las tres personas habían desaparecido.
– No gusta que su hija tenga novios.
– Pero estoy seguro de que no me vio hablando con ella. Tendrá sospechas; pero nada más. Si pasara de la sospecha a la certidumbre, María y yo estaríamos perdidos. ¿Viste qué mirada nos echó? ¡Condenado avaro, alma negra hecha de la piel de Satanás!
– Mal suegro tienes.
– Tan malo – dijo Montoria con tristeza, – que no doy por él dos cuartos con cardenillo. Estoy seguro de que esta noche la pone de vuelta y media, y gracias que no acostumbra a maltratarla de obra.
– Y el Sr. Candiola – le pregunté – ¿no tendrá gusto en verla casada con el hijo de D. José de Montoria?
– ¿Estás loco? Sí… ve a hablarle de eso. Además de que ese miserable avariento guarda a su hija como si fuera un saco de onzas y no parece dispuesto a darla a nadie, tiene un resentimiento antiguo y profundo contra mi buen padre porque este libró de sus garras a unos infelices deudores. Te digo que si él llega a descubrir el amor que su hija me tiene, la guardará dentro de un arca de hierro en el sótano donde esconde los pesos duros. Pues no te digo nada, si mi padre lo llega a saber… Me tiemblan las carnes sólo de pensarlo. La pesadilla más atroz que puede turbar mi sueño, es aquella que me representa el instante en que mi señor padre y mi señora madre se enteren de este inmenso amor que tengo por Mariquilla. ¡Un hijo de D. José de Montoria enamorado de la hija del tío Candiola! ¡Qué horrible pensamiento! ¡Un joven que formalmente está destinado a ser obispo… obispo, Gabriel, yo voy a ser obispo, en el sentir de mis padres!
Diciendo esto, Agustín dio un golpe con su cabeza en el sagrado muro en que nos apoyábamos.
– ¿Y piensas seguir amando a Mariquilla?
– No me preguntes eso – me respondió con energía. – ¿La viste? Pues si la viste ¿a qué me dices si seguiré amándola? Su padre y los míos antes me quieren ver muerto que casado con ella. ¡Obispo, Gabriel, quieren que yo sea obispo! Compagina tú el ser obispo y el amar a Mariquilla durante toda la vida terrenal y la eterna: compagina tú esto, y ten lástima de mí.
– Dios abre caminos desconocidos – le dije.
– Es verdad. Yo tengo a veces una confianza sin límites. ¡Quién sabe lo que nos traerá el día de mañana! Dios y la Virgen del Pilar me sacarán adelante.
– ¿Eres devoto de esta imagen?
– Sí. Mi madre pone velas a la que tenemos en casa para que no me hieran en las batallas; y yo la miro, y para mis adentros le digo: – ¡Señora, que esta ofrenda de velas sirva también para recordaros que no puedo dejar de amar a la Candiola!
Estábamos en la nave a que corresponde el ábside de la capilla del Pilar. Hay allí una abertura en el muro, por donde los devotos, bajando dos o tres peldaños, se acercan a besar el pilar que sustenta la venerada imagen. Agustín besó el mármol rojo: beselo yo también y luego salimos de la iglesia para ir a nuestro vivac.
VIII
El día siguiente, 22, fue cuando Palafox dijo al parlamentario de Moncey que venía a proponerle la rendición: No sé rendirme: después de muerto hablaremos de eso. Contestó en seguida a la intimación en un largo y elocuente pliego, que publicó la Gaceta (pues también en Zaragoza había Gaceta); pero según opinión general ni aquel documento ni ninguna de las proclamas que aparecían con la firma del capitán general eran obra de este, sino de la discreta pluma de su maestro y amigo el padre Basilio Boggiero, hombre de mucho entendimiento, a quien se veía con frecuencia en los sitios de peligro rodeado de patriotas y jefes militares.
Excusado es decir que los defensores estaban muy envalentonados con la gloriosa acción del 21. Era preciso para dar desahogo a su ardor, disponer alguna salida. Así se hizo en efecto; pero ocurrió que todos querían tomar parte en ella al mismo tiempo, y fue preciso sortear los cuerpos. Las salidas, dispuestas con prudencia eran convenientes, porque los franceses, extendiendo su línea en derredor de la ciudad, se preparaban para un sitio en regla, y habían comenzado las obras de su primera paralela. Además el recinto de Zaragoza encerraba mucha tropa, lo cual a los ojos del vulgo era una ventaja, pero un gran peligro para los inteligentes, no sólo por el estorbo que esta causaba, sino porque el gran consumo de víveres traería pronto el hambre, ese terrible general que es siempre el vencedor de las plazas bloqueadas. Por esta misma causa del exceso de gente eran oportunas las salidas. Hizo una Renovales el 24 con las tropas del fortín de San José, y cortó un olivar que ocultaba los trabajos del enemigo; por el arrabal salió el 25 D. Juan O’Neille con los voluntarios de Aragón y Huesca, y tuvo la suerte de coger desprevenido al enemigo, matándole bastante gente, y el 31 se hizo la más eficaz de todas por dos puntos distintos y con considerables fuerzas.
Durante el día, en los anteriores, habíamos divisado perfectamente las obras de su primera paralela, establecida como a ciento sesenta toesas de la muralla. Trabajaban con mucha actividad, sin descansar de noche, y notamos que se hacían señales en toda la línea con farolitos de colores. De vez en cuando disparábamos nuestros morteros; pero les causábamos muy poco daño. En cambio si se les antojaba destacar guerrillas para un reconocimiento, eran despachadas por las nuestras en menos que canta un gallo. Llegó la mañana del 31, y a mi batallón le tocó marchar a las órdenes de Renovales, encargado de mortificar al enemigo en su centro, desde Torrero al camino de la Muela, mientras el brigadier Butrón lo hacía por la Bernardona, es decir por la izquierda francesa, saliendo con bastantes fuerzas de infantería y caballería por las puertas de Sancho y del Portillo.
Para distraer la atención de los franceses, el jefe mandó que un batallón se desplegase en guerrillas por las Tenerías llamando hacia allí la atención del enemigo, y entre tanto con algunos cazadores de Olivenza, y parte de los de Valencia, avanzamos por el camino de Madrid, derechos a la línea francesa. Desplegadas guerrillas a un lado y otro del camino, cuando los enemigos se percataron de nuestra presencia, ya estábamos encima, veloces como gamos, y arrollábamos la primera tropa de infantería francesa que nos salió al paso. Tras una torre medio destruida se hicieron fuertes algunos, y dispararon con encarnizamiento y buena puntería. Por un instante permanecimos indecisos, pues flanqueábamos la torre unos veinte hombres, mientras los demás seguían por la carretera, persiguiendo a los fugitivos; pero Renovales se lanzó delante y nos llevó, matando a boca de jarro y a bayonetazos a cuantos defendían la casa. En el momento en que pusimos el pie dentro del patiecillo delantero, advertí que mi fila se clareaba, vi caer exhalando el último gemido a algunos compañeros; miré a mi derecha temiendo no encontrar entre los vivos a mi querido amigo; pero Dios le había conservado. Montoria y yo salimos ilesos.
No podíamos emplear mucho tiempo en comunicarnos la satisfacción que experimentábamos al ver que vivíamos, porque Renovales dio orden de seguir adelante en dirección hacia la línea de atrincheramientos que estaban levantando los franceses; pero abandonamos la carretera y torcimos hacia la derecha con intento de unirnos a los voluntarios de Huesca, que acometían por el camino de la Muela.
Se comprende por lo que llevo referido, que los franceses no esperaban aquella salida y que completamente desprevenidos, sólo tenían allí, además de la escasa fuerza que custodiaba los trabajos, las cuadrillas de ingenieros que abrían las zanjas de la primera paralela. Les embestimos con ímpetu, haciéndoles un fuego horroroso, aprovechando muy bien los minutos antes que llegasen fuerzas temibles; cogíamos prisioneros a los que encontrábamos sin armas; matábamos a los que las tenían; recogíamos los picos y azadas, todo esto con una presteza sin igual, animándonos con palabras ardientes, y exaltados por la idea de que nos estaban viendo desde la ciudad.
En aquel lance todo fue afortunado, porque mientras nosotros destrozábamos tan sin piedad a los trabajadores de la primera paralela, las tropas que por la izquierda habían salido a las órdenes del brigadier Butrón, empeñaban un combate muy feliz contra los destacamentos que tenía el enemigo en la Bernardona. Mientras los voluntarios de Huesca, los granaderos de Palafox y las guardias walonas arrollaban la infantería francesa, aparecieron los escuadrones de caballería de Numancia y Olivenza, cautelosamente salidos por la puerta de Sancho, y que describiendo una gran vuelta, habían venido a ocupar el camino de Alagón