que sufrían la rojez.
No nos separamos para bailar, y no me importó el calor que había entre su cuerpo y el mío, porque valía la pena verle así de cómoda y sensual mientras se dejaba llevar.
Quería pensar que estaba cómoda tan cerca de mí
Era imposible no mirar sus piernas enmarcadas en medias negras o sus hombros escultóricos que quedaban restringidos únicamente por los tirantes de mierda. Se los quería arrancar. El balanceo de sus caderas tampoco ayudaba.
Areum me miró con el mismo interés, y la temperatura de mi sangre se calentó.
—¿Estás bien? –me agaché para airearle con la mano, y le dio un escalofrío cuando soplé directamente en su cuello–. ¿Quieres que te ayude en algo?
El perfume artificial de su piel capturó mi voluntad, y antes de que me quisiera dar cuenta mi nariz estaba pegada a su cuello con aroma floral.
¿Por qué tenía que ser tan atractiva?
Este nuevo Kohaku parecía haberse comido a la anterior versión, un depredador sexual que precisaba de perfumes femeninos florales para sobrevivir.
Tenía el cuello suave y vacío, y quise darle el collar cuanto antes.
—Estoy bien –murmuró en un hilo de voz que no sé cómo fue audible por la música, y me estiré para devolverle su espacio personal. Notaba que no dejaba de mirar por encima de mi hombro con el ceño fruncido, y cuando hice lo mismo, vi a las chicas de antes mirándole con recelo.
—No merece la pena que les des atención –le animé, bajo un abrasante contacto visual. Areum no pudo disimular bien la incomodidad de su cara, intentando no mirar a las chavalas celosas de su vestido, apariencia o vete tú a saber qué–. Ven –extendí las manos hacia su fina cintura, y quedamos tan cerca como pensé en mi mente.
Me rodeó los hombros con algo de decadencia, como si estuviera ida. Dio un trago a su copa y dejó los ojos fijos en mi pecho descubierto por los primeros botones de la camisa. Le pegué más a mí hasta que su nariz rozó la piel expuesta, y me mordí la lengua con las ganas que sentí de besarla.
—Oye, ¿te estoy incomodando? –pensé que a lo mejor estaba siendo demasiado intenso.
—Estoy bien –asintió con una pequeña sonrisa, posando la mejilla en mi pecho. Colé uno de mis muslos entre los suyos sin romper el contacto visual permisivo–. ¿Has estado yendo al gimnasio? –acarició mi nuca cada vez que me rozaba la pierna al bailar, y sé que notaba la consistencia de mis cuádriceps cada vez que rozaba su parte más sensible contra mi pantalón.
—Uh... –le temblaron las falanges y mi pantalón se tensó al oír el sonido extasiado. ¿Había suspirado?, ¿de placer? ¿En mi muslo?
—Sí, me estoy poniendo...fuerte –me escondí de nuevo en su cuello, dejando que su perfume me embriagase. Tenía la mejilla contra mi pecho, y me sentía excitado y enternecido a la vez–. Hueles muy bien.
Tuvo un espasmo contra mi pierna, y pensé que sus piernas estarían genial alrededor de mi cara. Ninguno decía nada, pero era más que palpable que los nuestros cuerpos habían reaccionado a la cercanía. Me comencé a alterar por el hinchado tamaño de mi amigo.
—Areum –le separé bruscamente de las mangas de princesa–. Necesito ir al baño, un momento.
Areum
—Estoy bastante borracha –me tapé la boca cuando me empecé a reír sola, y Kohaku no me soltó la mano mientras salíamos de la discoteca. Eran más de las dos de la madrugada, pero los dos estábamos cansados y necesitados de un parque tranquilo en el que descansar un momentito de las luces psicodélicas.
—Es que te has bebido cuatro copas –me regañó, guiándome a un banco de madera alejado del gentío–, pero te lo dejo pasar porque me lo he pasado muy bien.
Nos sentamos hombro con hombro, pero subió mis pantorrillas a sus muslos y quedé perpendicular y con la mejilla en su camisa.
—Mi madre me va a matar si me ve así de borracha...
—La semana que viene te vendrás a dormir conmigo –su mano cayó en mi coronilla, y hundió los dedos en un profundo masaje; vaya, el movimiento me era familiar–. Me he despertado con una transferencia billonaria de Apple, y mañana si no tienes resaca te puedo enseñar mi nueva casa.
—¿Me dejarás dormir contigo? –le miré a los ojos, con el foco un poco distorsionado por el alcohol en sangre.
—Claro, te puedes venir cuando quieras.
Se me había pasado la excitación del baile de antes, pero mis hormonas volvieron a subir a flote con las líneas imaginarias que comenzó a hacer por mis piernas desnudas.
—¿De verdad que no te he incomodado antes? –susurró, en su voz un ápice de miedo; miedo al rechazo, ¿tal vez?
—No me incomodas, Kohaku –mi culo se estaba quedando cuadrado por el banco, y aunque tuve ganas de sentarme encima de él, me contuve. Los hombres tenían una comprensible tendencia a excitarse cuando lo hacías. Y aunque me gustaba, se sentía...particular hacerlo con mi amigo.
Una vibración ahuyentó el silencio, y aunque sabía que era de mi teléfono, lo ignoré. ¿Quién coño me hablaría un viernes por la noche?
—Es el tuyo, Areum, no tengo notificaciones emergentes.
Escondí la pantalla contra mi pecho, y mis ojos flojearon.
Detrás de ti...de vosotros, más bien
—T.K
Tienes dos minutos para subirte en el coche
—T.K
Giré la cabeza como un búho, y me caí del banco cuando mi cuerpo se congeló. Había un range rover negro con la luces encendidas en la acera de enfrente, con los intermitentes encendidos.
—Hostia menuda caída, ¿estás bien? –Kohaku pronto estuvo agachado a mi lado y me ayudó a levantarme–. Menos mal que no te has manchado el vestido, que vas de blanco.
¿Pero qué hacía Takashi aquí? ¿No estaba de viaje de negocios?
—¿Ari? –mi amigo pelinegro llamó mi atención, y le miré nerviosa sin saber qué hacer–. Se te ha puesto la cara muy pálida.
Cogió mi cara para examinarla, pero sabía que Takashi nos estaba mirando, y le aparté delicadamente.
—Debe ser el alcohol –me excusé, señalando el todoterreno a sus espaldas–. Joji –mentí–, ha venido a por mí.
—Ah, vale... –Kohaku estaba tan distraído que no se fijó en que ese no era el coche de siempre–, pero no te vayas todavía. Tengo algo para ti.
Chequeó mi cuello por segundos, y sonrió nerviosamente al sacar una cajita alargada del bolsillo de su chaqueta. El claxon sonó impaciente, y simulé que no tenía los nervios a flor de piel.
—Es para ti –susurró, entregándome la caja. Pandora. Últimamente las joyas me perseguían.
—¿Para mí? ¿Por qué me haces un regalo cuando el cumpleañero eres tú? –me reí tontamente, pero al ver su cara íntimamente ilusionada, me obligué a callar. Abrí la caja aterciopelada, y se me calentó el pecho al ver un fino collar de plata.
—Es mi forma de agradecerte que seas mi amiga, te...aprecio mucho.
Joder, yo no le había regalado nada
—Yo también te quiero mucho, Kohie –le tendí el collar, y aparté el pelo para que me lo pusiese. Noté sus dedos temblorosos en el broche, y algo frío cuando el metal cayó en mis clavículas–. Todavía no tengo tu regalo, de verdad que lo siento mucho...
Su cara regordeta apareció delante de mí, e ignoré el segundo aviso del claxon. No sabía qué pasaría si había un tercero.
—No