Rodrigo Karmy Bolton (coautor)

Averroes intempestivo


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por tanto, posibilitar todo lo que ha sido, es y será actualizable en pensamiento. Con ello incluso la formas del error, de lo imposible, de lo abominable y de toda concepción de límite como aquello que no será nunca concebido definitivamente en la imaginación han de ser posible a partir de la recepción en el intelecto pasivo. Para recrear la vastedad, Borges nos describe el contenido de los volúmenes que perduran en los anaqueles de la Biblioteca permitiéndonos abordar esta receptividad –ahora caótica– de lo posible del pensar:

      Todo estará en sus ciegos volúmenes. Todo: la historia minuciosa del porvenir, Los egipcios de Esquilo, el número preciso de veces que las aguas de Ganges han reflejado el vuelo de un halcón, el secreto y verdadero nombre de Roma, la enciclopedia que hubiera edificado Novalis, mis sueños y entresueños en el alba del catorce de agosto de 1934, la demostración del teorema de Pierre Fermat, los no escritos capítulos de Edwin Drood, esos mismos capítulos traducidos al idioma que hablaron los garamantas, las paradojas que ideó Berkeley acerca del Tiempo y que no publicó, los libros de hierro de Urizen, las prematuras epifanías de Stephen Dedalus que antes de un ciclo de mil años nada querrán decir, el evangelio gnóstico de Basílides, el cantar que cantaron las sirenas, el catálogo fiel de la Biblioteca, la demostración de la falacia de ese catálogo. Todo, pero por una línea razonable o una justa noticia habrá millones de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. Todo, pero las generaciones de los hombres pueden pasar sin que los anaqueles vertiginosos –los anaqueles que obliteran el día y en los que habita el caos– les hayan otorgado una página tolerable.60

      Si consideramos que cada libro es la posibilidad de un contenido o forma posible de ser actualizada al ser escrito o leído por un sujeto, la receptividad del intelecto está ejemplarizada en la vastedad de la biblioteca que contiene un libro y a todas sus posibles variables en idiomas, ediciones y erratas. Por su parte, el libro es el símil de la idea universal pensada y todas sus actualizaciones singulares posibles.

      Tal como el intelecto pasivo o potencia del intelecto, la Biblioteca total subsiste en la pura potencia, posibilidad o pasión de recibir todos los libros, pero sin verse afectada por estos volúmenes particulares a una transformación o cambio ya que se trata del ser sin forma particular. La Biblioteca es la eternidad que se mantiene en su absoluta recepción de todos los posibles conocimientos y tentativas del pensar humano, sin que necesariamente sea actualizado ya que la posibilidad bien puede mantenerse a pesar de las formas del olvido, la locura, el desconocimiento o la ignorancia.

      IV. La cuestión del ente sin forma específica

      Siendo el intelecto una posibilidad o pasión no equiparable a las cosas naturales, podemos entender que su existencia de pura posibilidad no requiere de un cuerpo de un órgano específico, pues como repetirá varias veces Averroes en el Commentarium Magnum, no se trata de “un cuerpo, ni facultad en un cuerpo”. Por ejemplo, comentando un pasaje del 429a del De Anima de Aristóteles, Averroes plantea:

      Que la sustancia que recibe estas formas no puede ser ni un cuerpo ni una facultad en un cuerpo se manifiesta a partir de las proposiciones que Aristóteles ha empleado en este discurso. La primera de las cuales dice que esta sustancia recibe todas las formas materiales, y esto es conocido de este entendimiento [material]. La segunda es que todo recipiente tiene que estar desnudo de la naturaleza que recibe y que su sustancia no tiene que ser de la misma especie de la sustancia de lo recibido. Si el recipiente fuera de la misma naturaleza que lo recibido, una cosa se recibiría a sí misma y el que mueve sería movido. De ahí es necesario que el sentido que recibe el color carezca de color, y el que recibe el sonido, carezca de sonido. Esta es una proposición necesaria y sin ninguna duda. [...] De estas dos proposiciones resulta que esta sustancia que se llama entendimiento material no contiene en sí naturaleza alguna de estas formas materiales. Y puesto que las formas materiales son cuerpo o formas en un cuerpo, es evidente que esta sustancia que se llama entendimiento material no es cuerpo ni forma en un cuerpo; por tanto, no está mezclado en absoluto con la materia.61

      Sin embargo, de la separación del intelecto del cuerpo o de la facultad en un cuerpo surge una interrogante para la doctrina averroísta pues, ¿cómo sostener que el intelecto material es un ente que carece de forma? Por su parte, Coccia interroga es idea de la siguiente manera: “¿Cómo conseguir pensar una potencia que coincide con ninguna de las formas pero que es algo y lo es positivamente (aliquid positivum) sin tener la naturaleza de la materia (que no comprende ni distingue y no es conocimiento en acto)?”62 No poseer una forma es necesario para preservar la naturaleza del intelecto como una posibilidad que no se mezcla con las formas que recepciona por lo que lo único viable es pensar que el intelecto es una posibilidad o pasividad que no tiene forma ni nada equiparable a la corporalidad más allá de ser la red que sostiene toda forma posible. Es un ser carente de forma específica o una potencia informe ya que no se ve alterado por las formas, sino que las recepciona como un proyector sin materialidad o una matriz sin materialidad propia.63 No es fácil hablar de una inteligencia cuya naturaleza es una pasividad que no cambia, pues en Averroes esto equivale a hablar de un intelecto de potencialidad constituido por una receptividad de formas que no adopta nunca una forma. Es decir, “recepción sin transformación es la fórmula que muestra cómo es que la potencia del pensamiento resta una y otra vez de las múltiples formas que recibe.”64 Por otra parte, también hay dificultades en encontrar una imagen finita que sea símil de un ser informe. ¿Qué objeto poseería la naturaleza esencial de recibir una forma sin identificarse con ella? Puede ser un objeto imaginal que describa un imposible de ser todo sin ser nada específico. Y volviendo a Borges, lo que es y no tiene forma particular parece ser tratado en su cuento El Zahir. En su afán de tematizar la naturaleza de lo infinito, Borges plantea lo infinito como una eternidad inolvidable que se configura como “el Zahir.” Esta figura resulta interesante para entender “el algo” de la potencia pasiva que paradójicamente remite a lo que es, pero sin forma. El intelecto averroísta visto como “la potencia absoluta que existe actualmente como un algo: un ‘algo’ paradójico porque no es ni ‘este ente’ ni tiene forma alguna”65 nos remite a lo planteado como el objeto del Zahir porque este ha sido muchas cosas durante la historia del hombre sin ser propiamente ninguno de estos objetos en específico:

      En Guzerat, a fines del siglo XVIII, un tigre fue Zahir; en Java, un ciego de la mezquita de Surakarta, a quien lapidaron los fieles; en Persia, un astrolabio que Nadir Shah hizo arrojar al fondo del mar; en las prisiones de Mahdí, hacia 1892, una pequeña brújula que Rudolf Carl von Slatin tocó, envuelta en un jirón de turbante; en la aljarra de Córdoba, según Zotenberg, una veta en el mármol de uno de los mil doscientos pilares; en la judería de Tetuán, el fondo de un pozo.66

      Todos estos objetos corresponden a actualizaciones recepcionadas por el ente del Zahir pero que remiten a un horizonte carente forma. En su ilimitación por una forma específica, el Zahir es una potencia eterna. Además, Borges considera al Zahir como un contenedor de lo eternamente inolvidable pues su influjo hace que los hombres abandonen lo sensible. Hay algo de nuestra eterna potencia en esta entidad sin forma específica, pero con un giro dramático ya que aquel intelecto teorizado por Averroes es en Borges un ser contemplado o vivenciado a partir de un objeto sensible que alude a un contenido de lo universal e infinito:

      Zahir, en árabe, quiere decir notorio, visible [...] El primer testimonio incontrovertido es el del persa Lutf Alí Azur. En las puntuales páginas de la enciclopedia biográfica titulada Templo del Fuego, ese polígrafo y derviche ha narrado que en un colegio de Shiraz hubo un astrolabio de cobre, “construido de tal suerte que quien lo miraba una vez no pensaba en otra cosa y así el rey ordenó que lo arrojaran a lo más profundo del mar, para que los hombres no se olvidaran del universo. Más dilatado es el informe de Meadow Taylor, que sirvió al nizam de Haidarabad y compuso la famosa novela Confessions of a Thug. Hacia 1832, Taylor oyó en los arrabales de Bhuj la desacostumbrada locución “Haber visto al Tigre” (Verily he has looked on the Tiger) para significar la locura o la santidad. Le dijeron que la referencia era a un tigre mágico, que fue la perdición de cuantos lo vieron, aun de muy lejos, pues todos continuaron pensando en él, hasta el fin de sus días. Alguien dijo que uno de esos desventurados había huido a Mysore, donde había pintado en un palacio