un chico que trabajaba en esto también, me lié con él y un día me llevó a la calle Almirante. Tendría yo entonces doce años, casi trece. Te estoy hablando del año 1992, 1993. En aquellos años la calle era un vaivén continuo de coches dando vueltas en busca de chicos. Rodaban lentamente a nuestro alrededor. Había allí chicos de todas las edades. Bisexuales. Muchos bisexuales. La mayoría de los que trabajaban de chaperos eran bisexuales. Y yonquis. También había yonquis. Muchísimos yonquis, pero en esa época no eran muy ladrones porque también trabajaban. Todo el mundo trabajaba. Eran muchos los coches que acudían allí. Eso ya cambió, hoy los coches ya no circulan alrededor de los chicos como antes, pero siguen haciéndolo con las chicas. Todo cambia.
Entonces los muchachos de Almirante eran portugueses y españoles, no había ni latinoamericanos ni rumanos. Se trabajaba desde las ocho de la tarde en adelante. Había noches en las que me hacía veinticinco mil pesetas, y otras que me hacía cincuenta mil, según el día. A veces me quedaba toda la noche para hacer dinero, y otras a lo mejor me marchaba a las dos horas. Me iba por ahí, a los bares, a las discotecas. A divertirme.
A medida que fui cogiendo experiencia, me fui quedando más tiempo. Era mucha pasta para la época, pero, claro, según la ganaba me la gastaba. Me compraba ropa. Todos los días me compraba algo. No me la lavaba: la compraba, la usaba y la tiraba. Cuando se ensuciaba, en lugar de lavarla, la tiraba, directamente. No sabía lavarla. Fíjate, yo era un niño, pero no vivía con mi familia, lo hacía en hostales o en casa de algún otro chico. Era independiente. Pero un niño. No sabía lavarme la ropa ni hacerme la comida.
Los servicios a los clientes los hacía en los mismos coches, en su casa o en alguno de los hostales que había al lado. Con el coche nos íbamos hasta detrás del museo del Prado, por la zona de los Jerónimos o cualquier calle que viéramos oscura. Aparcábamos en batería y allí mismo hacíamos lo acordado. Siempre cerca de Almirante.
Entonces Chueca era un barrio peligroso. Estaba lleno de yonquis. Para mí no era peligroso, pero sí que veía que lo era, aunque ahora también lo es. Hoy no hay una venta de droga tan descomunal como antes, pero sí que hay personas que se dedican a robar a la gente. En Almirante había chicos muy majos, y otros que a la que podían te querían sacar dos mil pesetas para drogarse. No habían trabajado y no podían pagarse su dosis, así que te robaban. Para quitarse el mono, ya sabes. Eran yonquis, les daba igual quitárselo a quien fuera. Simplemente, querían quitarte el dinero para hacerse con su dosis. En esos casos, yo les daba el dinero, claro, porque era muy sensible. Era muy joven. Yo se lo daba.
Más tarde descubrí la Puerta del Sol. Yo ya la pillé tarde. Quería dejar un poco el mundo de la noche de Almirante y empecé a ir a Sol. Pero eso al cabo de bastantes años de trabajar de noche. A Sol ya llegué con veintiuno o veintidós años, e iba a Sol como una opción más que compaginaba con la noche. A veces me iba bien, otras veces no. Solía acercarme por la tarde un rato, luego me iba a cenar y luego seguía de noche en Almirante. Pero, bueno, yo siempre he ido según me apetecía. Había días que sólo iba de tarde, otros que de noche y otros que acudía a los dos sitios. Otros días simplemente no iba, o me acercaba a la sauna, a la de Adán o a la Center, aquí abajo, a ver si salía algo.
Pero Sol no fue una buena experiencia. No para mí. Te expones a mucha gente. Todo el mundo te ve. Quema mucho. Sí que tenía mis días buenos, porque allí también se trabajaba bien, pero todo el mundo sabe lo que estás haciendo, te estás exponiendo demasiado. Sin ir más lejos, una vez me encontré a un familiar, pero al final tampoco fue una experiencia muy mala. No lo fue porque Sol es un punto de encuentro, así que no saben si estás esperando, si has quedado con alguien, o si… eso. Pero no lo pueden saber. Sol es tal vez, no sé cómo explicarme, un lugar más impersonal. No sé, no es peligroso, eso no, pero te está viendo todo el mundo. Para mí ni Almirante ni Sol eran zonas violentas. Vamos, que si te tiene que pasar algo, te pasa en cualquiera de los dos sitios. Aunque sean muy distintos.
Los chicos en ambos sitios son muy diferentes. A ver, en Sol —la verdad es que, bueno, estamos hablando de hace ya tiempo, hace seis o siete años que dejé de ir, no sé cómo estará ahora— había entonces bastantes rumanos. Se abarataron mucho los precios. La gente quería pagar muy poco, hasta que dejé de ir, claro. Tampoco voy a regalarme. Al principio la tarifa era de treinta o cuarenta euros, luego la abarataron. Ahora lo están haciendo por veinte. Además, esta gente no usa preservativo, y claro, también los hay que roban a la gente. En sus casas, entre tres los desvalijan, les pegan palizas. He tenido clientes a los que les ha pasado, me han dicho: «Pues a mí me ha pasado esto», y yo les digo: «Pues claro».
Recuerdo que a un DJ lo asesinaron. Por lo visto, la policía dice que los muchachos disfrutaron pegando a esa persona, tras robarle, y que la golpearon hasta matarla. A un cliente que tengo yo también le arrearon una paliza, pensaban que lo habían matado y lo dejaron. Pero no lo habían matado, está vivo. Pero lo pensaban, y sólo por quitarle un ordenador y dos móviles. ¡Vamos, cuatro mierdas! Que se lo pueden quitar sin matarlo, vamos, digo yo, ¿no?
Pero estas cosas no sólo sucedían en Sol, chaperos ladrones siempre ha habido en todos lados. De hecho, la calle Almirante acabó por eso. O sea, de tanto robo y tanto destrozo al final los coches ya no pasaban. La gente ya no iba. Se asustaron. El miedo lo estropeó antes de que Internet estuviese tan fuerte como lo está ahora. Creo que en 2008 o así la zona quedó muerta, muerta del todo. Ahora la cosa se ha trasladado más a Chueca. Hoy, si te sale un cliente, te puede salir caminando por Chueca. Ya no se usa tanto el coche, es más la gente que pueda salir de los bares. Que te vean, que hables con ellos y tal. Los bares de copas en el fondo son como la calle. Son muy parecidos. Sitios donde entras y sales, aunque yo ya no voy, porque me resulta una pérdida de tiempo. En la calle me siento más libre. Tengo más opciones de encontrarme a personas que en los sitios cerrados.
Probé una vez a trabajar en una plaza en un piso, aquí en Madrid, pero no me gustó. Me sentía chuleado. Les estás dando el cincuenta por ciento. No me gusta. No compensa estar dándole el cincuenta por ciento a otra persona. Quizá para viajar por España resulta interesante, pero, para aquí, no merece la pena.
He viajado a Barcelona. Estuve en Montjuic. En una zona de noche, una de esas zonas a las que acudía la gente con coches. Es más bien un punto de encuentro, como aquí en Madrid el Templo de Debod, algo así. No son precisamente zonas de trabajo, pero en todos los sitios de cruising tarde o temprano salen clientes. Al final en estos sitios siempre acabo trabajando. Ya sabes, al acabar la noche el que no liga tiene que pagar si te ofreces. Algo parecido pasa hoy en día con las aplicaciones de Internet como Grindr o Wapo. Los que no ligan y ven que eres chapero pagan. Es siempre lo mismo. Por eso existimos.
Los servicios en Sol se hacen en las pensiones cercanas. Los hostales cuestan unos diez euros, que paga el cliente, claro. Yo siempre he mirado de llevármelos a otro lado. No sé, a una sauna o, si tenían más dinero, a Clara del Rey, allí pagas por horas. Aquí en la plaza de los Cubos hay otro sitio parecido, pero este ya cuesta veinticuatro euros. Es más caro, pero dispones de un apartamento entero y te dan una copa. Según el tipo de cliente, les llevo a un sitio u otro. Todo lo que vas a hacer lo negocias antes, hablas de lo que vas y lo que no vas a hacer. Yo ahora he puesto un precio a mis servicios más cerrado. Sea lo que sea, cobro siempre lo mismo: sesenta euros. No sé, es un precio redondo. Unas diez mil pesetas. La verdad es que he congelado el precio, porque cuando todavía existía la peseta cobraba cinco mil en el coche y diez mil en casa. Hoy sigo con la tarifa de unas diez mil pesetas. Ha bajado la calidad por parte de todos, de los clientes y de los chicos.
La mayoría de los clientes te piden que los folles. Es lo clásico. Desde los chicos muy jóvenes hasta los de cincuenta o sesenta años, de todas las profesiones y clases sociales. He tenido todo tipo de clientes en la calle. ¿Casados? Eso no lo puedo saber, pero claro que sí, seguramente muchos sí estaban casados o tenían su pareja. Y resulta bastante normal que los clientes quieran consumir cocaína o GHB (éxtasis líquido). Bueno, ahora ya toman de todo. Las drogas van normalmente asociadas al sexo. Es el vicio completo. Es lo que muchos quieren. Igual que desde hace unos años parece haber una oleada retro en la que piden tener sexo sin condón. No sé si se debe a que en los vídeos porno de Internet siempre lo hacen a pelo, o porque realmente les da morbo. Yo qué sé, pero últimamente muchos quieren