Jaime Hales

Baila hermosa soledad


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de la Asam­blea de la Civilidad, esa enorme con­­cer­ta­ción de gremios y de po­líticos, del paro de dos días, les re­cordó de la Car­men Gloria y de Rodrigo, a quie­nes los quemó una patrulla militar. Con mucha claridad les fue mostrando los dis­­­­tin­tos aspectos de la realidad que revelaban con precisión sin­gular el cli­­ma que se vivía en el país y les habló de la rea­li­dad eco­nó­mica, que ellos la sa­bían, pero los buenos sueldos y las ma­­ravillas de los su­per­mer­cados fa­ci­li­taban el olvido, de las dificultades de los más pobres, de la crisis de los no tanto, de la fal­ta de expectativas de los sectores me­dios, de las de­ses­pe­ran­­­­zas de los jó­ve­nes, de esas medidas erráticas que no estaban sien­do su­fi­cien­tes para que se cum­pliera el repunte de que tan­to se ha­bla­ba.

      El cuadro de agitación había sido creciente, con la su­ma de más y más sec­to­res so­­­ciales. La presión internacional es­taba en au­men­to y hasta los ame­­ri­ca­nos optaron por pre­sio­­nar para una salida pac­ta­da, enviando casi se­ma­­nal­mente a pe­riodistas importantes, par­la­men­­­tarios republicanos o de­mó­cra­­tas y hasta importantes funcionarios del Depar­ta­men­to de Es­­­tado y del Pen­tágono. El embajador americano, dijo Ra­món, ha­bía afirmado ante varios tes­ti­gos que la historia de la dic­ta­du­­ra podía dividirse entre antes y después del paro de dos días. La salida pactada les era urgente para dar una apa­riencia de­mo­crática que ga­ran­ti­­zara la mantención del esquema y la per­­manencia del General al­gunos años más. El pacto de­­bía con­siderar el ais­la­miento de los co­mu­nis­tas y su margi­na­ción de la vida política, crean­do un mar­co de to­le­ran­cia hasta sec­to­res de centro izquierda, moderados, según su con­cep­to de mo­de­ra­dos. Pero el General, cada vez más convencido que él es el sal­­vador del país y un ver­dadero faro para el mundo occi­den­tal, no acep­­tó la solución así sugerida, de­safió a todo el mundo, lla­mó a sus ge­ne­rales que debieron ir un día muy temprano has­ta la Escuela Militar, pa­ra jurarle leal­tad a toda costa, or­ga­ni­zó actos cívicos, retó pública y pri­vadamente a los di­ri­gentes de­rechistas que es­ta­ban dispuestos a en­tre­garlo a cambio del re­­conocimiento de la Constitución, su propia Cons­titución, por par­te de al­gu­nos opositores y, convencido que tenía que agu­di­zar la re­pre­sión, lo hizo.

      − Y así se ha movido la cosa, les dijo Ramón, durante los últimos me­­ses, con el Ge­­ne­ral re­pri­miendo, los pobladores protestando y los po­líti­cos activando sus cua­dros y sus orga­ni­za­cio­nes para ha­cer más efi­cien­te la lucha. Ustedes han es­cu­chado que se ha­bla de algunos aten­ta­dos contra carabineros, pero en ver­dad hay muchas más bombas por todas partes, asaltos y otros, pe­ro la pren­sa se silencia. Los folletos de los partidos o de otros gru­pos están rom­pien­do el cerco que esa censura y la au­to­cen­su­ra han levantado y cir­cu­lan cada vez con mayor pro­fusión; cuan­do allanan un lugar e in­cau­tan una imprentita, el folleto si­gue sa­liendo en otra parte.

      El Negro se acor­dó, sorprendido, de ese mi­meó­gra­fo ma­nual que una vez regaló a unos amigos estudiantes uni­ver­sitarios e ima­­­ginó el uso que se le estaría dando.

      El pueblo estaba deso­be­de­ciendo a la au­to­ri­dad, que res­pon­día in­cre­men­tando la violencia.

      − Ustedes saben, dijo Ramón a sus amigos que lo escuchaban ex­tasiados, que en es­tos días hu­bo varios paros y ahora estaba en preparación el paro na­cio­nal. Ahora sí que debía venir.

      Estaban ya muy cerca de la casa de Catalina y Ja­vier de­tu­vo el au­to, pues que­ría escuchar completo el relato de su amigo antes de llegar. Es cier­to que mucho ya lo sabían, pe­­ro la claridad con que ha­bla­ba, la crudeza de los de­ta­lles, los per­sonajes del mundo político que apa­recían con una fa­mi­lia­ri­dad no imaginada, la evidente tozudez del Ge­neral, todo ello ad­quiría a sus ojos una fuerza diferente. Ramón hizo una nue­va pau­­sa cuando el auto frenó, pa­ra aco­modarse mejor y se­guir entregando la in­formación que sus amigos espe­ra­ban ávi­dos.

      Durante la semana anterior hubo una serie de ru­mo­res, que co­men­za­ron cuando se denunció el aparecimiento de arsenales secretos en el norte. Los rumores más parecían fru­to de los deseos de algunos, que pro­ve­nien­tes de la realidad: que los ameri­canos estaban pro­mo­vien­­do un golpe con­tra el Ge­ne­ral, que había generales presos pues habían sido des­cu­bier­tos com­­­plotando, que se había alzado un re­gi­miento en el sur, que había re­da­das y se temía una ma­­tanza. La cosa se ha­bía puesto muy seria el viernes último, cuando el en­­­cargado de la or­ga­nización del Co­man­do entregó in­for­ma­ción so­bre cierta agi­tación en cuarteles. Era información y no rumores.

      − Yo estaba ahí, por el par­tido y pude ver que la cosa era en se­rio. Y se habló también del aten­­ta­­do, que habría un atentado en preparación. Cuando Rafael, el secretario del Co­man­do, ter­mi­nó de en­tre­gar su información, se hizo un largo silencio. Lo rom­pieron algunos que di­je­ron que no creían nada y que estas eran maniobras para dis­traer la atención de lo central: la pre­pa­ración del paro. Se trabó una dis­cusión que quedó sus­pen­di­da hasta la reunión si­guien­te. Pero cuando se fueron, quedó al­go flotando en el ambiente y yo me fi­jé que Rafael se en­ce­rró a trabajar con el equipo de organización. Ha­bía que pre­pa­rar­se.

      El General se había ido a pasar el fin de semana a su casa de la cor­dillera. El do­min­go en la tarde bajó a la ciudad. A los pocos me­tros de haber cru­zado el río la comitiva fue in­ter­ceptada por un nu­me­roso grupo armado. La ba­lacera fue in­tensa y los atacantes y los agen­tes combatieron por largo ra­to, quedando bajas de ambos lados. No se había logrado sa­ber has­ta la noche qué ha­bía pasado con el General, pe­ro un auto de la comitiva que pudo se­guir fun­cio­nando, había re­gre­sa­do al recinto amurallado y poco después hubo in­ten­so tráfico de he­li­cóp­te­­ros.

      La información del hecho se había conocido por los muchos san­tia­gui­nos que regresaban a la ciu­dad ese atar­de­cer. Luego lo dio la televisión.

      Junto a las noticias co­men­za­ron a circular los ru­mo­res, por qué si y por qué no, respecto de los si­lencios ofi­cia­les más pro­lon­gados que lo que con­ve­nía para el clima de es­ta­bi­lidad que necesitaba crearse. Algo más podía estar pa­­san­do.

      -Rá­pi­da­men­te, decía Ramón con una voz lenta y profunda, re­ci­bimos ci­ta­ción y cuando recién ha­bían pasado dos horas de es­to, ya algunos de los en­car­gados de partidos lle­gábamos a la reu­­nión.

      No todos llegaron. Algunos no lle­garían nunca. La reu­nión fue muy ten­sa. Junto el re­la­to de los hechos, que el mis­mo Rafael resumió con enorme fa­cilidad, empezó la ola de ru­­mo­­res. Según al­gunos ya había oficiales del Ejér­ci­to de­te­ni­dos. Según otros se ha­bía le­van­­ta­do un regimiento en el Norte. Los que no habían creído la noticia el día viernes se veían tre­men­damente asus­ta­dos y pronosticaron muer­tes, atentados y otras bar­ba­ri­da­des. Todos estaban se­­gu­ros que el General se ha­bía salvado, pues era un hom­­bre de mucha suer­te. En todos es­taba la duda, no ya de la veracidad de la operación pues ha­bía de­ma­­sia­dos tes­ti­gos, sino que por si era un au­toa­ten­ta­do, un atentado de su pro­pia gente, un aten­tado de los americanos o de la izquierda. Todos te­nían ar­gu­men­tos abun­dan­tes para de­fen­der cada una de las posiciones y los mismos ser­vían pa­ra de­fender las tesis con­tra­rias. Por ejem­plo, el del fracaso en re­la­ción con la muerte del General, era esgrimido por los que de­­cían que ésta era una ad­­vertencia de los americanos, los que afir­maban que era la típica in­com­pe­ten­cia de la izquierda y los que sostenían que eran los propios militares que qui­sieron arres­tarlo, pero no matarlo.

      Nada se sabía en esos momentos. Pasaron varias ho­ras an­tes que el Secretario