Yulián Semiónov

Diamantes para la dictadura del proletariado


Скачать книгу

al orgullo nacional de la Gran Rus. Adoro a Byron, ¡pero Rusia ha dado al mundo a Pushkin! ¿Maupassant? Admirable, ¡pero nosotros tenemos a Chéjov! ¿Flaubert, Zola, Dickens? Cierto, sin ellos el mundo no sería mundo. Pero ¿y sin Tolstói, Dostoievski, Turguénev, Schedrín o Lérmontov? ¿Verdi? Bien, ¿y Chaikovski, Rimski-Kórsakov, Músorgski…? ¿Cómo vivir sin ellos?

      —¿Se ha dado cuenta —se sonrió Karaján— de que nuestra revolución ha despertado tanto en mí, armenio, como en usted, judío, el sublime sentimiento del patriotismo de la Gran Rus socialista?

      —Sí —Litvínov estuvo de acuerdo—, y por eso durante las conversaciones no es conveniente poner los pies encima de la mesa, pero sí se debe recordar siempre que vivimos bajo el techo de la gran cultura rusa y que es posible que en el mundo no haya cultura más poderosa… Aunque luego a cualquier sueco u holandés le estrechamos la mano y le sonreímos solo porque incluso en su propia casa se comporta con educación, como si fuera extranjero.

      … Habiendo sacado del bolsillo las hojitas de papel, Litvínov las estiró sobre las rodillas y empezó a leer tranquilamente:

      —El 5, el 12, el 13, el 16 y el 23 de febrero de 1921 se re alizaron doce intentos de violación de las fronteras estatales, además durante el intercambio de disparos que tuvo lugar el 23 de febrero fueron heridos dos soldados fronterizos soviéticos y uno estonio. Durante un tiroteo el 2 de marzo murió un oficial blanco, el capitán ayudante Piotr Vasílievich von Bromberg. En el muerto se descubrió una importante cantidad de dinero y un paquete de documentos soviéticos falsos. Von Bromberg residía en Revel con el líder de los delincuentes monárquicos blancos, el conde Vorontsov. El 14 de febrero del presente año la embajada de la República Soviética notificó a los órganos correspondientes estonios dónde residen y dónde se reúnen los representantes de los grupos de delincuentes emigrados…

      Litvínov siguió leyendo un documento que nadie podía refutar, y el presidente, escuchándolo, pensaba triste y serio: «Nuestra única culpa es ser un país pequeño. ¡Qué trágico es el papel de los países pequeños en este gran mundo! ¿A quién echar la culpa de que Dios nos instalara en esta tierra pedregosa, bella, estéril pero tan querida?».

      Cuando Litvínov hubo terminado de leer el documento, el presidente se encendió un cigarrillo y se quedó un minuto inmóvil, con los párpados caídos…

      —Daré instrucciones para que lo arreglen.

      —El ministro de Asuntos Exteriores ha dado instrucciones tres veces, sin embargo los bandidos siguen viviendo y reuniéndose tranquilamente en Revel, y bien sabemos nosotros dónde se reúnen y de qué hablan cuando se reúnen.

      —Nosotros no vivimos según sus leyes, señor embajador. La policía necesita pruebas irrefutables… De lo contrario no podemos dar contra la parte violenta de la emigración rusa los pasos que ustedes sugieren…

      —Mi gobierno me ha autorizado a hacerles saber que no está dispuesto a tolerar más acometidas de este tipo realizadas desde el territorio de un Estado con el que mantenemos relaciones diplomáticas.

      —Pero espero que entienda las dificultades a las que nos enfrentamos. Usted, personalmente usted, al vivir aquí…

      —No acostumbro a separar mi opinión de la opinión de mi gobierno, señor presidente.

      —¿Qué quiere que hagamos, que implantemos una Checa para aislar a la emigración rusa?

      —No estoy autorizado a darle consejos. Podría considerarse como una injerencia en sus asuntos. Pero quisiera que los respetables señores a los que usted encargue este asunto presten la debida atención al hecho de que el Gobierno de la República Soviética no está dispuesto a tolerar más actos de este tipo por parte de grupos de delincuentes rusos que cuentan con la tolerancia de las autoridades estonias…

      —Comprendo sus palabras…

      —No son mis palabras, señor presidente —lo corrigió Litvínov con rudeza.

      —¿Su gobierno nos amenaza con una intervención?

      —Nosotros no amenazamos a nadie. Matan a nuestros guardias, pisotean nuestras fronteras, la prensa local realiza acusaciones sin precedentes a mi país y a sus líderes: ¡toda paciencia tiene un límite y esto conlleva acciones!

      —Pero yo no puedo promulgar una orden para detener a todos esos rusos, señor embajador. ¡Póngase en mi lugar! ¡Mi pueblo no me entendería!

      —Y a mi gobierno no lo entenderá mi pueblo si en el futuro continúan excesos similares en la frontera.

      —No puedo por menos que señalar que su posición, señor embajador, es irracionalmente cruel.

      —¿Usted habla de crueldad en mi gobierno? ¿De ese que le dio la libertad y la independencia? ¿Del que intervino en contra del colonialismo del zar? ¿Del que le garantiza libertad y seguridad frente a la invasión alemana? La libertad que no se ha conquistado, sino que se ha recibido de otras manos, hay que saber utilizarla con respeto y buena orientación, señor presidente.

      —¿Se refiere usted a una buena orientación geográfica forzada? —sonrió con amargura el presidente.

      —La buena orientación geográfica, étnica e histórica nunca puede ser forzada; siempre ha sido lo sensato en este mundo tan claramente delimitado por sí solo —respondió Litvínov y le entregó a Päts una nota del Narkom de Asuntos Exteriores.

      Hemos tenido conocimiento de que opositores al Gobierno soviético ruso, que en su lucha contra él no renuncian al crimen y a las medidas provocadoras más repugnantes, están preparando en Letonia atentados contra los miembros del Gobierno letón, contra representantes extranjeros y contra miembros de las misiones extranjeras. Al mismo tiempo que los atentados, se propone la publicación de proclamas falsas en nombre del Partido Comunista para declarar que los atentados son la respuesta a la represión de comunistas. Unido a esto, se propone empezar una campaña en la prensa culpando al Gobierno soviético ruso de aparecer como los impulsores de estos atentados. De este modo se cuenta con crear la atmósfera adecuada para promover acciones bélicas por parte de potencias extranjeras contra la Rusia soviética. Es probable que métodos similares a estos vayan a emplearse en otros estados… De entre los emigrados rusos los círculos monárquicos son participantes directos. Con relación a estas noticias, a los representantes plenipotenciarios rusos en Letonia y en otros estados vecinos se les ha encomendado que prevengan a sus gobiernos de estos planes criminales.

      … Una vez se hubo marchado Litvínov, el jefe del gobierno ordenó a su secretario que pidiera al embajador británico que viniera urgentemente.

      Toda ley es casual en la misma medida en que cualquier caso está sujeto a las leyes. El entrelazamiento de los intereses de las potencias, de los consorcios y partidos, si se examinan a distancia, da muestras de ser un cuadro intachable y claro desde un punto de vista lógico. Sin embargo, si se personificara la historia, se encontrarían tales circunstancias larvadas que pareciera que son contrarias al sentido común. En un primer plano, en esta situación pueden dejarse ver las simpatías y las antipatías personales, las manifestaciones de la edad; tal o cual cambio en la historia estará determinada no tanto por la marcha del desarrollo objetivo de la sociedad, cuanto por la diferencia de temperamento de los líderes oponentes; la cosa más nimia puede acabar siendo un factor determinante —incluso un constipado, cuando una persona está irritable por tener la nariz goteando y el pañuelo húmedo, y encima sonarse continuamente en presencia de las demás contrapartes (sobre todo si hablamos de conversaciones internacionales), no es conveniente, además, Dios ayude a quien se atreva—, el menoscabo y la inmovilización en un líder es a veces la doctrina realmente más peligrosa que este puede poner en práctica, por mucho que a primera vista esta doctrina no sea inflexible ni intransigente.

      … La mujer del chófer del embajador británico, pequeña, todavía bonita, pero que ya había empezado a marchitarse, le había montado una escena de celos a su marido, Kurt, quien había obtenido el puesto en la embajada con enorme esfuerzo y ahora intentaba por todos los medios tener fama de trabajador aplicado y devoto. Los celos