Patrick Riviere

El libro de las religiones monoteístas


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del mar. San Marcos escribe: «Él proclamaba en estos términos la Buena Nueva de Dios: “Se ha cumplido ya el tiempo, y el reino de Dios está cerca; haced penitencia y creed en la Buena Nueva”» (Marcos 1, 15). La esperanza del Evangelio (euaggelion, en griego) que proclamaba la llegada inminente del «Reino de Dios» respondía a la escatológica de los profetas de la tradición bíblica del Antiguo Testamento.

      Jesús recluta a sus primeros discípulos entre los pescadores: Simón, su hermano Andrés, Santiago y su hermano Juan.

      Inicia su predicación en la sinagoga de Cafarnaum y realiza un exorcismo, curando a un hombre que estaba poseído por un espíritu impuro (Mateo 1, 23-28). Seguirán otras curaciones milagrosas, de las que el Nuevo Testamento será testimonio con frecuencia: la suegra de Pedro (Mateo 8, 14; Marcos 1, 29-31; Lucas 4, 38); el hijo de un funcionario real en Caná (Juan 4, 43-54); un leproso (Mateo 8, 2-4; Marcos 1, 40-45; Lucas 5, 12-16); el paralítico de Cafarnaum (Mateo 9, 1-8; Marcos 2, 1-12; Lucas 5, 17-26); el hombre de la mano consumida (el día del sabbat) (Mateo 12, 9-13; Marcos 3, 1-5; Lucas 6, 6-10); la hemorroísa (Mateo 9, 20-22; Marcos 5, 24-34; Lucas 8, 43-48); dos ciegos (Mateo 9, 27-31); el paralítico de la piscina (el día del sabbat) (Juan 5, 1-18); un sordo tartamudo (Marcos 7, 31-37); el ciego de Betsaida (Marcos 8, 22-26); el ciego de nacimiento (el día del sabbat) (Juan 9, 1-40); un hidrópico (el día del sabbat) (Lucas 14, 1-6); diez leprosos (Lucas 17, 11-19); un ciego en Jericó (Mateo 20, 29-34; Marcos 10, 46-52; Lucas 18, 35-43); la oreja del criado del príncipe de los sacerdotes (Lucas 22, 50), a los que se suman las curaciones múltiples: en Galilea, enfermos y poseídos (Mateo 4, 23 s.; 8, 16 s.; 12, 15; Marcos 1, 32-34. 39; 3, 10; Lucas 4, 40 s.; 6, 18 s.); las buenas acciones del Mesías (Mateo 11, 2-6; Lucas 7, 18-23); todo tipo de enfermos (Mateo 14, 14; 15, 30 s.; 19, 2; Lucas 14, 35 s.; Marcos 6, 55 s.); a la entrada del Templo de Jerusalén (Mateo 21, 14), así como la liberación de los poseídos: un ciego y mudo (Mateo 12, 22; Lucas 11, 14); el endemoniado de Gerasa (Mateo 8, 28-34; Marcos 5, 1-20; Lucas 8, 36-39); un mudo (Mateo 9, 32-34); la hija de la cananea (Mateo 15, 21-28; Marcos 7, 24-30); un epiléptico (Mateo 17, 14-21; Marcos 9, 14-29; Lucas 9, 37-43); la mujer encorvada (el día del sabbat) (Lucas 13, 10-17).

      Es con el Espíritu de Dios como expulsa los demonios (Mateo 12, 23-28; Marcos 3, 22-26; Lucas 11, 15-20). Por otra parte, Jesús, «habiendo convocado a sus doce discípulos, les dio potestad para expulsar los espíritus inmundos y curar todo tipo de dolencias y enfermedades. Los nombres de los doce apóstoles [literalmente, «enviados»] son estos. El primero, Simón, por sobrenombre Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano, Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo. Simón, el cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo vendió» (Mateo 10, 1-4). Para la lista de apóstoles, consúltese también Marcos 3, 16-19 y Lucas 6, 13-16.

      Jesús, después de abandonar Cafarnaum, recorrió Galilea en busca de todo tipo de judíos, «predicando en sus sinagogas y expulsando a los demonios» (Marcos 1, 39). El Maestro (Rabí) enseñaba también al aire libre; se refería a los profetas y a la historia bíblica en general, bajo la forma alegórica de numerosas parábolas: «Acercándose después sus discípulos, le preguntaban: “¿Por qué les hablas con parábolas?”. A lo cual respondió: “Porque a vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, mas a ellos no se les ha dado. (…) Por eso les hablo con parábolas: porque ellos, viendo, no miran, y oyendo, no escuchan, ni entienden. De manera que viene a cumplirse en ellos la profecía de Isaías, que dice:

      Oiréis con vuestros oídos, y no entenderéis,

      y por más que miréis con vuestros ojos, no veréis.

      Porque ha endurecido este pueblo su corazón,

      y ha cerrado sus oídos, y tapado sus ojos,

      a fin de no ver con ellos,

      ni oír con los oídos,

      ni comprender con el corazón,

      por miedo de que, convirtiéndose,

      yo le dé la salud.

      Dichosos vuestros ojos, porque ven, y dichosos vuestros oídos, porque oyen. Pues en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros veis y no vieron, y oír lo que oís, y no oyeron» (Mateo 13, 10-17).

      Además, la parábola de la «sal de la tierra» concierne a los propios apóstoles, al establecer su futura misión de evangelización: «Vosotros sois la sal de la tierra. Y si la sal se hace insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Para nada sirve ya, sino para ser arrojada y pisada por las gentes. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede encubrir una ciudad edificada sobre un monte; ni se enciende la lámpara para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mateo 5, 13-16).

      Jesús había pronunciado antes su «sermón de la montaña», que hablaba de las «ocho bienaventuranzas», prodigadas a quienes creen en Dios, en él y en la «Buena Nueva» del Evangelio:

      «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

      Bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán la tierra.

      Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

      Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados por Dios.

      Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

      Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

      Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados “hijos de Dios”.

      Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

      Bienaventurados seréis cuando por mi causa os maldijeren, os persiguieren y dijeren toda suerte de calumnias contra vosotros. Alegraos y regocijaos, porque será grande vuestra recompensa en los cielos, pues del mismo modo persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros» (Mateo 5, 1-12; Lucas 6, 20-23).

      Jesús insiste aquí en las virtudes de la simplicidad, la dulzura, la pureza, la misericordia, la humildad, la justicia y la paz, que deben manifestarse en todo aquel que cree en él.

      El candor que radica en una disposición de espíritu así se halla evocada a propósito de la actitud que adopta para con los niños a fin de ilustrar el camino que debe seguirse: «Le presentaron a unos niños para que los tocase, pero los discípulos los reprendían. Viéndolo Jesús, se enojó y les dijo: “Dejad que los niños vengan a mí y no los estorbéis, porque de los que se asemejan a ellos es el reino de Dios. En verdad os digo: quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Y, abrazándolos, los bendijo imponiéndoles las manos» (Marcos 10, 13-16).

      La caridad y la humildad pueden observarse aquí, al igual que la simplicidad en el versículo siguiente: «Por aquel tiempo tomó Jesús la palabra y dijo: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos”» (Mateo 11, 25; Lucas 10, 21-22).

      Además, Jesucristo sustituyó la «ley del talión», de reciprocidad, del Antiguo Testamento, de manera general, por la «ley del Amor», que prevalece hacia y contra todo: «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo os digo: “No resistáis al mal, y si alguno te abofetea en la mejilla derecha, dale también la otra; y al que quiera litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto, y si alguno te requisara para una milla, vete con él dos. Da a quien te pida y no vuelvas la espalda a quien desea de ti algo prestado. Habéis oído lo que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, que hace salir el sol sobre los malos y buenos y llueve sobre justos e injustos. Pues si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen esto también