F. Xavier Hernàndez Cardona

La guerra de Catón


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campamentos en los primeros días de campaña.

      ─ No puedo creerlo ─Lucio estaba muy sorprendido, nunca había sospechado que la administración pudiera ser tan eficaz.

      ─ Algunos piensan que solo estoy preocupado por las mujeres, lo cierto es que las joyas no me interesan lo más mínimo. Pero el debate ha permitido encubrir lo que ha sido nuestra actividad principal: movilizar el ejército. El destino ha querido que yo sea cónsul, y te aseguro que nuestra campaña cambiará el destino de Hispania, de Roma y del mundo. A finales de maius estaremos en Emporion, durante el verano derrotaremos a los íberos de la costa y marcharemos a someter el sur. Mi mandato sólo dura un año, dispongo de poco tiempo para cambiar el futuro y quiero que me ayudes en esta aventura.

      Lucio, sorprendido, se emocionó... el plan era perfecto. Catón iba a descargar el golpe cuando, entrado el mes de maius, se descartaba cualquier posibilidad de intervención. Naturalmente, los íberos después de dos meses esperando el desembarco también estarían pensando que el peligro se alejaba un año más.

      ─ Perdona, Cónsul. ¿Me estás diciendo, pues, que el ejército está preparado y me propones que me incorpore, inmediatamente? ¿Y que en pocas horas iniciaremos una travesía marítima hacia Hispania?

      ─ Bueno, no será una travesía sino una navegación de cabotaje aprovechando las ciudades masaliotas que utilizaremos como refugio si hay tormentas. Una marcha terrestre supondría casi dos meses de caminata, mayor intendencia y erosión de las cáligas. Así que... navegaremos saltando de puerto en puerto y evitando la navegación nocturna: Luna, Genua, Nikala, Antipolis, Olbia, Tauroels, Masalia, Agatha y... Emporion. Seguiremos como el rayo la derrota masaliota hasta la puerta de Hispania.

      ─ Estoy a tu servicio... y al servicio de Roma. ¿Puedo ir a recoger algunas cosas?

      ─ Pronto comenzará el amanecer. Tienes dos horas. Luego partiremos hacia Ostia y tomaremos un quinquerreme. Arregla tu documentación con mi secretario Anaxágoras.

      Roma, Lucio marcha con Catón hacia el puerto de Luna. Días V, IV y III antes de las nonas de maius. Año 558 (3, 4 y 5 de mayo. Año 195 a. C.).

      Lucio se puso a disposición de Anaxágoras, el liberto griego secretario del cónsul. Era un tipo parecido a Catón, gordo, calvo, y más o menos de su misma edad. Recordó que en el Foro bromeaban, y que los llamaban Pólux y Castor. Anaxágoras acreditó a Lucio como servidor de la República en misión especial. Luego le preguntó dónde debía ingresarle los emolumentos.

      ─ En la delegación del banco de Anaximandro de Alejandría, y quiero una cláusula que especifique que, en caso de muerte, las cantidades depositadas se hagan llegar a Friné, la dueña del hostal El Unicornio, de Emporion.

      ─ De acuerdo, dalo por hecho, pero te recuerdo que este no es un buen banco, está vinculado al banco de Antígono de Cartago... A ver si acabarás engordando a Aníbal.

      ─ Señor ─Lucio, que tenía una enemistad de manera permanente con los bancos, se excitó─, hoy por hoy, y que yo sepa, tenemos un tratado de paz con Cartago. Los bancos romanos me extorsionan, el de Anaximandro siempre me presta cuando necesito, por otra parte, que yo sepa, la plata no tiene patria... ¿No crees?

      ─ De acuerdo, lo que digas. ¿No quieres saber la remuneración que te corresponde?

      ─ No es necesario, viniendo del Estado seguro que es miseria. Esperaré a ver si sois capaces de sorprenderme.

      Lucio volvió a la carrera, hasta su apartamento. Quería cerrar bien, tirar los restos de comida, tomar su espada y el puñal celtíbero de antenas que tanto apreciaba. Llegó sin aliento a la quinta planta. La puerta del apartamento estaba abierta, pensó que con las prisas del desalojo nocturno había olvidado cerrar. Pero su instinto le advirtió que algo pasaba. Avanzó con prudencia. Apenas entró un fuerte puñetazo se le estrelló contra su cara. Todo quedó oscuro. Notó cómo su cuerpo se desplomaba. Inmediatamente, sus costillas recibieron una lluvia de patadas, quedó sin respiración. A continuación, notó un acero frío acariciándole el cuello y pensó que había llegado el final... En una fracción de segundo hizo balance de su vida, no había ido mal, pero... pero... algo pasaba, el final se retrasaba. El pinchazo o corte no llegaba. Finalmente, enfocó la vista. Tres matones lo tenían inmovilizado, uno amenazaba con un puñal y los otros usaban cáligas claveteadas de tipo militar para pisarle el estómago y un brazo. Un cuarto individuo daba las órdenes y era el que hablaba.

      ─ Hola chico. Soy Lupus y... soluciono problemas, y tú eres un problema. Te estás portando mal. Escipión está molesto contigo. Vas por ahí diciendo que fuiste el artífice de la victoria de Zama. Esto... no está bien. Ahora dicen que vas con el cerdo tusculano. Esto al Africano tampoco le gusta. Sin embargo, no impediremos que vayas a... ¿Hispania?

      Lucio aún no había recuperado plenamente la conciencia pero empezó a entender que pasaba. Escipión quería información de primera mano. En una campaña había transacciones y beneficios, informaciones útiles en política… y también en los negocios. Lupus continuó justo en el sentido que Lucio esperaba.

      ─ Escipión quiere saber si Catón tiene beneficios en la campaña, y tú nos informarás. Y también trabajarás para que el suministro de pertrechos quede en manos de Servius Sura. Sí, efectivamente... el hermanastro de Valentina, que, por si no lo sabías, es de nuestro partido... y que además, es cuñado del prefecto Antonino Varrón, ya sabes, el jefe de la policía.

      Los matones acompañaron las explicaciones con una discreta sesión de golpes que recalcaban los puntos clave del discurso. Lucio, con poca fortuna, intentó asentir

      ─ Sevicius Puras, de acuerdo, de acuerdo...

      La pronunciación no gustó a los matones que le dedicaron una serie adicional de patadas y golpes.

      ─ Es Servius, Servius, Ser-vi-us… Sura, cuñado de Antonino Varrón a quien, sin duda, debes conocer debido a la tu, digamos... ¿Amistad? con Valentina. Por cierto, mientras esperaba he leído unas cartas, probablemente femeninas, que he encontrado en tu baúl y en las que tú y una mujer, y espero sinceramente que no se trate de ella, jugáis a Medea y Jasón. Son muy cursis y describen una relación que tiene mucha gracia... Seguramente también le resultarán simpáticas a Antonino si las llega a leer. Las he dejado en su sitio, como muestra de buena voluntad... En fin, estás avisado, Sura debe ser el suministrador principal del ejército consular y sin ningún problema. ¿Lo has entendido? Tienes que apoyar a Sura, nadie le debe discutir los precios...

      Los facinerosos clavaron en el cuerpo de Lucio una nueva tanda de golpes contundentes, después desaparecieron. Lucio empezó a maldecir las veleidades literarias de Valentina mientras guardaba en un fardo la espada, el puñal, un par de túnicas, unas cáligas de repuesto y una bolsita con monedas de plata. Quemó las cartas comprometedoras, escribió una nota para Valentina, bajó rápido a la fullónica de la viuda Antonia y le pidió permiso para lavarse en una de las tinas. La viuda, dulzona, se deshizo en sonrisas y le ayudó a desnudarse.

      ─ Lucio, ya no tienes edad para pelearte. ¿Has visto qué cara te han puesto? Cásate conmigo y olvídate de todo. No tendrás que trabajar y te mantendré gordo como un cerdito. ¡A ver! ¿Déjame inspeccionar los daños? ─Antonia empezó a comprobar los desperfectos en el cuerpo de Lucio─. Un ojo totalmente morado. ¡Mmmh...! Nariz sangrante, suerte que no te la han roto. Labio partido... moratones en las costillas... nada serio. Si todavía conservas los genitales me interesas, déjame hacerte la inspección.

      ─ Gracias Antonia, eres un encanto y tú y yo sabemos que algún día nos casaremos, pero ahora todavía no. Marcho a la guerra... con Catón. Toma esta nota, por favor, ya sabes a quién tienes que darla, a mi amiga, a Valentina. Que le llegue personalmente y con discreción. Los chulos de Escipión quieren mi piel, y mis genitales y, si vuelvo con ellos, podrás continuar la inspección.

      ─ Vaya, aquella flaca que te visita... Bueno, lo haré, ya sabes que simpatizo con Catón. ¡Umm! ¡Qué pedazo de hombre! ¡Qué olorcillo de cebollino! Cumpliré tus encargos pero tengo que recordarte