Lawrence M. Friedman

Río torrentoso


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toda la tierra. Una rama de la legislatura fue reservada para la nobleza —la Cámara de los Lores. La otra rama era la Cámara de los Comunes, pero sus miembros apenas si eran personas comunes. Los miembros de esta Cámara servían sin paga, y eran, casi invariablemente, miembros de una élite pequeña y rica. La movilidad geográfica era, claramente, cada vez más una realidad. La población estaba creciendo rápidamente. La gente abandonaba pueblos y granjas para vivir en las ciudades, o para trabajar en fábricas en ciudades industriales. La sociedad victoriana “estaba fuertemente estructurada”; pocas personas en Inglaterra lograron salvar el abismo entre los trabajadores manuales y los trabajadores de ‘cuello blanco’; o entre arrendatarios y terratenientes. Aun así, el cambio estaba ocurriendo, lentamente, pero de manera definitiva. Al menos algunos de los recién llegados a la vida de la ciudad consiguieron un trabajo con más prestigio y se unieron a una creciente clase media.11

      Sin duda, la señora Trollope exageró, pero de hecho, no había una élite pequeña y dominante, con propiedades y poder heredados por siglos. América era la tierra del hombre hecho a sí mismo (la mujer hecha a sí misma aún no había sido inventada). Sin duda, en la vida estadounidense hubo ganadores y perdedores; y hubo también una etapa entre cada uno de estos dos polos. Mencionamos las grandes fincas en Nueva York, en el valle de Hudson; una especie de nobleza terrateniente dominaba grandes áreas del sur: hombres que poseían numerosos esclavos, vivían en mansiones y controlaban grandes extensiones de tierra. Los primeros presidentes, a excepción de John Adams, provenían de esta clase —ricos propietarios de esclavos de Virginia. Washington, Jefferson, Madison, Monroe y Andrew Jackson eran dueño de esclavos. Por supuesto, muy pocos hombres ‘saltaron’ desde la cabaña de troncos a la mansión; era muy raro que alguien que naciera en la pobreza terminara siendo millonario. Nunca fue fácil cruzar del bajo al alto status social. Aun así, en comparación con las sociedades tradicionales —como la mayoría de las sociedades europeas de la época—, la escalera hacia el éxito fue real. El clásico de Alexis de Tocqueville, Democracy in America, se publicó en dos volúmenes, en 1835 y 1840. Para un lector moderno, el título casi parece irónico: ¿no era esta una sociedad con millones de esclavos negros? ¿esta sociedad no relegó a las mujeres a una esfera separada y subordinada? ¿y qué hay de los pueblos nativos? Pero De Tocqueville no se dio cuenta de esto; hizo hincapié en el contraste entre Estados Unidos y el viejo país —su país. La escalera hacia el éxito era resbaladiza, a veces difícil de alcanzar, siempre difícil de subir; pero estaba ahí. Los hombres —y estamos hablando principalmente de varones— eran libres de moverse, probar suerte en nuevos lugares y nuevas ocupaciones, de subir (o caer). Eran libres de triunfar —o fracasar. Mucha gente se cayó de la escalera del éxito hasta el barro. La ideología de la movilidad, de la oportunidad, era real; fue un hecho social. Y hubo suficiente base en esa realidad, suficiente apertura y oportunidades reales, que no podemos descartar esta ideología como pura ilusión.

      A mediados del siglo XIX, Estados Unidos era quizás muy diferente de Inglaterra; y también de Europa, América Latina y Asia. Hoy, culturalmente hablando, y en términos de ciencia, tecnología, y (en muchos países) estructura política, estas diferencias son quizás menos obvias. La movilidad ha aumentado en todas partes. Y esto ha tenido un profundo impacto en la identidad personal, que es nuestro tema. Lo hace más o un problema, o un tema. Cómo sucedió esto en el siglo XIX, y cuáles fueron las consecuencias, se explicará en los siguientes capítulos. Después de ello, analizaremos tiempos más contemporáneos.

      7 Nota del traductor: Aquí el autor utiliza la expresión ‘rolling stones’, que se usa para referirse a una persona que está siempre viajando y cambiando de trabajo,