interesaba. ¿Notó mi pulso alterado?–, ¿te gusta que te toque así? –preguntó ladino en mi oído, y al ver que no pude contestar, cambió el tono a uno protector–. Ven, nena.
Me cogió la cara dulcemente desde atrás, y me atrajo dominante hasta que nuestros labios chocaron. Apretó mis pechos con ansia, sacándome así un gimoteo sensible a traición. Lloré al darle esa satisfacción de verme mal, y cuando se separó para mirarme, sonrió complacido.
—No seas así...bésame bien –se lamentó, trazando tétricamente la línea bajo mi pómulo–. Tengo el correo con más fotos preparado en borradores, un click y la prensa las publicará –atrapó una gota salada de mi mejilla con su lengua, y el tétrico gesto solo me hizo llorar más. Era imposible llevarle la contraria.
Takashi se levantó en silencio y se sentó en su butaca, dejándome ahí tirada en su escritorio. Tardé unos minutos en incorporarme, de lo anulada que me sentía. Tiró suave de mi muñeca, ofreciendo confidente su regazo, sus brazos grandes y abiertos, una mirada íntima. Me senté sin decir mucho, sin entender mucho, y comenzó un suave sendero vertical por mi pelo, mimándome sobre sus piernas, sin segundas intenciones.
No sé por qué, pero apoyé la frente en su pecho y lloré en silencio mientras él calmaba el ruido mental. Pretendí que era el pecho de Kohaku pero ni siquiera oí latidos, confirmando mi teoría de que no tenía corazón. Qué extraño era compartir algo tan íntimo con él.
¿Era esta actitud reposada la verdadera personalidad de Takashi? Así no daba miedo.
—Señor Takashi –susurré decaída, con los ojos pesados de llorar y de cansancio, y la mejilla caliente contra su camisa–. Deme la pluma.
Con una sonrisa imposible de ocultar, me entregó el contrato y la pluma, y firmé mi sentencia de muerte abrazada y sin saber lo que unos meses con él me podían cambiar.
8. [cambio de actitud]
Areum
Señor Takashi. Honoríficos. Uniforme. Sumisión
Las normas no eran difíciles, pero sí degradantes de llevar a cabo.
—¿A que no ha sido tan difícil? –levantó mi barbilla 90º, examinándome como si me fuera a comprar, midiendo la longitud de mis pestañas y las finas curvas de mi nariz. Grité cuando de repente me atrajo del cuello para besarme, y giré la cara.
—Tengo una duda –dije pensativa, mis piernas todavía temblando. Me ponía extra nerviosa notar la gruesa protuberancia de sus pantalones contra mi costado, ¿de verdad se ponía así por mí? Oh...–, ¿se ha esperado a tener mi firma para poder tocarme?
Aquello era en algún tipo de consentimiento, ¿no...?
—¿Firmando el contrato sin leerlo, eh? –extendió la mano abierta en mi muslo, con una perlada sonrisa de desquiciado de la cual no podías deducir nada específico. A veces Takashi parecía estar en otra onda–. Tienes suerte de que soy trigo limpio en todo lo relacionado con papeleo –dijo ambiguo.
—¿Qué pasa si rompo el contrato? –todavía no me levantaba de las piernas de este hombre, y pude estudiar de cerca su rostro. Cómo sus labios estaban muy llenos hiciese la mueca que hiciese, su expresión seria y naturalmente atrayente, cómo alzaba las cejas milimétricamente cuando algo no le agradaba.
Sonrió con los ojos idos.
—Debes pensar que es buena idea romper el contrato, ¿entiendo? –lo dijo tan neutral que me arrepentí de haber hablado, y bajó la mano, dándome palmaditas pausadas encima del trasero, como advirtiéndome–. Bueno, Areum, si eso pasa me enfadaré mucho. Te advierto de que soy un hombre de temperamento fuerte, no deseo que acabes llorando veinte veces más de lo que has lloriqueado estos días si me descontrolo –cogió mis mejillas, mirándome a los ojos, los labios apretujados entre sus dedos–. Pero no tiene que pasar nada malo si me obedeces, porque es lo que vas a hacer...¿a que sí, nena? –me acarició el pelo para embobarme, sus oscuros ojos brillando en perversión, y me dio la sensación de que era un experto en el campo del sufrimiento.
—Le obedeceré, Señor Takashi –asentí para que me creyese, y cogí su mano para que no me rompiese la mandíbula, porque lo cierto era que apretó bastante.
Se relamió los labios ligeramente antes de besarme, y no supe cómo reaccionar, por lo que le devolví las caricias con timidez y lentitud. Manoseó mi pecho por encima de la blusa, apretando por encima del sujetador con destreza, consiguiendo que gimoteara–. Creo recordar que te dejé el cuello a medio acabar –gruñó, precipitándose contra mi piel.
—Espera –pedí ingenua, inventándome una excusa–, no puedo llegar con más chupetones a casa, ¿qué dirá mi madre? –o Kohaku–. Mañana... –pestañeé más de lo necesario, y entreabrí los labios para hacerme la vulnerable, que parecía ser que le gustaban las mujeres trofeo–, le prometo que vendré con otra actitud, Señor Takashi.
Se mordió el labio mientras escrutó cómo estaba sentada encima de él, deteniéndose más de lo necesario en algunas zonas. Con esa actitud desenfadada y controladora, me hizo sentir algo suyo. Es decir, ¿qué hacía yo teniendo una relación así con un heredero con el que iba a trabajar? ¿Qué mierda había firmado?
—Qué