Cesar Gavela

El general se confiesa


Скачать книгу

no hay nación que resista el ataque enemigo. Sin esa entrega generosa solo hay derrota y justificación doliente de esa derrota. Mentira y flojedad. Y yo he venido al mundo para ganar. Con determinación y método, con la más alta exigencia. Solo desde esas cualidades se garantiza la pervivencia de España. Solo hay un camino, el del esfuerzo y el dolor”.

      Vicente Anta era un maestro de escuela que había sido expulsado del escalafón debido a sus simpatías republicanas. Sin sueldo ni rentas, sobrevivía en Vereda muy austeramente vendiendo tabaco de contrabando por los bares, una práctica ilegal, pero tolerada por la policía.

      Luis Boeza nunca había hablado con él. Pero una tarde del verano de 1945 se atrevió a llamar a su puerta.

      -Vengo a pedirle un consejo.

      -¡Qué sorpresa! ¿Y cómo has pensado en mí?

      -No sé… me da confianza.

      -¿Y eso por qué?

      -Usted es una persona diferente a las demás de por aquí.

      -¿Tú crees?

      -Es lo que yo noto.

      -¿Me vigilas?

      Luis rió.

      -Claro que no le vigilo, pero es lo que me parece. Usted es diferente, sí.

      -Seguro que sabes algo de mí.

      -No. Solo verlo.

      -¿Y por qué crees que soy diferente?

      -Porque sabe mucho más que la mayoría. Y lee. Le he visto leer en el balcón. Aquí nadie lee.

      -Soy una persona cualquiera que vive y aguanta en estos tiempos tan malos. Eso es todo. Pero dime la verdad: ¿alguien te ha mandado venir?

      -Nadie. Es solo cosa mía. Lo he pensado mucho antes de decidirme.

      Vicente Anta lo miró fijamente. Los dos hombres seguían en la puerta de la casa, que era muy pequeña, con muy pocos muebles.

      -¿Qué quieres de mí?

      -Me gustaría saber qué cree usted que debo hacer para cambiar mi vida. No me gusta mi trabajo, tampoco quiero vivir en Vereda.

      -Pues mira, si esa es la pregunta yo creo que es fácil de responder. Lo que tienes que hacer es estudiar, no veo otro camino.

      -No puedo irme; para eso necesitaría un trabajo.

      Entraron en el piso, se sentaron en la cocina. La inicial prevención que había sentido Vicente Anta se fue diluyendo al observar los gestos de Luis Boeza. Su mirar sincero, un tanto desvalido.

      -Lo ideal sería que te fueras a Madrid. A estudiar y trabajar. Allí hay academias nocturnas, de compañeros a los que echaron de las escuelas, como a mí. Algunos dan clases a esas horas, cobran poco.

      -¿Y el trabajo?

      -En Madrid empieza a haberlo. Muy duro y con sueldos de miseria, pero lo hay.

      Vicente Anta observó a Luis Boeza. Lo conocía de verlo alguna vez y lo tenía por un muchacho de tantos. Sin futuro, condenado a una vida irrelevante en una pequeña villa. Pero ahora estaba viendo en él a un hombre con muchas ganas de luchar.

      -Pues mira, estoy pensando…

      -¿Qué, don Vicente?

      -Que a lo mejor yo te puedo ayudar en eso. Intentarlo, quiero decir. Conozco gente en Madrid. Viví allí algún tiempo, cuando la República.

      -¿Y no ha vuelto desde entonces?

      -No.

      Luis sintió una emoción muy intensa.

      -Yo solo venía a pedir un consejo; lo que me ha dicho ya es mucho.

      -No es nada. ¿Quieres que intente ayudarte?

      -¡Claro! Pero es que me parece increíble todo esto. Como si fuera un sueño.

      -En esta basura de país todo lo que no sea crimen y desgracia parece un sueño. Todo lo que no sea tristeza parece mentira. Pero esto no lo cuentes por ahí.

      -No diré nada.

      -Verás, tengo un buen amigo en Madrid. Le escribiré. Él acaso pueda…

      -Muchísimas gracias. No sé qué decirle.

      -No te he dado nada, solo unas palabras. No tienes nada que agradecerme.

      Luis Boeza se sentía feliz.

      -¿Y usted? –dijo– ¿Por qué no se va también?

      -Ya soy mayor, aunque no tenga tantos años. He podido ir a Argentina, donde vive la única familia que me queda: un primo al que quiero mucho. Pero he preferido estar a mi aire aquí, con estos libros. No creas que me va tan mal, aunque pueda parecerlo. Además, cuanto peor crean que vivo, mejor para mí. Resisto bien.

      -¿Por qué?

      -Porque le pido muy poco a la vida. Ahora ya le pido muy poco, y ese poco la vida me lo da.

      “¿A quién me compararán en el futuro? A veces he pensado en los Reyes Católicos pero yo no puedo ofrecer tanto como ellos. Porque, aunque he salvado a la nación, no la he unificado. No he añadido nuevos territorios a España, ni siquiera el vecino Portugal, que nunca debió de desligarse del reino de León, gran desgracia que nunca olvido”.

      “Tampoco mi lugar está al lado de Carlos I o de Felipe II, dada la magnitud de los hechos que ellos abordaron. No existe ahora, desgraciadamente, aquel esplendor de la España imperial: ya no somos el corazón del mundo. Pero sí me atrevo a afirmar que por mi obra soy más grande que cualquiera de los Borbones, más decisivo. En cuanto a los últimos Austrias, es cierto que eran muy poderosos, pero también lo es que no fueron grandes hombres. Lo suyo fue inercia y decadencia, abandono de su legítimo y obligado protagonismo”.

      “De los reyes anteriores a Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, solo Alfonso X podría comparárseme. En definitiva, yo creo que soy el quinto o sexto español de la historia. Es mucho para mí y, a la vez, es lo justo. Mi obra y mi tiempo me sitúan en tan alto puesto”.

      “Quería un lugar nuevo, me importaba poco que no hubiese mucha caza. Aunque ya debo de haber abatido a más de treinta corzos en los seis días que llevo aquí. Esta vez busco algo más que la caza, me di cuenta de eso desde el primer momento. Porque todo va siendo nuevo aunque yo sea viejo. También debe de influir que este año España cumple veinticinco años de paz. Un cuarto de siglo de prosperidad y asentamiento de los grandes valores del pueblo español. Todo ello me lleva a pensar que estoy en mis últimos días de plenitud. Como si a partir de ahora todo fuera declinar, lo que por otra parte es ley de vida. Lo que Dios ha determinado para el hombre”.

      “Además, es cierto que llevo tres años yendo a menos. No solo por el accidente de caza, no solo porque tengo una enfermedad nerviosa que me va limitando gradualmente. Hay más razones. Yo creo que me estoy cansando un poco de gobernar, de llevar este peso tan grande. Pero continuaré hasta mi muerte, ha de ser así. Porque queda mucho trabajo por hacer. Sobre todo resolver cómo será la monarquía que habrá de sucederme. Tengo que elegir al futuro rey, algo que despierta muchas dudas todavía en mí, más de las que yo esperaba. Queda un trabajo ímprobo y yo me canso cada vez más.”

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

      Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.

      Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета