E. M Valverde

Sugar, daddy


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¿Cómo estarán tus bragas, hmnn?

      Muy mal, a mi pesar

      Arrugó la falda en mi cintura para poder ver mejor, y con dos dedos en V, los pasó por encima de la fina tela, provocando y haciendo que mis bragas se transparentaran. Mordí mi labio sin descaro,algo retraída, pero aún así abrí las piernas con docilidad para darle más acceso. Si tenía que estar seis meses con él, al menos lo disfrutaría. Sería una lástima que yo también me torturara por sentir placer físico, ¿no crees?

      Takashi enterró las caderas en mí como un animal, sus dedos trazando patrones secretos en un punto sensible centímetros más arriba. Arqueó una ceja condescendiente, y sus labios no fueron gentiles cuando me besó. Me rodeó la nuca como un animal, y yo fui tan blanda que me derretí en sus manos, le correspondí con la misma obscenidad, rodeé los brazos en sus hombros, y tiró de mi pelo hacia atrás.

      —Hmmnn... –me oteó reflexivo, enfocado de más en mis labios. ¿Acaso tenía monos en la cara?, ¿estaban mis labios tan hinchados e irresistibles como los suyos?–. Menudos labios tienes –delineó mi boca, absorto como si estuviera en éxtasis–, no preguntaré si te los has pinchado, ya que ahora todas las jovencitas tenéis cirugía como regalo de graduación –los pellizcó con mofa, acariciando también la hendidura marcada entre mis bragas–, pero pfft...

      Noté una palpitación contra mi coño, y miré su paquete con descaro. Yo también comenzaba a sentirme sensible...¿qué narices hacía o decía? Apartó un mechón de pelo de mi frente, y me susurró como si fuera un obsceno secreto.

      —Me vas a manchar los papeles de lo mucho que estás goteando.

      11. [lenguas desconocidas]

      Areum

      —Eh... –sintiendo la cara caliente y sin saber qué decir, intenté cerrar las piernas, pero grité cuando me abrió los muslos con sus esqueléticos dedos–. Señor Takashi...

      Quise decirle que no estaba para nada excitada y que me dejara irme a casa, pero notaba la tela de las bragas húmeda, y eso era imposible de ocultar. ¿Acaso no había decidido que lo disfrutaría?, ¿pues por qué me comía tanto la cabeza? Estaba mal, sí...pero al menos no estaba haciendo daño a nadie.

      —Quédate tumbada –tomó asiento en su butaca de rey, examinando mis piernas abiertas frente a él, como si fuera una ofrenda virgen y me fuera a despojar de algo–, relájate, no te voy a morder si no quieres–

      Clavé la vista en el techo cuando noté cómo bajó mis bragas, y entre tanto silencio, oí la caída de la tela al suelo, y también cómo Takashi se lamió los labios.

      —¿Hace cuánto no te comen? –apoyó mis piernas en sus hombros, inspeccionándome sin el pudor que sentía yo. ¿Qué más le daba a él cuando fue la última vez? Mi última relación sexual ni siquiera tuvo penetración, por no decir que fue más bien un desastre.

      —No tanto como cree –dije cortante, mis manos sobre mis costillas sin saber qué hacer.

      Tiró de mis tobillos hasta ponerme casi al borde de la mesa, y pasó las yemas de los dedos por mi sexo desnudo, tanteando, esparciendo la lubricación, analizando mi respiración. Bajé la mirada por primera vez, y me fundí con los mordisquitos que empezó a dejar en la cara interna de mis muslos, cosquillas pero con algo más, con saliva, hambre y placer.

      Tanteó mi entrada vaginal con dos dedos, solo rozando, solo introduciendo lo mínimo, mientras sus dientes me dejaban marcas en los muslos. Subió los mojados dedos a mi clítoris, pero no más de dos segundos, y luego recreó la línea de antes hacia abajo. Me comencé a desesperar por los fugaces roces del heredero, pero tenía el presentimiento de que lo estaba haciendo a propósito, que tal vez quería que se lo pidiera.

      Succionó más fuerte la cara interna de mis muslos y lloriqueé, cerrando las piernas alrededor de su cabeza, desesperada por que me diera más. Le noté sonreír perverso, y contrariamente, me mojé más.

      —¿Quieres algo, Areum? –conectó sus ojos con los míos, su respiración caliente contra mi coño. Palpité y me mordí el labio abochornada, siendo consciente de que se estaba riendo de mí.

      —Me gusta cuando no es tan brusco, Señor Takashi –toqué mis dedos buscando refugio, un poco embobada con las manchas rosas esparcidas por mis muslos, sonrojada por estar abierta frente a su cara.

      —¿Te gusta que te traten como a una princesa, hmmn? –sonrió satisfecho en su butaca, mirando casi con crueldad cómo emanaba la lubricación–. Tienes suerte de que a mí me encanta consentir a las princesas.

      Enterró la cara entre mis piernas sin previo aviso, y estaba tan mojada que cada depravado rastro de su lengua sonaba. Comencé a gemir bajito y suave, cohibida pero también cachondísima.

      —Mmnng –enterré los dedos en su oscuro y bonito cabello, apretándole contra mi centro, humedeciéndole la cara, haciéndome presa de él sin darme cuenta.

      —¿Hmmn? –el tono gutural de su ronca voz vibró directamente contra mí, mi clítoris. No quería ser ruidosa para no subirle el ego más, pero se me complicó la tarea cuando introdujo una falange. Era una táctica que creaba dependencia a base de insuficiencia–. ¿Quieres más?

      —Sí...

      Metió un segundo dedo, sus falanges vacías de los anillos que se había quitado.

      —¿Te mojas tanto de normal?

      Si miraba abajo, una imagen muy erótica acechaba: sus ojos descaradamente oscuros y seductores mientras me sonreía con los labios brillantes, cómo sonaban sus dedos cada vez que los metía y sacaba y a veces los curvaba hacia arriba, cómo parecía encantarle comerme y dejarme hecha un desastre con su lengua, o en general, tal vez le gustaba hacerme un desastre. ¡Ah, qué impotencia!–. ¿Te gusta que te meta los dedos hasta los nudillos? –su mejilla se abultó cuando la presionó con la lengua, y me obligué a cogerle del pelo y hacerle desaparecer entre mis piernas cuando la imagen comenzó a afectar a mi juicio–. Me están chorreando con tu lubricación, cielo.

      Me intenté calmar a pesar de que la temperatura de mi cuerpo no bajaba, tan extasiada por sus palabras y gestos. ¿Por qué lo hacía tan bien? ¡Pftt!

      —...qué calor –me escuchó a pesar de que lo susurré, y sustituyó los dedos por algo más sólido y mojado por mi propia lubricación y su saliva, pero paró. Oí cómo la butaca se movió, y cuando abrí los ojos, Takashi ya se había reclinado sobre mi cuello, calculador.

      Había que ser estúpida para no admitir que me gustaba cómo lucía su cuerpo sobre mí, los músculos que se marcaban a través de su camisa abierta, sus rasgos rectos y masculinos, el bulto que presionaba contra mi muslo... Era bastante vergonzoso admitirlo.

      —Si te pudieses ver la cara desde aquí –frotó mi clítoris muy fuerte, y aunque le cogí el brazo con urgencia, él siguió hasta que comenzaron a temblarme las piernas–, te juro que no me culparías por todos los pensamientos que estoy teniendo.

      —Señor Takashi, no aguanto más... –toqué su pectoral a modo de plegaria, mirándole inocente y con cierto patetismo, casi llorando–. ¿Señor Takashi?

      —En el fondo –comenzó, cogiéndome la mandíbula con una sonrisa prepotente–, sabes que no te arrepientes de haber firmado el contrato. Ni siquiera te he dado ni un 20% del placer que te prometí y no dejas de pringarme de fluidos.

      Takashi cesó los movimientos por completo, y cuando me incorporé para gritarle, me tapó la boca.

      —No seas impaciente, Areum –aconsejó calmado y me guiñó un ojo, acariciando mi mano entre la suya con una suavidad que me relajó. Se sentó y enterró la cara de nuevo entre mis muslos, y cada húmedo trazo que daba me desestabilizaba más el cuerpo, hasta llegué a manosearme por encima del sujetador cuando sentí que se me iba a salir el corazón.

      —¡A-Ah...! –me convulsionaron los muslos alrededor de su