Adriano Messias

Todos los monstruos de la Tierra


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como «el moderno Prometeo»— era considerada el único mito original producido en la modernidad. Pero él era un ser solitario y melancólico, preocupado en encontrar a otra con la que tener una relación; frustrado, buscaba vengarse del creador de su soledad. No se podía imaginar que, en el futuro, se le consideraría el precursor de la condición poshumana… Los zombis, al contrario, datan desde siempre —al menos antropológicamente— en Haití. Como en Haití podría ser por aquí, en cualquier territorio del capitalismo, los consumidores serán los candidatos apropiados para portarse como muertos vivientes, asolando y destruyendo centros comerciales y conjuntos residenciales, muertos vivientes con tarjetas de créditos. George Romero, el padre de todos, fue preguntado, alguna vez, en un making-of: «¿quién representaría, en los días de hoy, el papel del zombi, como alteridad absoluta?». El director, también ideólogo subversivo, contestó que podrían ser, por ejemplo, los palestinos, los refugiados, los migrantes, tomados como epígonos de lo que no puede ser asimilado: humanos, demasiado humanos; monstruosos, porque son diferentes.

      Moraleja de la historia, de todas las historias: los monstruos son los otros, al ser, más que semejantes, diferentes. Por no ser iguales, serían peligrosos, portadores de una voracidad radical que destruiría nuestro narcisismo, ego y cuerpo, según sus voluntades avasalladoras. En definitiva, los semblantes del otro, capacitados para satisfacerse tanáticamente con nosotros, también pueden fascinarnos, en el masoquismo gozoso de las pantallas y de los disimulos, en el delivery de las intensidades, en las pesadillas prêt-à-porter.

      OSCAR CESAROTTO

      Psicoanalista y profesor de Comunicación y Semiótica (PUC-SP)

      Encontrar lo que no buscábamos es lo que hace que avance el conocimiento.

      CLAUDE-CLAIRE KAPPLER, Monstres, démons et merveilles à la fin du Moyen Âge

      Introducción

      Tras las huellas de los monstruos

      Los monstruos siempre han sido, para mí, una inquietud personal, deliciosa e instigadora. Como tema de estudio, pedían un análisis intenso mediante miradas polifacéticas que pudieran rastrear su exterior e interior. El soporte cinematográfico se convirtió en algo obvio para tal acometida; a fin de cuentas, no hay ningún otro sitio en la contemporaneidad en el que un monstruo se muestre tan bien. Si la literatura forjó seres fantásticos profusamente en el siglo XIX, considero que, en los siglos XX y XXI, el cine ha sido el gran criadero de bestiarios. Su influencia ha sido tan avasalladora que la literatura denominada fantástica es hoy su gran deudora. En esta línea de raciocinio, me parece posible afirmar que, si la literatura expresó los síntomas de la cultura3 en el siglo XIX, el cine lo hizo en el siglo XX y lo viene haciendo en el XXI; al fin y al cabo, sus ingenios están mucho más cerca del sueño que los de una obra literaria, si pensamos que su materia prima es, básicamente, la imagen visual4.

      Mi objetivo general en este trabajo ha sido el de analizar algunas películas de la primera década del siglo XXI —con una tolerancia de algunos años a más— en lo concerniente a la presencia de formas monstruosas provenientes de la imaginación en torno de lo fantástico, siempre contundentes y numerosas. En cuanto a un objetivo específico, he buscado entender cómo lo fantástico, en la materialidad de sus personajes, fue actualizado, reinventado y fabulado, mediante el soporte de una comprensión de base semiótico-psicoanalítica.

      Por medio de la presentación de una cierta «arqueología» de diversas manifestaciones culturales de seres fantásticos (desde la Antigüedad, pasando por la Edad Media, por el Renacimiento, por el ultrarromanticismo del siglo XVIII, por la asunción de cuestiones del cuerpo cambiante en el XIX, hasta nuestros días), estudié la fuerza con la que determinadas representaciones de lo fantástico todavía se manifiestan, plasmadas en las cintas seleccionadas. También he intentado localizar, delimitar y explicar las manifestaciones del catastrofismo en el vasto panorama del cine fantástico como una de las tendencias dominantes en el periodo seleccionado5.

      Si, en gran parte de las ficciones fantásticas, el personaje humano se vio o se sintió observado por algún monstruo que estaba al acecho, aquí he tenido la dedicación de mirar a la criatura que causa el pavor, diseccionar su conformación híbrida y, tantas veces, lo aparentemente innominable, tanto bajo la instrumentación de la semiótica psicoanalítica como de otros campos del saber, como los estudios cinematográficos, la filosofía y la antropología.

      Llegué, concomitantemente con lecturas diversas y con el conocimiento previo de muchas películas, a seleccionar un corpus de temática fantástica producido durante la primera década del siglo XXI6. Establecí, no como criterio, sino únicamente como una variable de carácter simbólico para mi recorte, el 11 de septiembre de 2001. Esa fecha se convirtió, para toda la cultura mundial, en un antes y un después: tal vez ahí empezó el nuevo siglo. El fin del recorte temporal lo establecí en 2011, por lo que te encuentras ante diez años de cinematografía desmenuzada.

      La profusión de films fantásticos lanzados durante el periodo elegido —lo que justifica la variada selección de los materiales estudiados— mereció una mirada que partiese de la localización y detección de los seres monstruosos que vinieron a poblar el universo cinematográfico de forma torrencial. Estudié las similitudes que tales seres mantuvieron entre sí, las formas por las que se presentaron, los niveles de invencionismo alrededor de ellos o, incluso, su vínculo con una cierta tradición de configuración en el amplio género fantástico. También, principalmente, busqué ver lo que esas películas —que inspiraron muchas veces series de vampiros, de seres de la mitología antigua y medieval, y de zombis famélicos, por ejemplo— pudieron decir sobre el mundo que se revelaba ante el nuevo siglo, desde 2001.

      Al estudiar los monstruos —tanto en la cultura, de forma general, como en el cine y en la literatura, basándome, para ello, en investigadores de relevancia—, empecé señalando la existencia de un cierto bestiario cinematográfico contemporáneo constituido por monstruos que, mediante esfuerzos analíticos con respaldo teórico, vine a considerar paradigmáticos. Planteé, desde el comienzo, la hipótesis de que las representaciones de lo fantástico reflejan y demarcan las peculiaridades de la época enfocada y, por consiguiente, me sentí impulsado todo el tiempo a trabajar en torno a una cierta sintomatología de la cultura perceptible en el cine, inspirado por análisis que parten de ideas discutidas por Lacan y Žižek, por ejemplo, precipuamente. Al avanzar con las investigaciones, cuando analicé las películas, lograba, pues, encontrar ayudas para la elaboración de un «nuevo bestiario» que, a pesar de tener un fuerte y evidente matiz apocalíptico y catastrófico, proporcionó igualmente otras conformaciones que dicen mucho sobre la contemporaneidad. Los seres fantásticos —de los más horrendos a los más sutiles—, reavivados y recreados por la fuerza e ingeniosidad de las tecnologías del cine, ofrecieron mucho sobre el mundo comunicacional de nuestros días, de tal forma que propuse, en este trabajo, el término fantasfera (la gran esfera de lo fantástico), acuñado por mí, para denominar el vasto material disponible sobre las creaciones y criaturas de mi interés.

      Presupuesta la analogía entre el sueño y el cine, anteriormente señalada, los análisis desarrollados fueron en gran medida formales y tuvieron, también como ya he subrayado, el apoyo de la semiótica psicoanalítica, hábil en ayudar a comprender las consecuencias de los signos culturales para el sujeto —el ser de la cultura—. Aquí me apoyo en las ideas de Žižek, cuando el filósofo escribe:

      Se trata de eludir la fascinación propiamente fetichista del «contenido» supuestamente oculto tras la forma: el «secreto» a develar mediante el análisis no es el contenido que oculta la forma (la forma de las mercancías, la forma de los sueños), sino, en cambio, el «secreto» de esta forma7.

      Žižek discurre sobre la forma utilizando a Marx y a Freud en sus ejemplificaciones, y coincide con el padre del psicoanálisis cuando este propone, acerca del análisis de los sueños, que «nos hemos de deshacer de la fascinación por este núcleo de significación, por el “significado oculto” del sueño —es decir, por el contenido encubierto tras la forma de un sueño— y centrar nuestra atención en esta forma»8.

      Así pues, defiendo