de ojos, a todo alrededor. Y cuando los animales avanzaban, las ruedas avanzaban cerca de ellos, y cuando los animales se erguían del suelo, las ruedas se elevaban con ellos. Allí donde iba el espíritu, las ruedas iban también, y se levantaban también, porque el espíritu del animal estaba en las ruedas. Cuando ellos avanzaban, ellas también lo hacían, y cuando se detenían, ellas también, y cuando se elevaban del suelo, las ruedas se elevaban también, porque el espíritu del animal estaba en ellas. Y lo que estaba en las cabezas del animal parecía una bóveda brillante como el cristal, tendida por encima de sus cabezas, y bajo la bóveda había dos alas, extendidas una hacia la otra; cada animal tenía dos, que le cubrían el cuerpo.
Y entonces oí el ruido de las alas como un ruido de río caudaloso, como la voz de Shaddaï, cuando caminaban, como estruendo de tormenta, como ruido de campamento; cuando se detenían, plegaban sus alas, y se producía un ruido.
La voz me dijo: «Hijo del hombre, ponte en pie, voy a hablarte». El espíritu entró en mí como me había dicho y me hizo tener en pie, y escuché a alguien que me hablaba. Me dijo: «Hijo del hombre, te envío hacia los hijos de Israel, hacia el pueblo rebelde que se ha levantado contra mí; ellos y sus padres se han levantado contra mí hasta hoy. Los hijos son de cabeza dura y corazón insensible; a ellos te envío para que les digas: “Así habla el Señor, Yahvé”. Acaso te escuchen, o tal vez no, porque son gente rebelde, pero sabrán que hay un profeta entre ellos. Tú, hijo del hombre, no les temas, no tengas miedo de lo que dicen: “Te envolverán las zarzas y estarás sentado entre escorpiones”. No temas sus palabras, no temas sus miradas, porque son gente rebelde. Les transmitirás mis palabras; acaso las escuchen, o tal vez no, porque son gente rebelde. Y tú, hijo del hombre, escucha lo que voy a decirte, no seas rebelde como esa gente. Abre la boca y come lo que te voy a dar».
Yo miraba; había una mano tendida hacia mí, sosteniendo un rollo. A continuación, lo desenrolló ante mí: estaba escrito por delante y por detrás; decía: «Lamentaciones, gemidos y quejas». Me dijo: «Hijo de hombre, aliméntate y sáciate con este rollo que te ofrezco». Me lo comí, y lo noté en mi boca con un sabor dulce como la miel.
Entonces me dijo: «Hijo del hombre, dirígete a la casa de Israel y llévales mis palabras. No eres enviado ante pueblos numerosos, de oscura habla y lengua bárbara, sino a la casa de Israel. No es de pueblos numerosos, de oscura habla y lengua bárbara, de quienes no escucharás palabras – si te enviara a ellos, te escucharían–, sino de la casa de Israel, que no quiere escucharte porque no quiere escucharme. Toda la casa de Israel presenta una frente dura y un corazón insensible. Pero yo te doy un rostro tan duro como el de ellos, tan duro como el diamante y el pedernal. No les temas, no muestres miedo ante ellos, porque no son más que gente rebelde».
Luego me dijo: «Hijo del hombre, guarda todas las palabras que voy a decirte en tu corazón, escúchalas con atención y vete hacia los exiliados, hacia tus compatriotas, para hablarles. Les dirás: “Así habla el Señor, Yahvé”, acaso te escuchen, o tal vez no».
Entonces me arrebató el espíritu, y oí tras de mí un estruendo de fuerte tumulto: «Bendita sea la gloria de Yahvé, en su morada». Era el ruido que hacían las alas de los animales cuando se daban una contra otra, y el ruido de las ruedas cerca de ellos, así como el ruido de un gran tumulto. Y el espíritu me arrebató y me elevó, y yo me fui, medio amargado y medio malhumorado mi corazón, y la mano de Yahvé pesaba fuertemente sobre mí. Llegué a los deportados de Tel-Abib, que habitaban la ribera del río Kebar, y estuve allí con ellos siete días, como atónito.
Por encima de la bóveda que estaba sobre sus cabezas, había algo así como una piedra de zafiro, en forma de trono, y sobre esa forma de trono, por encima, muy arriba, había un ser con apariencia humana. Entonces vi que había un brillo bermejo, y cerca había algo así como un fuego, alrededor, que surgía de lo que parecía ser su cintura, y por encima; y desde lo que parecía ser su cintura, y por abajo, vi algo así como un fuego, y un resplandor alrededor, parecido al arco que aparece entre las nubes, los días de lluvia, así era el resplandor, alrededor. Era algo que parecía la gloria de Yahvé. Yo miré y puse mi rostro hacia el suelo, cuando escuché una voz que hablaba.
Libro segundo de los Reyes
• La ascensión de Elías, que tiene a Eliseo como sucesor
Aconteció que, cuando quiso Yahvé arrebatar al cielo a Elías en un torbellino, salió Elías de Gálgata con Eliseo, y dijo a Eliseo: «Quédate aquí, te ruego, pues Yahvé me manda ir a Bétel». Pero Eliseo respondió: «Tan cierto como que vive Yahvé y vives tú, que no te dejaré». Bajaron ambos a Bétel. Los hermanos profetas que había en Bétel salieron al encuentro de Eliseo y le dijeron: «¿Sabes tú que Yahvé alzará hoy a tu señor sobre tu cabeza?». Él respondió: «Sí, lo sé; callad». Elías le dijo: «Eliseo, quédate aquí, te lo ruego, pues Yahvé me manda ir a Jericó». Él respondió: «Tan cierto como que vive Yahvé y vives tú, que no te dejaré». Y llegaron a Jericó. Los hermanos profetas que residen en Jericó se acercaron a Eliseo y le dijeron: «¿Sabes tú que Yahvé alzará hoy a tu señor sobre tu cabeza?». Dijo: «Ya lo sé; ¡silencio!». Elías dijo: «Quédate aquí, te lo ruego, pues Yahvé me manda ir al Jordán», pero él respondió: «Tan cierto como que vive Yahvé y vives tú, que no te dejaré», y se fueron los dos.
Cincuenta hermanos profetas acudieron y se detuvieron a distancia, de lejos, mientras que los dos se acercaban a la orilla del Jordán. Entonces, Elías tomó su manto, lo enrolló y tocó las aguas, que se partieron en dos, y ambos atravesaron sin mojarse. Cuando hubieron pasado, Elías dijo a Eliseo: «Dime, ¿qué puedo hacer por ti antes de ser alzado hoy y separado de ti?», y Eliseo respondió: «¡Que me llegue una doble parte de tu espíritu!», a lo que Elías dijo: «Me pides algo muy difícil: si me ves cuando sea elevadoy alejadodeti,ocurrirá;sino,noocurrirá».Heaquíquemientrascaminaban conversando, un carro de fuego con caballos de fuego se interpuso entre ambos, y Elías subió al cielo en un torbellino. Eliseo lo vio y gritó: «¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡Carro de Israel y auriga suyo!». Luego ya no vio nada y, cogiéndose la túnica, la rompió en dos. Recogió el manto de Elías, que se le había caído, y volvió a la orilla del Jordán…».
EL CRISTIANISMO
Es en Palestina, en la provincia romana de Judea, y en el contexto religioso del judaísmo, donde nace el cristianismo, estableciendo con el nacimiento de su profeta, Jesús de Nazaret, el inicio histórico de la era cristiana sobre la que se calcará de manera casi general el calendario del mundo occidental. Y esto, aunque sigue habiendo una franja dudosa entre los años 7 y 4 a. de C. acerca del nacimiento efectivo de Jesús, hijo de José y de María, en Belén, según las Escrituras.
La Iglesia cristiana nacerá, en realidad, hacia el año 30, después de la desaparición de Jesús, por impulso de los apóstoles (sus discípulos y testigos directos) y, sobre todo, luego, de Pablo (Saulo), después de la revelación y la iluminación que experimentó en el camino de Damasco. Tras proclamar la muerte, la Resurrección y la Ascensión de Jesús, Cristo (Christos, en griego: «Ungido por el Señor»), los apóstoles, en Pentecostés, recibirían el Espíritu Santo (o Paráclito), que les guiaría en la elaboración de lo que llegaría a ser el cristianismo, divulgando desde ese momento entre los judíos y los «gentiles» (los no judíos) la Buena Nueva del Evangelio.
LOS TEXTOS CRISTIANOS,
DEL ANTIGUO AL NUEVO TESTAMENTO
La canonicidad de los textos cristianos necesitará casi cuatro siglos para constituirse. Tras excluir un determinado número de escritos como apócrifos, el canon del cristianismo descansaría en veintisiete textos llamados «del Nuevo Testamento», en oposición a la Tanakh judaica o Antiguo Testamento.
En primer lugar, aparecen los tres Evangelios sinópticos – porque se parecen en el fondo y en la forma– de los apóstoles Marcos, Mateo y Lucas, a los que se suma elEvangeliodeJuan.EldeMarcosparecehabersidoredactadohaciaelaño70 d. de C.; los otros tres se extienden hasta finales del siglo I. El de Juan, que se expresa