Patrick Riviere

El libro de las religiones monoteístas


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Los ciento veinte miembros de la Gran Asamblea (Knesseth Haguedola), convertida en sanedrín después de la conquista de Alejandro, consideran que la Biblia hebraica está formada por veinticuatro libros.

      Un judaísmo helenístico toma cuerpo en los escritos del filósofo Filón de Alejandría (siglo I d. de C.), que intenta acercar y armonizar la Biblia y las enseñanzas platónicas. No obstante, para los fariseos, la Torá (la Ley) sigue siendo el valor supremo, y los judíos tienen que servirla en la acción, aun cuando la Biblia puede prestarse a múltiples interpretaciones, en ocasiones divergentes. Tanto, que existe en realidad una «doble Torá» revelada: la Torá escrita (Tôrah shebikhtab), que constituye el texto bíblico, y la Torá oral (Tôrah she be’al peh), conjunto de tradiciones transmitidas de generación en generación desde Moisés y que explicitan la Torá escrita. Por tanto, se imponía una gran disciplina y una codificación moral escrita de las normas de vida que convenía agregar a los libros santos.

      EL TALMUD

      Así pues, se hizo necesario hacer frente a las dificultades evocadas, a las que se sumaban las de una transmisión oral unificada de las reglas, a causa de la dispersión de las poblaciones judías, o de las persecuciones. El patriarca Judá el Santo decidió así codificar lo que había sido enseñado en Palestina. Así fue como surgió la Mischná (principios del siglo III d. de C.), que se prosiguió hasta el siglo V en Tiberíades y también en Sura y Pumbedita, dos grandes academias babilonias situadas bajo la autoridad de «gaonim» (dirigentes). Los comentarios de la Mischná constituyeron la Guemará. Había nacido el Talmud.

      Se trata de una obra impresionante de unos veinte volúmenes, que constituyen el código legislativo, moral y religioso en el que se apoyan fielmente la mayoría de los judíos practicantes.

      Hay opiniones muy distintas y libres al respecto, con muchas digresiones, hasta el punto de que se ha podido hablar de «mar del Talmud». Tanto es así, que el propio Talmud afirma que «la Torá posee setenta caras». Además, existen dos versiones del Talmud: la de Jerusalén y la de Babilonia.

      La Mischná se presenta más como una obra legalista (halakhah) que como una obra teológica (haggadah). Finalizada a principios del siglo III y redactada por maestros (los tannaim), contiene un mínimo de sesenta y tres tratados que incluyen seis secciones (sedarim): Semillas (Zeaim), Festividades (Moed), Mujeres (Nashim), Daños (Nezikim), Objetos sagrados (Kdoshim) y Pureza (Teharot). Además, se añade a la Mischná un suplemento de nombre Tosefta, acabado hacia el año 400 d. de C., que incluye otras tradiciones y reglas (beraitot). Todo aparece sembrado con abundantes comentarios que constituyen la Guemará. Los mandamientos de la Torá son 613 (365 prohibiciones y 248 preceptos) que el Talmud ha dividido en dos categorías: los deberes para con Dios y las obligaciones para con el prójimo.

      La redacción por parte de esos maestros (los amoraim) del Talmud de Jerusalén acabó a principios del siglo V, mientras que la del Talmud de Babilonia es más reciente (siglo V-finales del VI d. de C.). Esta última versión es tres veces más voluminosa y menos tosca que la anterior. Se insiste aquí en la cuestión de la santificación y de la salvación, haciendo alusión a la redención de Israel por un «Mesías» dotado, por definición, de una gran sabiduría.

      El corpus legalista del Talmud constituye tan sólo una parte de la literatura rabínica; la otra está constituida por Midrashim (de midrash: «exégesis») alegóricas en forma de parábolas, de tipo teológico o legalista. Estas últimas hacen referencia al Éxodo, al Levítico, a los Números y al Deuteronomio. Las Midrashim de tipo teológico (haggadah) constituyen numerosas colecciones de comentarios de épocas diversas y a veces recientes, hasta el siglo XIII de nuestra era. Los más importantes son: el Gran Midrash (Midrash Rabbah), que contiene el comentario del Génesis (Bereshit Rabbah), la literatura litúrgica (Pesikta de Rav Kahana), el Midrash Tanhuma, que emana de un rabino palestino del siglo IV, etc. Los exegetas fueron muy abundantes, como los célebres rabinos Ibn Ezra y Rashi.

      Así, gracias a la importante literatura talmúdica, que cubre casi un milenio de historia religiosa y que, en realidad, se adapta a las transformaciones de la civilización, el judaísmo pudo mantener una notable unidad, a pesar de algunas disensiones internas inevitables y, sobre todo, a pesar de la amplitud de la diáspora por el mundo. La codificación de las leyes talmúdicas (Sulhan Arukh) de Joseph Caro (en 1965), universalmente adoptada, marcó la unidad religiosa judía.

      EL MISTICISMO JUDAICO: LA CÁBALA,

      EL HASIDISMO DE POLONIA

      Como hemos visto más arriba, ya la visión del profeta Ezequiel llevó al planteamiento de una «mística del trono divino», o merkabah, contemplada como recompensa última para quien haya recorrido con éxito el periplo iniciático a través de los siete palacios (hekhalot) poblados de seres celestiales. Entre estos, el ángel Metatron, asimilado a Enoch (Génesis 5, 18-24), reviste un papel esencial, y las etapas del «viaje místico» son asimiladas a un éxtasis.

      Dejemos a un lado la cuestión de los esenios, que citaremos más tarde a propósito del cristianismo. Por el momento, destaquemos simplemente que esta comunidad mística se había establecido en el desierto de Judea, en el siglo II antes de nuestra era, y que se mantuvo allí hasta su destrucción por el ejército romano, probablemente el año 68 d. de C., poco antes de la caída de Jerusalén.

      La cábala

      La tradición rabínica y mística había estudiado ya los trece atributos divinos. La cábala (kabbalah: «tradición»), por su parte, incluye un conjunto de doctrinas de carácter esotérico, fruto de especulaciones sobre el sentido oculto de los textos sagrados y el simbolismo de los números que se le vinculan, pero también sobre visiones extáticas de connotación profundamente mística. El Sefer Yetzirá o Libro de la Creación constituye su primera enseñanza escrita y data aproximadamente del siglo III d. de C. En él se presenta un esquema cosmológico: diez sephiroth o diez cualidades o diez modalidades son dispuestas según tres columnas (que constituyen el «árbol cabalístico»), tres por tres (más una); las veintidós vías que las reúnen corresponden a las veintidós letras del alfabeto hebreo. La Creación, por tanto, se produce por medio de estos treinta y dos elementos primordiales inundados por la Luz divina, asimilables a las destacadas «treinta y dos vías de la Sabiduría».[4] Además, hay que considerar cuatro «mundos»: atsilut, beriyá, yetsirá y asiyá.

      Es en la Edad Media, en Provenza, donde surge el Sefer ha-Bahir o Libro de la Claridad, en el que los sephiroth revisten el aspecto de modalidades o atributos divinos. El primer místico judío provenzal que conoció y practicó el Sefer ha-Bahir fue Isaac el Ciego (1160-1235), hijo del rabino Abraham ben David de Posquières (1120-1198). A partir de ahí, la cábala se propagó por Cataluña con los rabinos Ezra ben Solomon, Azriel y el famoso Moisés ben Nahman (1195-1279); luego, por Castilla, con los hermanos Jacob e Isaac Cohen. Fue en este momento cuando los cabalistas elaboraron sus sistemas de permutación y combinación de letras del alfabeto hebreo, así como su numeración de vocación mística: guematria, temurá y notarikon.

      En el terreno de la cábala extática, en el siglo XIII, el gran místico judío Abraham ben Samuel Abulafia se planteó el devekut o unión mística con Dios. En esa misma época aparece otra obra clave de la cábala: el Sefer ha-Zohar o Libro del Esplendor, atribuido a Simeón bar Yohai y en realidad compilado por el castellano Moisés de León (1240-1305). Su contenido sigue siendo complejo y parece derivar de principios neoplatónicos, al igual que los sistemas de gematria, temurá y notarikon se asemejan a las técnicas helenistas (al poseer las letras griegas sus correspondencias numéricas). Isaac Luria proporcionará al Renacimiento una síntesis apreciable de la cábala.

      El movimiento hasídico particular de Polonia

      Fue en Polonia donde, en el siglo XVIII, el hasidismo, procedente de Alemania, realizó una de las más ricas síntesis del misticismo judío.