Patrick Riviere

El libro de las religiones monoteístas


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días hizo Yahvé los cielos y la tierra, y el mar y cuanto en ellos se contiene, y el séptimo día descansó; por eso Yahvé bendijo el día del sabbat y lo consagró.

      «Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas largos años en la tierra que Yahvé, tu Dios, te da.

      «No matarás.

      «No cometerás adulterio.

      «No robarás.

      «No levantarás falso testimonio contra tu prójimo.

      «No desearás la casa de tu prójimo, ni la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su buey, ni su asno: nada de cuanto le pertenece».

(Éxodo 20, 2-17)

      La Alianza divina quedaba así sellada con el retorno de la Shekhina o presencia de Dios en la tierra: «En el principio, la Shekhina estaba en efecto sobre la tierra. Cuando Adán pecó, se elevó hasta el firmamento próximo. Cuando Caín pecó, ascendió hasta un segundo firmamento. Cuando llegó el turno de la generación de Enoch [que cayó en la idolatría], ascendió al tercero. Cuando la generación del Diluvio pecó, se elevó hasta el cuarto. Cuando llegó la generación de la dispersión entre los pueblos [la que había intentado levantar la torre de Babel], se elevó hasta el quinto firmamento. Cuando pecaron los hombres de Sodoma, subió al sexto. La maldad de los egipcios en tiempos de Abraham hizo que la Shekhina se retirara al séptimo cielo, el más alejado.

      «Los justos produjeron un efecto opuesto al anterior: Abraham llevó la Shekhina al sexto firmamento; Isaac, al quinto; Jacob hizo que descendiera al cuarto; Levi, al tercero; Kehath, al segundo, y Amram, al primer firmamento. Moisés la devolvió de los cielos a la tierra» (Génesis Rabbah 19, 7).

      Los diez mandamientos grabados con el dedo de Yahvé en las tablas de piedra esculpidas por Moisés, la Ley divina, habían sido levantados por el pueblo hebreo. A continuación siguieron las prescripciones relativas al culto propiamente dicho: el tabernáculo y su mobiliario, el arca de la alianza, la mesa de los panes de oblación, el candelabro de siete brazos, las telas, el velo del santuario, etc. (Éxodo 25 y 28).

      En el decálogo se hace alusión a los «seis días de la Creación», lo que nos lleva a considerar el Génesis, uno de los cinco libros que constituyen el Pentateuco en la Biblia, esto es, la Torá (Ley) hebraica escrita.

      El Génesis (Bereshit)

      En este primer libro del Pentateuco se encuentran los orígenes del universo y de la humanidad. Asistimos así a dos relatos de la Creación.

      En el primero se ve a Dios (Elohim) crear sucesivamente en seis días: el Cielo y la Tierra, el reino vegetal, el día y la noche, los animales acuáticos y terrestres, y luego al hombre y la mujer, a su imagen divina, exhortándolos a crecer y multiplicar su especie dominando los reinos anteriormente creados. El séptimo día fue un día de descanso bendecido y santificado por Dios.

      En el segundo relato, después de crear el Cielo y la Tierra y, luego, un mar brotando de esta, haciéndola fértil, Yahvé modeló al primer hombre, a partir del barro del suelo (adâma) – de ahí su futuro nombre, Adán–, y le insufló la vida por los orificios nasales, dando lugar así a la humanidad, que debía sucederle. Yahvé creó luego el paraíso (Edén), como un magnífico oasis oriental, y plantó en él el Árbol de la Vida, que representaba la inmortalidad; Adán tenía como misión cultivar y cuidar este magnífico jardín. Dirigiéndose a él, Yahvé le hizo este mandamiento: «De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del Árbol de la Ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente, morirías» (Génesis 2, 16-17).

      Más tarde, con el fin de que el hombre no estuviera solo, Yahvé creó a todas las especies animales, que Adán debía nombrar. Y le concedió a este una compañera, la futura Eva, que extrajo de una de sus costillas, «carne de su carne» (en hebreo, al hombre se le llama îsh, y a la mujer, Ishsha).

      La serpiente, el animal más astuto que creó Yahvé, intentó seducir a la mujer, despertando en ella el deseo de probar el fruto prohibido del Árbol del Conocimiento del bien y del mal, y se justificó diciendo que Yahvé había mentido y que si el hombre y la mujer comían de él, sus ojos se abrirían y se volverían semejantes a los dioses, que distinguen el bien y el mal. Eso es lo que hizo la mujer, dando también de comer al hombre. Ambos, al cometer así el «pecado original», supieron que iban desnudos e intentaron ocultarse de la vista de Yahvé, pero este se dio cuenta de su desobediencia; ese fue el principio de su «caída». Para castigarlos, Yahvé los expulsó del paraíso, condenándolos a una muerte terrenal, al sufrimiento físico y a la dura tarea diaria de ganarse la vida. Luego colocó delante del Edén a unos querubines (ángeles) y la llama de la fulgurante espada para guardar el camino que llevaba al Árbol de la Vida (Génesis 3).

      Adán y Eva engendraron a Caín, y luego a Abel. Más tarde, el primero se dedicó a cultivar la tierra, mientras que el segundo se hizo pastor. Las ofrendas vegetales de Caín fueron rechazadas por Yahvé, mientras que el holocausto del primer cordero nacido del rebaño de Abel fue agradecido por la divinidad. Caín, celoso, mató a su hermano. Yahvé lo maldijo y lo condenó a errar, pero aun así le aseguró una descendencia.

      Adán y Eva tuvieron otro hijo, Set, que reemplazó al difunto Abel. Set tuvo una larga descendencia que invocó a Yahvé, hasta llegar a Noé, que engendró a Sem, Cam y Jafet. Sin embargo, «los hijos de Dios conocieron a las hijas de los hombres», y, a causa de los malos propósitos de estos, Yahvé decidió borrar su Creación, con excepción del patriarca Noé, que fue el único que halló la gracia a sus ojos.

      Yahvé encargó a Noé la misión de construir un arca, que salvaría a su familia y a todas las especies animales del Diluvio que había destinado a la Tierra. Las aguas inundaron la Tierra, pero luego se retiraron y la inundación tuvo su fin en la decrecida. Entonces, Dios bendijo a Noé y a sus hijos, y les dijo: «Procread y multiplicaos, y llenad la tierra» (Génesis 9, 1), y concluyó así la primera alianza con la humanidad, simbolizada por un arco iris a modo de testimonio. Sem, Cam y Jafet tuvieron una larga descendencia que pobló la tierra, hasta la llegada de Abraham, y, más tarde, de Moisés.

      El Éxodo (Shemot)

      El segundo libro del Pentateuco (la Torá) narra la historia de Moisés, la salida de Egipto y la Alianza que Yahvé hizo con él y los hebreos, al entregarle el decálogo, como hemos visto anteriormente.

      El Levítico (Vayikra)

      El tercer libro, como su nombre indica, concierne a las prescripciones litúrgicas que se dedican a los levitas (de la tribu de Levi), casta de sacerdotes en el judaísmo. Los objetos litúrgicos más importantes son citados en este libro, como las teraphim (imágenes sagradas) y los ephodes (hábitos para cubrir las imágenes). Los rituales de los sacrificios incluyen holocaustos de ganado ovino y bovino y las oblaciones de panes ácimos (sin levadura). Los sacrificios de comunión y para el perdón de los pecados aparecen luego.

      Además, la investidura de los sacerdotes levitas, después de Aarón, es llevada a cabo por Moisés según las prescripciones divinas que le fueron dictadas por Yahvé. Lo mismo ocurre con las reglas relativas a la pureza y la impureza de tipo sexual o referentes a determinadas enfermedades, a los animales, etc. Luego siguen prescripciones de tipo moral y cultual, que preceden a las fiestas anuales, de las que hablaremos más adelante, como la Pascua y los Ácimos, la fiesta de las Semanas, el día de las Expiaciones o la fiesta de los Tabernáculos.

      Los Números (Be-Midbar)

      En este cuarto libro, según la exhortación de Yahvé, Moisés procede al recuento de toda la comunidad de Israel, compuesta por doce tribus. Los levitas obtienen un estatus particular de sacerdotes a disposición de Aarón y de la «Morada (Tabernáculo) del Testimonio», futuro templo de Israel, que acoge el «Arca de la Alianza», que contiene las Tablas de la Ley. Luego viene la enumeración de leyes de tradición sacerdotal relativas a la pureza, las ofrendas de los jefes y la consagración de los levitas. El texto evoca a continuación la celebración de la Pascua en el desierto del Sinaí y el inicio del viaje de los hebreos hacia la Tierra