Lawrence M. Friedman

Río torrentoso


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Lizzie Borden mató a su padre y a su madrastra. Solo el motivo del crimen permanece oscuro; aunque, quizás, el dinero pudo haber estado en la raíz del crimen: las dos muertes convirtieron a Lizzie Borden en una heredera.23 En cualquier caso, el misterio del juicio de Borden es lo que ha intrigado a la gente desde entonces hasta ahora; y misterios de este tipo atraen a las personas hacia grandes juicio, como las polillas hacia la luz. En estos juicios famosos y espeluznantes, los dos lados grafican imágenes radicalmente diferentes. Los acusados y sus abogados insisten en su inocencia. Lo que uno ve —afirman—, es lo uno obtiene. No hay ningún Mr. Hyde debajo de la superficie de la vida del Dr. Jekyll. Por su parte, la fiscalía plantea el argumento contrario: el acusado, por inocente que parezca o intente aparecer, es realmente un villano, un asesino, una personalidad deformada. El jurado debe responder a la pregunta de la identidad: ¿cuál de las versiones es la verdadera? ¿quién es realmente esta persona? ¿es el Dr. Jekyll o el Mr. Hyde? ¿o ambos?

      Todos estos juicios plantean preguntas sobre la identidad personal del acusado. Pero también pueden plantear —y de hecho lo hacen— preguntas más amplias sobre la identidad. En el caso de Lizzie Borden, la sociedad burguesa estaba en camino a ser juzgada. Lizzie Borden era una mujer, una ciudadana modelo, pero ¿también era culpable de un doble asesinato brutal? Si la respuesta hubiera sido que sí, esto habría tenido consecuencias devastadoras. Hubiera significado que las apariencias externas podían ser fraudes, que el comportamiento honorable podía ser una fina capa, un ‘pueblo de Potemkin’; y que si uno volteaba la roca, todo tipo de alimañas podrían salir arrastrándose.