Cf. M. Philip, «Rational Religion and Political Radicalism»: Enlightenment and Dissent 4 (1985), pp. 35-46.
5. A. Gramsci, Quaderni del carcere, ed. de V. Gerratana (ed. crítica del Instituto Gramsci), Einaudi, Turín, 1975, III, 49, p. 333 B [Cuadernos de la cárcel, Casa Juan Pablos, México, 2009]. Nos permitimos remitir también a nuestro Antonio Gramsci. La passione di essere nel mondo, Feltrinelli, Milán, 2015 [Antonio Gramsci. La pasión de estar en el mundo, trad. de Michela Ferrante Lavín, Siglo XXI, Madrid, 2018].
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GRADOS Y FORMAS DEL SENTIR NO HOMOLOGADO
«Tendencia al conformismo en el mundo contemporáneo, más extendida y más profunda que en el pasado: la estandarización del modo de pensar y de actuar adopta extensiones nacionales o incluso continentales».
A. Gramsci, Cuadernos de la cárcel
Se ha destacado previamente que el disenso, pese a no resolverse nunca completamente en las figuras en que se concreta operativamente, no puede ser estudiado, en sí y para sí, sin hacer referencia a sus manifestaciones efectivas. Si quisiéramos esbozar una tipología del disenso, con el intento nada fácil de indagar sus formas y estructuras antes de que se traduzca en las figuras en que se encarna y organiza, podríamos afirmar justamente que la primera distinción que debemos hacer tiene que ver con la profundidad. De hecho, se puede disentir en grados e intensidades diferentes. El disenso puede involucrar aspectos individuales y, por lo tanto, solo una parte del mundo histórico en que se desarrolla. Este es el caso de los que, por ejemplo, aceptan las estructuras fundamentales del orden vigente y se limitan a oponerse a medidas particulares o a normas específicas. En su máxima intensidad puede llegar a poner en tela de juicio toda la estructura de un mundo histórico, rechazándolo en cuanto tal y reconociendo, con Adorno, que «el Todo es lo falso»1.
En estas dos diversas intensidades se percibe una diferencia cuantitativa que tiende a ser también cualitativa. El primer tipo de disenso, típico del reformista y del desobediente, también puede definirse como participación, ya que no rechaza el ordenamiento en su totalidad, quiere más bien participar para mejorarlo. El segundo, propio del revolucionario y del rebelde, por su máxima intensidad, puede enmarcarse como disenso de secesión, puesto que no repudia aspectos individuales, sino los cimientos mismos del orden existente. El disenso de participación se plantea como reformista. En cambio, el de secesión se perfila como revolucionario. Si el primero plantea propuestas de enmienda e integración, el segundo propone una ruptura incondicional del orden existente en su totalidad2.
Una segunda distinción digna de mención es la traducibilidad del disenso en acciones consecuentes. Paradójicamente, la máxima intensidad a veces puede coexistir con la mínima traducibilidad en acciones consecuentes. Este es el caso de los que rechazan completamente la estructuración de la sociedad, pero, al mismo tiempo, no realizan ningún tipo de acción para contrarrestarla de manera factual.
De modo diametralmente opuesto, los que disienten con una intensidad mínima, tal vez negando un aspecto o una norma de la sociedad, luego pueden traducir su pensamiento divergente en acciones más radicales y eficaces.
En el caso del revolucionario, por ejemplo, la máxima intensidad se combina con la máxima traducibilidad en acciones coherentes: su acción se lleva a cabo con el derrocamiento del orden establecido y el tránsito hacia una estructura sociopolítica diferente. Su lema es: «¡El hombre solamente puede perder sus cadenas, pero puede ganar el mundo entero!».
Otro parámetro importante para esbozar una tipología del disenso implica al sujeto, que se convierte en portavoz de dicho desacuerdo: puede ser el individuo o el grupo como sujeto unitario.
Tal como hemos insinuado, el disenso se origina siempre en el sentir diferente de la conciencia individual, para luego organizarse en formas grupales que van desde la protesta a la revolución. En ambos casos, se puede caracterizar por una profundidad tanto mínima como máxima, por una traducibilidad extremadamente grande o notablemente reducida. En efecto, tanto el individuo como el grupo pueden sentir de manera diferente, ya sea sobre un solo aspecto, ya sobre el ordenamiento general, transformando su disentimiento en la acción más radical o en la pasividad más completa. El caso de la máxima profundidad y mayor traducibilidad atañe, por lo que concierne al individuo, a la rebelión en el sentido que le da Ernst Jünger y, en lo referente al grupo, a la revolución, en el sentido de Marx y Lenin. Otro parámetro importante es cómo el disenso se relaciona con las leyes y los ordenamientos. Se puede estructurar en formas legales y, por tanto, cumplir con las leyes, encontrando en ellas su propia garantía: como ejemplo podemos mencionar las huelgas que tuvieron lugar en Europa en la segunda mitad del siglo XX.
Pero también puede darse en formas alegales, cuando se lleva a cabo según modalidades que el ordenamiento no contempla, pero que tampoco lo violan. Por último, llamamos disenso ilegal el que no respeta las leyes y va abiertamente en contra de ellas. El caso paradigmático sigue siendo, una vez más, el de la revolución. Otra categorización del sentir discrepante podría ser la que propone Albert Hirschman en su estudio Salida, voz y lealtad3 (1970) distinguiendo entre la salida y la protesta. La «salida» (exit) coincide con la retirada del consenso que se da cuando el sujeto ya no comparte el modus operandi de la organización o del sistema en el que está involucrado.
Sin llegar a transformarse en el derrocamiento de la situación objetiva, la «salida» (exit) produce una simple, y a veces silenciosa, desafección por parte del sujeto. Es, por ejemplo, el caso del consumidor que deja de comprar ciertos productos por razones específicas, o del empleado que abandona su trabajo y busca otro.
La «protesta» (voice), por su parte, consiste en dar voz a la desafección, modulada de manera que pueda afectar al funcionamiento de la organización o del sistema del que se forma parte. La defección deja el sistema tal como es, por lo menos al principio; la protesta, en cambio, pretende transformarlo.
Por ejemplo, en el caso de un colegio que no responde a nuestras necesidades, la defección sería retirar a nuestros hijos y matricularlos en otro. La protesta, por su parte, se organizaría a fin de corregir las deficiencias del instituto y mejorarlo operativamente. Figuras de la protesta son, en este sentido, la huelga, el sabotaje y el motín.
Para Hirschman, la defección y la protesta son, a la vez, formas de desmoronamiento de la «lealtad» (loyalty) al sistema. La primera es de tipo individual. La segunda, en cambio, tiene que ver con las personas que se agrupan y actúan no para alejarse individualmente de la situación presente, sino para cambiarla juntos.
La salida se plantea como meramente destituyente. La voz o protesta pretende, por su parte, recrear sobre los cimientos del orden anterior.
1. T. W. Adorno, Minima moralia. Meditazioni della vita offesa [1951], ed. de R. Solmi, Einaudi, Turín, 1979, p. 48 [Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada, Akal, Madrid, 2008].
2. Cf. G. M. Chiodi, Tacito dissenso, Giappichelli, Turín, 1990, p. 150.
3. A. Hirschman, Salida, voz y lealtad [1970], FCE, México, 1977.
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DEMOCRACIA Y DISENSO
«¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice que no. Pero si se niega, no renuncia: es además un hombre que dice que sí desde su primer movimiento. Un esclavo, que ha