a dónde va?
– Debió salir para Tenerife; pero no hemos podido echarle la vista encima. Se ha escondido, y locos andamos buscándole. Ese irlandés es muy largo… tan largo de cuerpo como de vista. Échele usted galgos.
– Para esa cacería y otras, don Francisco, le sobran a usted agudeza y olfato. Y espero que podrá dedicar parte de su atención a este asuntillo que le recomiendo. Fíjese, en que es un caso grave de violación de la fe conyugal, en que esos loquinarios atentan a lo más sagrado, la familia, el santo matrimonio…
– ¡Ay, mi don Pepito de mi alma! – exclamó moviendo la cabeza y golpeando los brazos del sillón. – Dónde está ya en España la moral, la familia y todo ese tinglado! Mire para el Cielo a ver si lo divisa por allá, que lo que es aquí, tiempo hace que volaron las virtudes. Llevo cuarenta años en esta faena, y cada día veo menos virtudes. A veces me digo: «Será que esas señoras no andan por los caminos míos». ¡Pero si yo vengo y voy por todos los caminos, hasta por las iglesias! Y de palacios no digamos… En fin, que más vale no hablar.
Decía esto el fiero polizonte desfigurando por un instante su rostro seco y amarillo con una sonrisa que adelgazó más sus delgados labios. Sentado estaba frente a mí en un dorado sillón, estilo Luis XV… mirábale yo con examen casi impertinente; en él veía una figura del pasado siglo, rígida, severa y no falta de elegancia. La chafadura que tiene en la nariz, efecto de la pedrada con que le obsequiaron en su juventud, le da la expresión de mal genio y de carácter torcido, atravesado. Pues luego que echó de su boca los amargos conceptos acerca de la dudosa moral de nuestros días, varió de tono para decirme: «En ese asunto de la señora escapada con un silbante se hará lo que se pueda. Considere que si tuviera yo un millón de agentes, no me bastarían para perseguir los papeles clandestinos, y descubrir quién los escribe, quién los imprime y los reparte. Son una peste las tales hojas secretas. En los años que llevo en este oficio, no he visto desvergüenza mayor… Y, como usted sabe, ya no van las injurias sólo contra el Gabinete: van contra la misma Reina, de la que dicen horrores… ¿Cómo demonios se arreglan para que los papeles lleguen a todas las manos, para que Su Majestad misma se los encuentre en su tocador? Yo no lo sé… Digo, sí lo sé. Es que en Palacio hay manos traidoras, blancas o sucias, que de todo habrá… y el Gobierno no tiene poder para cortarlas o siquiera echarles un cordel… Allí dentro no puede nada Francisco Chico… Yo se lo digo a Sartorius: ‘Señor don Luis, mire que en Palacio hay mar de fondo y peces muy malos…’. Él suspira… Tampoco puede nada».
Dijo esto poniéndose en pie, forma cortés de señalar el término a la visita. Me despidió con esta útil advertencia, que no he de echar en saco roto: «Y ya sabe, don Pepito: en cuanto adquiera usted alguna noticia por referencia, por soplo, por anónimo, véngase al instante acá. No desprecie usted ningún dato, aunque le parezca mentiroso, inverosímil…».
VIII
24 de Febrero. – La tempestad que tenemos encima ha lanzado en Zaragoza chispazos que ponen miedo en los corazones. ¿Qué ha sido? Continuación de la Historia de España, sublevación militar. Malo es que empiecen los soldados con estas bromas, porque serán la Historia o el cuento de nunca acabar. Dice la Gaceta que la intentona fue sofocada al instante, y lo creo, porque en estos duelos puramente españoles entre la fuerza y la ley, el primer golpe suele ser en vago; el segundo ya se verá. Refieren lenguas, no sé si buenas o malas, que el brigadier Hore, impulsor y víctima del movimiento, contaba con más fuerzas de las que efectivamente arrastró a la sedición, y que los compañeros comprometidos le volvieron la espalda en el momento crítico. Es la eterna quiebra y la eterna inmoralidad de estos arriesgados y obscuros negocios, porque a los que desde el borde de la prevaricación se vuelven a la disciplina, les premia el Gobierno con ascensos y honores. En fin, que al pobre Hore le mataron en las calles de Zaragoza… La polaquería se pavonea con su victoria, sin ver el larguísimo rabo que falta por desollar.
Voy creyendo que este Gobierno toma por modelo al de la Sublime Puerta. No ha celebrado su triunfo de Zaragoza con actos de clemencia, sino a la manera turca, decretando nuevas proscripciones, y metiendo en las cárceles a cuantos infelices se han dejado coger. Previa declaración del estado de sitio, la policía echó su red para pescar a los periodistas de oposición, y a los directores de los diarios de más ruido. Cayeron Rancés y López Roberts, de El Diario Español; Galilea, de El Tribuno, y Bustamante, de Las Novedades. Los cuatro fueron inmediatamente empaquetados para Canarias. Eusebio Asquerino, que estaba enfermo, pasó de la cama al Saladero, y a Bermúdez de Castro no le valió la procedencia moderada, ni el haber sido Ministro de Hacienda en el Gabinete Lersundi: al romper el día le sacaron de su casa, y en silla de postas, acompañado de guardias civiles, fue a tomar aires al castillo de Santa Catalina de Cádiz… Más listos otros, supieron imitar la viveza escurridiza del sagaz O’Donnell, dándose buena maña para no estar en sus casas ni en las redacciones cuando se personó en ellas la policía para ofrecerles cortésmente sus respetos. No han sido habidos Fernández de los Ríos, ni Montemar, ni Romero Ortiz, ni Barrantes, de Las Novedades; volaron también Coello, de La Época, y Lorenzana, de El Diario Español. Pero ninguno de los pájaros perseguidos ha dado tanta y tan inútil guerra como Cánovas, contra quien se desplegó todo el ejército policíaco; ¿sabéis por qué?… Porque en sus conferencias del Ateneo sobre los políticos de la casa de Austria retrató el malagueño a nuestros ministriles en las figuradas personas de don Rodrigo Calderón y del Conde-Duque, describiendo tan al vivo y con tan fino matiz de actualidad sus mañas y picardías, que el público lo celebró como una sátira de las picardías y mañas presentes… Desapareció, como he dicho, Cánovas, burlando a los ojeadores y sabuesos. Pero no ha salido de Madrid: en Madrid está; lo sé, y sé también dónde.
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