haciéndose más pesado tras de mí, casi besándome la coronilla. Sentí mi cara caliente, mi piel erizarse con la cercanía de Takashi, mi piel de gallina. Joder, ¿pero qué me pasaba?
Abrochó el collar y el charm de plata cayó contra mi garganta. Y ahora que ya tenía un collar suyo, ¿podía considerarme un perro?
Sus mocasines de cuero se alejaron por detrás sin dar ninguna explicación más, y por extraño que pareciese, permanecí de rodillas y sin girarme, obediente sin que me lo pidiese. La butaca chirrió leve bajo el peso del Señor Takashi, y se me erizó poco a poco la piel por la devastadora quietud que había; que se podía cortar con un cuchillo.
Cuando la curiosidad me pudo, me giré a mirarle. Diría que estaba bastante cómodo ahí, con las piernas abiertas y un brazo en el reposabrazos, mirándome lascivo desde la distancia, y con el pómulo apoyado en sus nudillos de gemas de colores. Oh...vale.
—¿Señor Takashi? –dije elegante, volviendo a sentir esos nervios incontrolables en la boca del estómago.
—Areum-ssi –usó el diminutivo en coreano de nuevo, inclinado sobre las rodillas como si quisiera reducir los metros que había entre él y yo–, ven aquí –palmeó sus piernas, pero cuando fui a ponerme en pie, me llamó la atención–. Sin levantarte –concretó, y me quedé quieta sobre mis manos y rodillas, pensando. Solo se me ocurría una forma de ir hasta allí, y parecía que él quería lo mismo.
Adelanté mi mano tímidamente delante de mí, y moví la rodilla para avanzar. Gateé hasta él sin poder aguantarle la mirada por la humillación, y permanecí quieta y sentada sobre mis pantorrillas cuando sus zapatos negros aparecieron enfrente.
Su respiración calmada chocaba en mi frente, y me arrancó las manos sobre la falda para ponerlas sobre sus rodillas vestidas. Observé lo grandes que eran sus manos en comparación a las mías, cómo las cubría sin esfuerzo, y aquello extrañamente me dio sosiego.
—Qué guapa estás de rodillas y entre mis piernas –cerré los ojos al sentir cómo trazó la curva de mi nariz, con un tacto demasiado dócil para ser suyo–. Te haría una foto y la enmarcaba en un cuadro –sus dedos serpentearon en mi pelo, y caí en su truco de provocarme paz.
—Te dije que no me hagas más fotos –añadí, bastante débil cabe decir. No quería bajar la guardia mucho, pero fue tarde cuando me apoyó la cabeza en su sólido y trabajado muslo. Abrí los ojos para mirar hacia arriba, y paniqueé un poco porque Takashi ya me estaba observando desde hace tiempo, con la mirada oscura de siempre. La quietud me hacía querer dormir, pero no acababa de confiar en él–. Señor Takashi...
—Shhh...quédate ahí –pasó la mano por mi suave pelo, y empecé a notar lo caliente que se puso mi mejilla contra su pierna. Con tanto masaje placentero, la parte inconsciente que me ordenaba desconfiar de él, se durmió. ¿Y si Takashi no era tan hijo de puta como me había demostrado?
—Qué imagen tan plácida... –me miró a los ojos desde arriba, haciéndome sentir minúscula–. Sé que te gusta que te toque así, con cuidado. Tu cuerpo se ha relajado tanto que estás en el muslo de la persona que más odias. Podría ser así siempre que me obedecieses –hizo una pausa en la que rodeó mi mata de pelo, y tiró severo hasta despegarme de su pierna–, ¿no sabes que las chicas buenas tienen la vida más fácil?
El fastidio de su cara, su mandíbula desencajada en disgusto, me hizo pensar que me iba a escupir en la cara. Casi me caigo cuando me soltó, y palmeó su entrepierna antes de maniobrar con el cinturón de oro que llevaba.
—Si no le hubieses zorreado a Yoshi –recordó a su amigo con un apodo, y me hirvió la cara al recordar la degradante escena–, no te habría pedido que te arrodillaras –me tensé cuando se desabrochó el cinturón, pero solo eso se quitó–. ¿Te ha humillado mucho? –preguntó con una sonrisa de suficiencia–. Casi te pones a llorar a nuestros pies.
—No lo vuelva a hacer –era consciente de que, arrodillada entre sus piernas, no estaba en la mejor posición para pedir respeto básico.
—No decides tú lo que te hago, Areum –dio unas palmaditas flojas contra mi mejilla, como si fuera una única y última advertencia. Cogió mi pelo en un puño, y rodeó el ostentoso cinturón en mi cuello, abrochándolo y sujetándolo en su otra mano como si fuera una correa. Mi pelo cayó como una cortina de alquitrán sobre mis hombros, y Takashi se reclinó en el respaldo para verme mejor–. Qué guapa estás con eso al cuello –dio un tirón del cinturón, para desequilibrarme y que me tuviera que apoyar en sus piernas. Estaba claro lo que pasaba por su retorcida mente–. Dame la mano –extendió la palma, y cuando tuvo la mía, la subió por su pierna, hasta el rígido bulto de su pantalón de traje. Madre mía.
—Señor Takashi –no le pude mirar de la vergüenza, e intenté hacer conversación–, ¿le ha gustado humillarme delante de su amigo? –soltó mi mano, y me sorprendí a mí misma al descubrir que comencé a trazar patrones sobre su miembro erecto, porque me daba curiosidad y también morbo.
—Siempre es divertido humillar a una sumisa –se relamió al notar el tacto de mis dedos, y tragué duro cuando los trasladó al botón metálico.
—¿Cuántas sumisas tienes? –desabroché su pantalón y bajé la cremallera de la bragueta sin saber muy bien por qué. Me había hecho chantaje y también acosado, pero aquí estaba yo a punto de chupársela, atada de una puta correa.
—No me agradan los interrogatorios, Areum –peinó mi pelo encandilado, y apretó el cuero negro con maldad, hasta que me ahogó un poco y le puse cara de pena y ojitos llorosos–. Aunque dentro de unos minutos tendrás la boca llena –apretó mis labios rechonchos con lascivia pura en su angular cara–, no te harán falta las palabras.
Ay madre, ¡que le iba a hacer una mamada!
Sin dejar de mirarme con superioridad y mofa, él mismo se acarició por encima de los calzoncillos, y aunque no lo iba a admitir jamás, su aura me pareció muy sensual.
—Un poco más y se te cae la baba, nena –me pilló infraganti mirando su paquete, y se palmeó más toscamente, cachondísimo. Se inclinó sobre mi cara y lamió mis labios como un salido mental, sin besar, solo dejando su huella en mí–. Me la vas a chupar así de bien, ¿a que sí? – lamió el cartílago de mi oreja, y me aparté brusca por lo sensible que se sintió.
Me echó hacia atrás, y liberó su miembro de los pantalones con una naturalidad difícil de ignorar. Tenía la polla tan grande como su ego, qué rabia.
—Ehm, ¿Señor Takashi...? –despegué la mirada de su miembro hinchado y rojizo, simplemente porque me entraban ganas de lamerme los labios y eso iba en contra de mis valores. Me alzó el mentón, y me sonrojé cuando empezó a masturbarse lento. Aquello fue tan estimulante, que tuve que cerrar los ojos cuando sentí una ola de calor marearme.
—Sé que esto te excita –declaró firme, observando mi boca como si me fuera a besar, tan cerca que creó una intimidad que no había y yo me lo creí–, tócame –ordenó en mi oído, rozando los labios en la piel, dándome escalofríos por la columna vertebral.
Yo misma rodeé su pene con la mano, y mi memoria recordó sola los movimientos que embelesaban a los hombres. Siseó amargo cuando pasé el índice por el glande, y entonces me hizo una extraña pregunta mientras acariciaba mi cabeza.
—Areum, creo que ya te haces una idea de que tengo un fetiche por la degradación femenina –asentí, confusa–. Dime el primer antónimo que se te venga a la mente cuando piensas en mí –decretó, su mano guiando a la mía en un vaivén mientras yo pensaba.
¿Algo contrario a Takashi, un hombre que ni me había dicho su nombre pero que me deseaba? Dominante, hiriente, estricto, formal, tétrico, sádico... Solo eran algunos sinónimos, pero no fue eso lo que me pidió.
—Azúcar –confesé repentina, moviendo los dedos por su miembro. Me cogió las mejillas con una imperiosidad nueva, como si algo hubiera cambiado. Y qué satisfecho le vi cuando no me resistí.
—Escúchame