su unidad ordenada. El hombre mide con patrones humanos y por eso no es capaz de aprehender íntegramente la imagen paterna de Dios. Ciertamente a la luz de la fe comprende que Dios sostiene en sus manos el sistema del universo, infinitamente grande y complejo. Comprende asimismo que Dios ha puesto leyes en el mundo y en el acontecer mundial, a las que se atiene en su infinita santidad, verdad y justicia. Leyes que sanciona para realizar el gran plan que trazó desde toda la eternidad y quiere llevar a cabo con consecuencia a lo largo de la historia del mundo.
Aquí se nos plantea la inquietante pregunta: Dado que Dios, en virtud de su imparcialidad, no repara en el prestigio de las personas, desde un punto de vista puramente objetivo, ¿no debería entonces recompensar o castigar a ojos cerrados no tanto a las personas individuales como tales sino más bien las buenas y males cualidades? ¿Y no está esto en contradicción con aquella otra concepción que le atribuye a Dios un mayor interés, cálido y personal, por las personas, un amor a ellas también por causa de ellas mismas, lo que constituiría para Dios una imperfección que iría en desmedro de su ser? Y aun cuando tal actitud divina fuese posible y se correspondiese con la realidad objetiva, ese amor personal de Dios, en razón de su condición de amor espiritual, ¿podría ejercer tanta influencia sobre nosotros como, por ejemplo, la calidez y fervor de un noble amor que puedan prodigarnos nuestros padres o amigos?
Quizás al creyente le parezca que Dios - precisamente porque es padre o debe serlo -en su gobierno del mundo, normado y regulado por leyes eternas - tiene en cuenta, al menos sumariamente, el bienestar de cada ser humano. En este sentido Dios sería como cualquier persona que por naturaleza es bondadosa e irradia esa bondad donde quiera que esté o vaya.
Ciertamente parece que detrás hubiera una benevolencia personal. Pero no es así.32 Según esa visión de las cosas, Dios ama, pero sin tener un interés especial y cálido por la persona concreta que toma contacto con él; sin tener un interés especial y cálido que le permita participar muy personalmente en las esperanzas y temores, alegrías y dolores, angustias y esperanzas de ese hombre concreto, en suma, que le permita participar muy personalmente en su bienestar o malestar, en todos los acontecimientos de su vida y en todas las oscilaciones de su estado de ánimo como lo haría, por ejemplo, un amigo para con su amigo o un padre o madre para con su hijo.
Ahora bien, esa misma fe dice ciertamente que Dios es, de manera misteriosa, ambas cosas a la vez: Dios de verdad y justicia y Dios de santidad. Un Dios que en su guía del mundo y de la historia de salvación no se aparta ni en lo mínimo de las líneas que él ha trazado ni de las leyes que ha establecido. Pero es también un Dios de amor que continuamente tiene en la mira el bienestar general de la creación y se ocupa de cada individuo, de sus grandes y pequeñas necesidades como si - hablando humanamente-, sólo tuviera ese hijo y ningún otro. Más aún, que Dios pone continuamente la verdad, la justicia y la santidad al servicio del amor; y que lo hace tanto en general como en particular, o bien, - como lo dice san Gregorio - que la providencia de Dios se extiende tanto sobre un alma como sobre toda una ciudad; sobre una ciudad como sobre un pueblo; sobre un pueblo como sobre todo el género humano, pero de tal manera que él repara en cada individuo como si no tuviese otro de quien ocuparse, y a la vez se ocupa de todo el conjunto como si no se ocupase de lo particular. Pero esta verdad de fe se queda por lo común en la cabeza, en el plano intelectual, sin calar profundamente en el corazón, más aún, muy a menudo ni siquiera genera en la mente las correspondientes representaciones, porque para ello faltan, por lo común, puntos de comparación en el mundo terrenal y humano.
1.6 INSUFICIENTE ELABORACIÓN TEOLÓGICA
De: Carta al P. Menningen del 25 de mayo de 1953
En: Hug (Hrsg.): Das Schönstatt-Geheimnis, 29
Si no me equivoco, hasta ahora la teología prácticamente no se ha ocupado de esta cuestión. Al menos entre los autores que están a mi alcance no hallo una toma de posición clara e inequívoca.33Dada la importancia que reviste la Divina Providencia para esta época y para nuestra misión en ese campo, sería una encomiable tarea subsanar esta laguna. Ya se han hecho investigaciones profundas que permitirían dar una respuesta académicamente exacta a este complejo de cuestiones. Habría que exponer esa respuesta en el foro público para su discusión. Eso sería de gran provecho para la vida cotidiana. Ya hace mucho tiempo que he pedido que en nuestra Facultad de Teología haya un especialista en Divina Providencia, así como en la persona del P. Köster tenemos un especialista en Alianza de Amor. 34(…)
Si aspiramos a que el Santo Padre legitime para el tiempo actual nuestra fe en la Divina Providencia, eso sólo tiene sentido si remontamos dicha fe - en todas sus expresiones, vale decir, en las expresiones de la providentia generalis, specialis y specialissima - a la raíz de la fe teológica o sobrenatural.
Es posible que la teología se haya ocupado demasiado poco de ésta y otras cuestiones. Topamos aquí con la queja de amplios e influyentes sectores que no se cansan de señalar que nuestra teología de hoy está muy lejos de la vida, que no tiene la suficiente fuerza creadora para ver con claridad los temas actuales de la vida e iluminarlos desde Dios con una luz nueva.
De ahí mi llamamiento personal a contar con teólogos capaces en nuestras filas de ocuparse de estas difíciles cuestiones que acabamos de mencionar. Me parece incluso que futuros doctores de la Iglesia podrán cosechar laureles en ésta y otras áreas conectadas.
De: Carta al P. Menningen del 25 de mayo de 1953
En: Hug (Hrsg.): Das Schönstatt-Geheimnis, 46-47
De los textos presentados anteriormente y de las explicaciones agregadas se desprende por sí mismo el status quaestionis. Se plantea pues la siguiente pregunta: ¿En qué medida se puede extender el concepto “auctoritas Dei revelantis”?35
Los teólogos admiten de modo unánime que la autoridad divina se manifiesta en la Revelación oficial, que ciertamente ha de ser respondida por todos en forma de fides theologica.36 Y concuerdan asimismo en que Dios puede expresar su deseo y voluntad en revelaciones privadas, que deben ser respondidas por el receptor igualmente mediante la fides theologica.
A ello se agrega como una nueva pregunta:37 ¿Acaso Dios no habla a las personas también a través de los signos de los tiempos o mediante sus conducciones y disposiciones? ¿Acaso no lo hace de modo tan claro e inequívoco que todo aquel que por tales signos capte con claridad el deseo y voluntad de Dios está obligado, en virtud de la fides theologica, a inclinarse ante él con actitud creyente? Acaso no apuntan en esa dirección las palabras del Señor: “Ustedes saben discernir el aspecto de la tierra y del cielo; ¿cómo entonces no saben discernir el tiempo presente?”38
De: Carta al P. Menningen del 6 de junio de 1953
Si realmente aspiramos con seriedad a que el Santo Padre legitime oficialmente la fe en la Divina Providencia, tal como dicha fe está viva en nosotros, y la legitime como la gran maestra de la vida actual, capaz de resolver los problemas de la época de manera similar a como lo hace la fuente extraordinaria de conocimiento [las apariciones y milagros], entonces es de suma importancia fundamentarla teológicamente.
(b. El Dios que se revela personalmente y a quien el hombre puede dirigirse personalmente)
1.7 EL DIOS QUE ESTÁ PRESENTE EN TODO Y ACTÚA EN TODO
De: Vorträge 1963, 10, 122-123
Tenemos que convencernos de las siguientes grandes verdades:
En primer lugar, que Dios es una realidad. Dios es realidad por antonomasia. Y esto tiene hoy gran importancia. Ya saben por qué: Porque el hombre de hoy advierte, percibe, que entre él y Dios se interponen muchas cosas y que él, el hombre, queda adherido, apegado a ellas. Ustedes saben además qué difícil resulta hoy tomar conciencia de Dios en la vida cotidiana, en el acontecer mundial. Porque parece que Dios estuviese durmiendo, que hubiese puesto en manos del diablo el cetro del acontecer mundial.
En segundo lugar, convencernos de que Dios es una realidad personal. Vale decir, es persona; no es un “ello” sino un “Tú”, un tú personal, incluso es tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas y un solo Dios. Si queremos cultivar un trato amoroso con Dios, naturalmente no podemos prescindir de grabarnos una y otra vez estas