de abundancia.
Pretextando buscar trabajo, Faustino pasaba el día fuera de casa.
Benita ya no esperaba la frase afable, ni el golpecito cariñoso en sus manos, que habían encallecido. Su única preocupación era que no le faltase a su marido un botón en la americana y dos pesetas en el bolsillo del chaleco. Por lograrlo había ido malvendiendo una a una sus prendas de vestir, y hasta su traje nupcial, guardado durante dos años en el fondo de un baúl, entre membrillos olorosos.
*
Una mañana le dijo a Faustino:
—Ya no queda en casa otra cosa que la guitarra…
—¡La guitarra!
—He preguntado en la casa de empeño y dan ocho duros.
—¿Y quién te manda a ti preguntar eso, idiota? ¡Vender mi guitarra! Antes muérete tú y toda tu casta.
Como ella tratara de justificarse, le dio un fuerte empujón y salió.
Iba pensando por el camino: «Hoy sí que se larga».
Pero cuando regresó, la encontró en la cocina, guisando.
—He estado en casa de mi antiguo jefe. Me ha dado cinco duros. Además, me ha prometido colocarte. Le han hecho diputado hace unos días. ¡Fíjate, un segurito!
Faustino calló.
Y como no era en modo alguno un sentimental, no se le ocurrió otra casa que coger un tenedor y pinchar una patata que flotaba en el lago verdoso de la sartén.
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