más clemente de lo que acostumbra. Suele dejar que el infeliz sobreviva á la pérdida de su fortuna y contemplar con torvos ojos su desdicha y pobreza, pero á mí me ha libertado de esa miseria. Saluda en mi nombre á tu honrada mujer: cuéntale mi muerte: dile cuánto os quise: sé fiel á mi memoria; y cuando ella haya oido toda la historia, podrá juzgar y sentenciar si fuí ó no buen amigo de Basanio. No me quejo del pago de la deuda: pronto la habré satisfecho toda, si la mano del judío no tiembla.
Antonio, quiero más á mi mujer que á mi vida, pero no te amo á tí menos que á mi mujer y á mi alma y á cuanto existe, y juro que lo daria todo por salvarte.
No te habia de agradecer tu esposa tal juramento, si estuviera aquí.
Ciertamente que adoro á mi esposa. ¡Ojalá que estuviese en el cielo para que intercediera con algun santo que calmase la ira de ese perro!
Gracias que no te oye tu mujer, porque con tales deseos no podria haber paz en vuestra casa.
¡Qué cónyuges! ¡Y son cristianos! Tengo una hija, y preferiria que se casase con ella un hijo de Barrabas antes que un cristiano. Pero estamos perdiendo el tiempo. No os detengais: prosiga la sentencia.
Segun la ley y la decision del tribunal, te pertenece una libra de su carne.
¡Oh juez doctísimo! ¿Has oido la sentencia, Antonio? Prepárate.
Un momento no más. El contrato te otorga una libra de su carne, pero ni una gota de su sangre. Toma la carne que es lo que te pertenece; pero si derramas una gota de su sangre, tus bienes serán confiscados, conforme á la ley de Venecia.
¿Lo has oido, Sylock?
¡Oh juez recto y bueno! ¿Eso dice la ley?
Tú mismo lo verás. Justicia pides, y la tendrás tan cumplida como deseas.
¡Oh juez íntegro y sapientísimo!
Me conformo con la oferta del triplo: poned en libertad al cristiano.
Aquí está el dinero.
¡Deteneos! Tendrá el hebreo completa justicia. Se cumplirá la escritura.
¡Qué juez tan prudente y recto!
Prepárate ya á cortar la carne, pero sin derramar la sangre, y ha de ser una libra, ni más ni menos. Si tomas más, aunque sea la vigésima parte de un adarme, ó inclinas, por poco que sea, la balanza, perderás la vida y la hacienda.
¡Es un Daniel, es un Daniel! Al fin te hemos cogido.
¿Qué esperas? Cúmplase la escritura.
Me iré si me dais el dinero.
Aquí está.
Cuando estabas en el tribunal, no quisiste aceptarlo. Ahora tiene que cumplirse la escritura.
¡Es otro Daniel, otro Daniel! Frase tuya felicísima, Sylock.
¿No me dareis ni el capital?
Te daremos lo que te otorga el contrato. Cóbralo, si te atreves, judío.
¡Pues que se quede con todo, y el diablo le lleve! Adios.
Espera, judío. Áun así te alcanzan las leyes. Si algun extraño atenta por medios directos ó indirectos contra la vida de un súbdito veneciano, éste tiene derecho á la mitad de los bienes del reo, y el Estado á la otra media. El Dux decidirá de su vida. Es así que tú directa é indirectamente has atentado contra la existencia de Antonio; luego la ley te coge de medio á medio. Póstrate á las plantas del Dux, y pídele perdon.
Y suplícale que te conceda la merced de que te ahorques por tu mano; aunque estando confiscados tus bienes, no te habrá quedado con que comprar una cuerda, y tendrá que ahorcarte el pueblo á su costa.
Te concedo la vida, Sylock, áun antes que me la pidas, para que veas cuánto nos diferenciamos de tí. En cuanto á tu hacienda, la mitad pertenece á Antonio y la otra mitad al Estado, pero quizá puedas condonarla mediante el pago de una multa.
La parte del Estado, no la de Antonio.
¿Y para qué quiero la vida? ¿cómo he de vivir? Me dejais la casa, quitándome los puntales que la sostienen.
¿Qué puedes hacer por él, Antonio?
Regálale una soga, y basta.
Si el Dux y el tribunal le dispensan del pago de la mitad de su fortuna al Erario, yo le perdono la otra media, con dos condiciones; la primera, que abjure sus errores y se haga cristiano; la segunda, que por una escritura firmada en esta misma audiencia instituya herederos de todo á su hija y á su yerno Lorenzo.
Juro que así lo hará, ó, si no, revocaré el poder que le he concedido.
¿Aceptas, judío? ¿Estás satisfecho?
Estoy satisfecho y acepto.
Hágase, pues, la donacion en forma.
Yo me voy, si me lo permitis, porque estoy enfermo. Enviadme el acta, y yo la firmaré.
Véte, pero lo harás.
Tendrás dos padrinos, cuando te bautices. Si yo fuera juez, habias de tener diez más, para que te llevasen á la horca y no al bautismo.
(Se va Sylock.)
(Á Pórcia.) Os convido con mi mesa.
Perdone V. A., pero hoy mismo tengo que ir á Pádua, y no me es lícito detenerme.
¡Lástima que os detengais tan poco tiempo! Antonio, haz algun obsequio al forastero que, á mi entender, algo merece.
(Vase el Dux, y con él los Senadores.)
Digno y noble caballero, gracias á vuestra agudeza y buen entendimiento, nos vemos hoy libres mi amigo y yo de una calamidad gravísima. En pago de tal servicio, os ofrecemos los 3,000 ducados que debíamos al judío.
Y será eterno nuestro agradecimiento en obras y en palabras.
Bastante paga es para mí el haberos salvado. Nunca fué el interes norte de mis acciones. Si alguna vez nos encontramos, reconocedme: no os pido más. Adios.
Yo no puedo menos de insistir, hidalgo. Admitid un presente, un recuerdo, no como paga. No rechaceis nuestras ofertas. Perdon.
Necesario es que ceda. (Á Antonio.) Llevaré por memoria vuestros guantes. (Á Basanio.) Y en prenda de cariño vuestra sortija. No aparteis la mano: es un favor que no podeis negarme.
¡Pero si esa sortija nada vale! Vergüenza tendria de dárosla.
Por lo mismo la quiero, y nada más aceptaré. Tengo capricho de poseerla.
Vale mucho más de lo que ha costado. Os daré otra sortija, la de más precio que haya en Venecia. Echaré público pregon para encontrarla. Pero ésta no puede ser… perdonadme.
Sois largo en las promesas, caballero. Primero me