Estás espectacular –rozó mi brazo con los dedos–, ¿a qué se debe la ocasión?
—Eso no es importante –concluí, evitando mencionar a Kohaku, con la mirada militar en las cortinas.
Cubrió mi espalda baja con la mano, tocando mis curvas sobre el vestido, analizando.
—¿Sabes por qué estás aquí? –subió la mano tan poco a poco que me pudo rodear el cuello, y me sentí como un pato mareado.
—¿Porque me quieres follar? –mi comentario le hizo reír entre dientes, así que supuse que no estaba realmente enfadado.
—Hoy no tenía pensado ir tan lejos, pero si me lo pides así... –me inclinó la cabeza hacia atrás, y vi su larga sonrisa en un ángulo turbio. El deseo casi goteaba de sus ojos castaños, y me costó tragar saliva teniendo tanta atención encima.
Me dio la vuelta y cortó la distancia agachándose para besarme, sus labios igual de insaciables que siempre. Intentó pegarme más a él aunque mis manos estuvieran en medio.
Era una tontería negar que era un buen besador, y me sorprendí al no tener la cara de ningún famoso en mente, simplemente disfruté el toque.
—Suelta eso –señaló la chaqueta entre mis manos, y como las rodeó en su nuca, mi chaqueta cayó al suelo con un sonido metálico impactando en el suelo; su collar. Takashi bajó la cara para mirar al suelo, pero en un arrebato de desesperación porque no viese el objeto, cogí su cara angulosa para besarle.
Me empujó contra la pared, satisfecho con mi iniciativa, y mientras tocaba su pecho para distraerle, moví la chaqueta con la punta del zapato de tacón. Si veía el collar, me mataría. Ya había insistido con que no me lo quitara, pero yo no era propiedad de nadie.
—Si no supiese lo insolente que eres, podría pensar que hay un ángel bajo este vestido apretado –rompió el beso obsceno, sonriéndome de una forma que me hizo humedecer las bragas. Se relamió sin pudor al mirar mi pronunciado escote–. Me puedes soltar ya la cara, princesa –se deshizo de su chaqueta, hasta quedar en una camisa beige que le favorecía bastante.
Se le marcaban los bíceps descaradamente, e ignoré que pedían a gritos que los tocara.
Antes de volver a mí, se agachó con detalle para recoger mi chaqueta, y me mordí el carrillo al oír el familiar ruido metálico que marcaba mi sentencia. Mierda.
—Oh...qué interesante –dijo severo, escaneando la gruesa gargantilla Swarovski entre sus largos dedos Clavó un brazo en la pared tras mi cabeza, y se mantuvo en silencio con la mirada fija en las iniciales. Pasaron dos incómodos minutos así, y parecía pensativo cuando no me miraba las tetas en momentos puntuales.
—¿Señor Takashi? –mi voz le hizo despertar del trance, y no me gustó el tinte profundo que sus ojos me devolvieron.
—¿Lo has llevado todo este tiempo en el bolsillo? –en contraste con sus frías palabras, acarició mi mejilla con delicadeza, haciéndome rememorar los instantes de aparente tranquilidad sobre su muslo–. No te lo has puesto delante de Ito –sonrió paradójicamente, observando el otro colgante de plata que adornaba mi cuello. Enrolló los dedos en mi nuca, acercándome forzosamente a él–. Te dije que no te quitaras el collar, Areum.
Me miraba desde su altura enfadado, y noté algo frío en mi escote que no pude ver debido a su sujeción.
—Esto me lo voy a quedar –recogió el objeto de mis pechos, y aprovechó para apretar uno superficialmente. Tanteé mi cuello con sospecha, y me quedé en blanco al darme cuenta de que el regalo de Kohaku no estaba.
—¡No! –intenté despegarme de la pared para tomar mi collar de vuelta, pero me presionó del cuello y alzó el brazo a una altura que me era imposible alcanzar–. Devuélvamelo, Señor Takashi, es un regalo que me han hecho.
No quería ponerme a llorar, pero se me hacía difícil al ver cómo disfrutaba mi dolor.
—Dame una sola razón para hacerlo.
—Es un regalo de Kohie –concluí penosa entre lágrimas, forzándome a no dejarlas desbordar de mis ojos.
—¿Así le llamas? –dio un apretón en mi garganta, haciéndome toser–. Estoy seguro de que él también tiene un ridículo apodo para ti.
Sujeté su muñeca entre mis dedos, rogándole con la mirada un poco de piedad física y emocional.
—Me has desobedecido, vacilado y tuteado, ¿y cuántas veces te he dicho que no me gusta repetirme? –presionó su nariz angulosa en mi mandíbula, mi pulso disparándose–. ¿Sabes por qué no te has querido poner el collar, Areum? –susurró cínico–. Porque te niegas a aceptar que eres la sumisa de alguien, te destroza cuando las cosas no siguen tus planes y alguien te planta cara. Y te jode muchísimo que esa persona sea yo, que tengas que estar sometida a la persona que más odias y que más te enciende.
No dije nada, mi mente gritándome a voces lo mucho que le odiaba por tener razón.
—En realidad no somos tan distintos –noté la extendida línea de su boca contra mi piel–, a los dos nos gusta tener el control de las cosas. A mí en el sexo y a ti a nivel emocional con Ito. Pretender que no te das cuenta de lo pillado que está por ti, pero zorreando con él en la discoteca... Dime, ¿quién es el verdadero manipulador aquí?
—Basta ya –no se me ocurrió ninguna explicación decente, ya que me había abierto en canal.
—No te tienes que preocupar del control, para eso estoy yo –me hizo mirarle, sus cejas serias enmarcando su mirada oscura–. Te devolveré el collar si aguantas el castigo como una buena chica.
Asentí como pude, y me devolvió mi espacio personal con una expresión aprobadora.
Me quería dejar caer al suelo y llorar, pero aguanté con los tacones que me destrozaban los pies. Me sentí vacía y no supe por qué, pero acepté su mano cuando me la tendió.
—Vamos a la cama –tiró suavemente de mi mano, y afiancé el agarre al sentirme rota y necesitada de cariño, aunque fuese de la mano enemiga.
Takashi se sentó a los pies de la cama, y me hizo hueco entre sus piernas abiertas. Incluso sentado seguía siendo alto, lo suficiente como para tener mis pechos a su altura visual.
—Acércate, nena –apoyó mis manos en sus anchos hombros, y me aferré a ellos de la misma forma en la que él cogió mi nuca para unir nuestras bocas.
Estaba desanimada y tal vez por eso se tomó su tiempo de ir lento, y me relajé al no tener que seguir movimientos voraces y violentos. Humedeció mis labios con su lengua de forma suave, y dejé que acariciara a la mía con más pasión. Manoseó, estiró y jugó con mi culo, y me excité por segunda vez en la noche y con otro hombre diferente. Todo genial.
De un movimiento rápido, me desequilibró al tirar de mi muñeca, y caí de bruces sobre el colchón. Frente a mí solo se veía un desierto pacífico y blanco de sábanas y coSeiichies, y no me moví demasiado. Había quedado recostada sobre su pierna abierta, y sabía que me estaba mirando el culo en pompa por el silencio que había. Qué poco casual parecía aquello.
—¿Me...levanto?
—No, estás castigada –impactó mi trasero con la mano de forma vaga, y me tensé cuando la comenzó a subir por mi espalda–. No tienes permiso para hablar.
Enrrolló los dedos en mi mata de pelo, y tiró hasta que mi espalda no se pudo arquear más. La otra mano subió por el interior de mi muslo vestido, haciéndome estremecer con el frío contraste de sus dedos.
—Esta vez no me voy a quitar los anillos –advirtió, dejando un pequeño beso en mi frente antes de soltarme y apoyarme la cara en el edredón.
Ahora sus acciones eran delicadas y firmes, y me confundí hasta pensar que podía tener empatía.
Amasó mi trasero, mesurándome por encima del vestido. Estaba convencida de que podía