Eric Garnier

El mundo y la vida desconocida de los faraones


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manos y ha sido necesario completarlo con partes, a menudo contradictorias, de obras de autores más recientes, como Flavio Josefo, Julio Africano o Eusebio de Cesárea. Aunque los nombres de los faraones y sus años de reinado no coincidieran exactamente con los datos egipcios, la presentación sistemática de los soberanos en 30 o 31 dinastías marcó profundamente el enfoque de los egiptólogos. De hecho, Champollion utilizó este estudio para catalogar los nombres reales egipcios.

      Conocemos dichos nombres gracias a las listas reales, que, además de una secuencia de nombres, en ocasiones incluían información sobre la duración de cada reinado y los acontecimientos que lo marcaron. Es evidente que Manetón tuvo acceso a este tipo de documentos. Sin duda, estas listas se situaron en el contexto del culto de los ancestros y se elaboraron con el objetivo de que el rey vivo conociera el lugar que ocupaba en un largo linaje. Algunas listas procedían de un contexto privado. Por ejemplo, la tablilla de Saqqara, hallada en la tumba de un escriba llamado Tenroy, presentaba un listado de 57 faraones, desde la dinastía I hasta el reinado de Ramsés II. También se halló otra lista más incompleta en una tumba tebana privada, en la que el difunto adoraba a 13 faraones muertos.

      Sin embargo, la mayoría de estas listas fueron documentos oficiales elaborados durante un periodo real concreto. En Abidos se hallaron dos listas desarrolladas durante los mandatos de Seti I y Ramsés II. La primera incluía 73 faraones, desde Narmer hasta Seti I, mientras que la lista de la cámara de los antepasados del templo de Karnak, que se conserva en el Louvre y data del reinado de Tutmosis III, incluía 62 monarcas, desde Narmer hasta Tutmosis III. A pesar de su aparente precisión, estas listas fueron en realidad contextuales y selectivas. Por ejemplo, la de Karnak ponía de relieve a los soberanos tebanos, mientras que las listas ramésidas omitían a ciertos predecesores, como la reina Hatshepsut, por considerarlos usurpadores deshonrosos.

      El Canon Real de Turín, que también data del reinado de Ramsés II, ofreció a la egiptología un marco cronológico indiscutible. Este largo papiro escrito en hierático presenta un listado que incluye a casi 300 faraones egipcios. Este documento estaba prácticamente intacto a principios del siglo XIX, cuando lo adquirió Drovetti, pero se deterioró con gran rapidez.

      Cuando Champollion y Seyffarth intentaron reordenar los distintos fragmentos, constataron la presencia de varias lagunas irreparables, debidas a la mala conservación del papiro.

      Sin embargo, por vez primera pudieron acceder a un documento que, además de indicar el nombre de cada uno de los faraones, informaba sobre la duración de cada reinado.

      Los autores también incluían los reinados divinos anteriores a la llegada de los faraones humanos. Además, aunque los soberanos hicsos nunca se habían incluido en otras listas, en esta se señalaban con un signo que indicaba su ascendencia extranjera. Ojalá se hubiera podido salvar a tiempo este documento tan extraordinario.

      La cronología utilizada por la ciencia moderna deriva de un mosaico complejo que combina los distintos métodos de datación, aunque sólo proporciona unos resultados relativamente fiables. Esta fiabilidad depende de la cantidad y la calidad de las fuentes históricas presentes: aumenta cuando la presencia de datos de calendario precisos permite garantizar el tejido histórico, y se reduce durante los periodos intermedios, cuando los documentos oficiales se enrarecen y varios soberanos reinan conjuntamente en las diferentes partes del país.

TREINTA Y UNA DINASTÍAS, TRES CAPITALES E IMPERIOS

      Hasta finales del siglo XVIII, la historia de Egipto únicamente se conocía a través de los textos de los autores griegos. Las obras de Diodoro de Sicilia y Heródoto, prácticamente las únicas fuentes conocidas de la época, estaban incompletas y eran poco certeras, pues contenían contradicciones evidentes y narraban unos relatos fabulosos.

      También existía un documento cronológico escrito en griego por Manetón en tiempos de Ptolomeo II Filadelfo. Sin embargo, como la lista que elaboró este sacerdote egipcio se remontaba a los primeros soberanos que reinaron en Egipto 5000 años antes de nuestra era, se consideraba que el documento carecía de valor (véase el recuadro anterior). En una época en la que el Génesis suponía el relato fiel de los primeros tiempos de la humanidad y del pueblo hebreo – uno de los más antiguos y divinamente civilizados–, semejante documento no podía considerarse fidedigno. Que la Tierra se hubiera creado directamente del caos era por aquel entonces un evento cronológico tan veraz como la subida al trono de Luis XIV o el tratado de los Pirineos.

      La expedición de Bonaparte y los descubrimientos realizados por Champollion permitieron descifrar los documentos escritos de Egipto y conocer la larga historia de los imperios que se sucedieron en el valle del Nilo.

      Aunque las investigaciones han demostrado la ingenuidad de los relatos de Heródoto y Diodoro, la obra de ambos historiadores – especialmente la del primero– aportó una información muy valiosa sobre las costumbres egipcias. Heródoto, observador atento, presentó la vida privada de los egipcios, sus obras, sus costumbres, su religión y sus leyes. También describió los monumentos que se conservaban en su época y que nosotros sólo hemos podido ver en ruinas.

      La cronología sigue siendo uno de los puntos más vagos de la historia del valle del Nilo, pues los egipcios carecían de eras y databan los acontecimientos de un reinado al inicio de este. Se calcula que hubo 26 dinastías reales desde el año 3000 a. C., momento en el que Narmer fundó la primera monarquía egipcia, hasta el año 527 a. C., cuando los persas ocuparon el valle del Nilo.

      Estas 26 dinastías se dividen en tres periodos principales:

      – Imperio Antiguo, que engloba diez dinastías, del año 3004 al 2050 a. C.;

      – Imperio Medio, que incluye siete dinastías, del 2000 al 1590 a. C.;

      – Nuevo Imperio, que cuenta con nueve dinastías, del 1590 al 525 a. C.

      Tras la conquista de los persas acontecida en el año 525 a. C., se sucedieron cinco dinastías más, incluyendo las de los vencedores, lo que aumenta a 31 el número total de dinastías que reinaron en Egipto. La última fue la ptolemaica, destronada por Roma.

      La sede del Imperio Antiguo fue Menfis; la del Imperio Medio, Tebas, y la del Nuevo Imperio, Sais y las ciudades del delta. La preponderancia sucesiva de las tres capitales no se corresponde de forma rigurosa con la sucesión de los tres imperios.

      Los constructores de pirámides del Imperio Antiguo

NARMER, EL FARAÓN QUE UNIÓ EL NORTE Y EL SUR

      Los egipcios creían ser gobernados por los dioses. Los Shemsu Hor, o servidores de Horus, obtenían su organización civil y sus leyes a través de la sabiduría divina. Es probable que en tiempos prehistóricos Egipto constituyera una teocracia. La casta de los sacerdotes era soberana y recibía de los dioses las órdenes que transmitía al pueblo.

      Por lo general, en los gobiernos primitivos, tras un periodo de autoridad absoluta y divina, solía desarrollarse una época guerrera y feudal. Es muy probable que esto ocurriera también en Egipto, donde los reyes del sur y el norte se disputaban los terrenos fértiles de las orillas del Nilo. Seguramente, este periodo de conflicto concluyó con la revolución llevada a cabo por Narmer, el primer faraón, en el año 3000 a. C.

      Hacía largo tiempo que la casta guerrera luchaba por incrementar su influencia y equipararla a la de los sacerdotes. Los jefes militares de los distintos distritos fueron adquiriendo mayor autoridad. Tras conquistar el delta del Nilo, Narmer, originario del Alto Egipto, reunió a los jefes militares, concentró sus fuerzas y fue reconocido como rey único. Acababa de nacer la primera dinastía.

      En aquel entonces, Egipto ya contaba con una civilización bastante avanzada. El Nilo se había canalizado, se habían construido canales y se había perfeccionado la agricultura. También habían nacido las artes, grandiosas y masivas. Narmer fundó la ciudad de Menfis, o Hat ka Ptah, que los griegos conocían como Aegyptos. Esta ciudad, dedicada al dios Ptah, se alzaba en el punto de unión entre el Alto y el Bajo Egipto. Para separar la ciudad del Nilo y protegerla de las inundaciones, Narmer ordenó construir un dique gigantesco, el Muro Blanco. Narmer fue un faraón muy popular que aportó unidad al valle del Nilo, una tierra en la que los trabajos de irrigación, para resultar eficaces,