Elizabeth Subercaseaux

La patria en sombras


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pero que no volviera a la terraza—. Entiendo que usted no toma nada fuerte… bueno, yo tampoco. Siéntese, Jaime.

      —¿Quiere que le explique primero y después lee la documentación o prefiere leerla antes? —preguntó Jaime.

      —Explíqueme primero.

      En los veinte minutos que siguieron, hablando pausadamente y sin interrupciones, Jaime Guzmán le explicó que, desde un tiempo atrás, aun antes del pronunciamiento militar, él era de la idea de hacer una nueva Constitución.

      El general asintió con la cabeza. Vamos bien, pensó. Eso significa que hay que refundarlo todo y él estaba de acuerdo.

      A continuación Guzmán le anticipó que la idea, en este momento, era tirar las líneas básicas, las ideas madres de lo que sería esa nueva Carta Fundamental. La tarea sería larga y tediosa, necesitarían tiempo, y en ese sentido era conveniente empezarla cuanto antes.

      —Lo que corresponde es plantear un nuevo orden constitucional y no la restauración del orden quebrantado —le dijo Guzmán. Debían pensar en este nuevo ordenamiento presidencialista y democrático pero con ciertos resguardos, y el primer punto sería impedir el uso de la presidencia para desarrollar políticas populistas.

      —¡Ahí sí que estamos de acuerdo! —sonrió el general, contento de haberlo citado a su casa—. Lo primero que debe quedar fuera en una nueva Constitución son las fuerzas de izquierda marxista, esos son los más populistas de todos, y también estaba pensando que debe haber una jerarquía de poder muy clara en la Junta, de manera de evitar que cada quien se mande solo y se deje llevar por sus aspiraciones de poder. ¿No le parece?

      Jaime Guzmán asintió con la cabeza.

      —Efectivamente es de suma importancia dejar claro quién detenta el poder en la Junta de Gobierno, general. También es importante que la Constitución que realicemos tenga tres etapas. La idea es dejar bien estipulados los plazos, la continuidad constitucional entre el periodo autoritario y la transición a la democracia.

      Esto último no entusiasmó demasiado al general. Cuando los civiles se ponían a hablar de democracia es cuando quedaba la cagada. Se les entregaba la famosa democracia y a la vuelta de la esquina la estaban pisoteando y pasándosela en bandeja a los marxistas para su destrucción.

      —¿A ver? ¿Y cómo sería eso?

      —Las tres etapas serían la Constitución transitoria; la Constitución permanente, entendida como de una democracia protegida, y la Constitución democrática.

      —¿Cómo quedaría yo en esas etapas?

      —En la Constitución transitoria usted quedaría como Comandante en Jefe de las Fuerzas y presidente de la República. En la Constitución permanente usted quedaría como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y como presidente de la República, pero luego de la realización de elecciones libres. Vale decir, se contemplarían dos periodos presidenciales para usted, uno que comenzaría a regir en el momento en que se promulgue la nueva Constitución, de acuerdo con su propia letra, y otro que estará sujeto a elecciones.

      —Bien. ¿Y qué hay de la parte económica?

      —General, todo eso se discutirá con los expertos en materia económica. Y a propósito, hay un economista muy joven pero muy brillante que quiero presentarle, y es un gran amigo mío, Luciano Sander. Acaba de llegar a Chile luego de un máster en la Escuela de Chicago, es del grupo de Pablo Baraona, Sergio de Castro, Álvaro Bardón, y le aseguro que Luciano es tan imbatible como ellos en la materia. Es un seguidor de las ideas de Hayek y será el hombre clave para conciliar autoritarismo con liberalismo y plasmarlo en una nueva Constitución.

      —Muy interesante. ¿Y qué hace ese joven, ahora?

      —Está en el sector privado y vamos a dejarlo ahí por el momento. Acaba de empezar, pero que promete, promete. Yo doy fe. Sería bueno ponerlo en Odeplán, yo me encargaría de que acepte pasar al sector público, usted sabe que hay que hacer varios sacrificios, pero Luciano estaría dispuesto. Volviendo al texto grueso de la Constitución, general, también estoy pensando en la formación inmediata de una comisión constituyente.

      —¿Integrada por? —preguntó el general ladeando la cabeza como un pájaro.

      —Iremos paso a paso —sonrió Jaime—. Lo primero será redactar un preámbulo de la Constitución con don Jorge Alessandri, don Gabriel González Videla y don Juvenal Hernández.

      —¡Ah! Eso me parece muy bien. Caballeros respetables todos. Los ubico a los tres.

      —Para la redacción del texto definitivo hemos pensado en una comisión integrada por Alejandro Silva Bascuñán y Enrique Evans —ambos fueron profesores míos, los conozco y confío en su experiencia—; Enrique Ortúzar, que es alessandrista; Sergio Diez y Gustavo Lorca, del Partido Nacional; Jorge Ovalle, de la democracia Radical, y Alicia Romo y yo mismo, por el mundo gremialista. Como puede ver, la representación es amplia, general.

      —El gremialismo ha sido un ariete del pronunciamiento, es muy importante que esté ahí. Y que ronque fuerte, Jaime —lo apoyó el general.

      —Ni la debilidad ni la mediocridad son sellos nuestros, general, pierda cuidado.

      —¿Y usted va a tener tiempo para todo esto? No quisiera que abandonara la organización de la propaganda de la juventud en la Secretaría General de Gobierno.

      —Habrá tiempo para todo, general. Y si no lo hubiera, me lo inventaría. Mi intención es seguir con mis clases en la Universidad y al mismo tiempo cooperar a full con su gobierno.

      El general asintió con la cabeza y miró su reloj de oro.

      6

      Luciano Sander salió del auto cerrando la puerta con suavidad. Se encaminó hacia la entrada de su casa a paso cansino. El ofrecimiento de Jaime Guzmán revoloteaba por su cabeza. Estaba entusiasmado con la propuesta, más entusiasmado de lo que había estado en mucho tiempo.

      Entró a la casa y se fue directo a la cocina.

      Graciela estaba pelando las papas que iba echando en un bol con agua.

      —¿Está la señora, Graciela? ¿Me puede preparar un café?

      —La señora está en la terraza, don Luciano. ¿Se lo llevo para allá?

      —Sí, por favor.

      Pasó al baño de visitas y se lavó las manos. Dos minutos por mano. Bastante jabón en la palma, entremedio de los dedos, hasta las muñecas. Lo hacía con la prolijidad de un cirujano. Una costumbre que le había inculcado su mamá desde los tiempos del colegio. Tomó la toalla por el medio y se secó las manos con toda parsimonia.

      Después se fue a la terraza.

      Irene lo saludó con un gesto de hastío. Estaba tejiendo un chaleco de guagua.

      —Lo he empezado tres veces. Definitivamente esto no es para mí —dijo tirando el tejido al sillón de al lado.

      —No sé por qué te empeñas en hacerle tú la ropa. ¿Por qué no vas a una tienda y la compras hecha?

      Irene sonrió.

      —No te imaginas lo que acaba de ofrecerme Jaime Guzmán —le dijo Luciano—. Quiere que trabaje para el gobierno. Lo habló con Pinochet y me han propuesto entrar a Odeplán, con Miguel Kast. Yo acepté.

      —¿Aceptaste? ¿Y la compañía de seguros?

      —La compañía de seguros puede esperar. Quieren que me sume al equipo de economistas que va a trabajar para el gobierno. Es un desafío muy interesante y me van a dar poder para hacer las cosas y hacerlas bien, Irene. Lo que yo quiera. Desde implementar lo que he aprendido con Friedman hasta idear nuevos mecanismos para sacar a Chile del subdesarrollo. ¿Te imaginas lo que es para un economista estar involucrado en el salto de su país al desarrollo?

      —Vas a trabajar para una dictadura militar. ¿Eso no te complica?

      —¿Y