y lo probó, adaptándose a los movimientos que ella imprimÃa a su cadera.
Sintió sus manos sobre la nuca y oyó sus palabras:
âQuerido... querido. Bebe de mÃ... tendrás sed de mÃ.
Después, las mismas manos lo detuvieron.
âYa está bien. Ahora que conoces mi sabor, podemos comer el segundo plato. ¿Qué te parece?
Edoardo la miró y sonrió.
âEs un placer mirarte desde esta perspectiva âdijo.
âDespués podrás mirarme desde todas las perspectivas que quieras ârespondió Carlotta, dándole un golpecillo sobre la nariz con su dedo Ãndice.
Se levantó y se fue a la cocina. Sacó las botellas de vino de la nevera y las acercó a la puerta:
âAbre el vino, uno de los dos, que se ha acabado el brut y, de todas maneras, ahora es mejor cambiar.
Edoardo eligió una botella y dejó la otra en una mesa de servicio que estaba cerca. La destapó y la puso en la mesa.
Carlotta encendió un fuego fuerte bajo la pintada. TenÃa que calentarla un poco. Después de calentarla rápidamente, apagó el fuego. Decidió llevarla a la mesa directamente en la cacerola.
Edoardo habÃa llenado dos copas de vino hasta la mitad.
«Buttafuoco» [08] con la pintada âdijoâ. Esta es mi elección.
â¿Te has dado cuenta de que lo he enfriado ligeramente? Espero que no te moleste, a pesar de que los expertos lo desaconsejan.
âEs una buena idea. Solo está un poco más frÃo de la temperatura aconsejada.
â¿Por qué has elegido el Buttafuoco?
âMe ha hecho pensar que tiene algo de tu impresión.
â¿Mi impresión? âCarlotta cogió la botella y encendió la luz que Edoardo habÃa apagado.
Giró la botella y leyó la etiqueta.
âDe color rojo rubà vivaz con reflejos violáceos. âMiró a Edoardoâ. DirÃa que, por su aspecto, deberÃa ser más bien un rosado.
âHe dicho de tu impresión, no de tu aspecto ârebatió Edoardo con tono serio.
âEn nariz âcontinuó Carlottaâ, buena intensidad, penetrante, con una nota ligera de regaliz, mermelada de grosellas con matices especiados. ¿Entonces?
âBuena intensidad, penetrante, matices especiados y una nota de regaliz. Confirmado. No me acuerdo de cuál es el perfume de las grosellas, asà que sobre eso no me pronuncio. Si tienes jugo podré comprobarlo.
Carlotta siguió leyendo.
âEn boca: completo, redondo, robusto. âLo miró con esa expresión que solo las mujeres saben adoptar. Esa mezcla de inocencia y malicia que impide dormir a los hombresâ. Ahora sà que puedo afirmar que me recuerda a ti.
Cogieron las copas. Ãl lo olió y dijo:
âMmm... es justo asÃ: impresión de regaliz. Ella bebió un sorbo y añadió: âMmm... es justo asÃ: completo y robusto. âRieron los dos y se sirvieron tanto trozos de pintada como vasos de vino.
¿Desde cuándo eres piloto? ¿Te gusta? ¿Dónde vives? ¿Estás casado? ¿Dónde trabajas normalmente? ¿No preferirÃas volar para llevar de paseo a los ricos? ¿Es peligroso volar sobre los viñedos? ¿Tienes novia? ¿Con cuántas mujeres has estado? ¿Tus padres?
¿Por qué vives sola? Sé que estás casada, pero ¿dónde está tu marido? ¿Dónde has aprendido a cocinar tan bien? ¿Tienes hijos? ¿Sabes que eres guapÃsima? Casi, casi, doy gracias de haber tenido el accidente, si no, no te habrÃa conocido. ¿Has estado con otros hombres?
Las tÃpicas preguntas que se hacen al principio de una relación que se percibe como importante. Con la disminución de la pintada en la cacerola y del Buttafuoco en la botella aumentó, en proporción inversa, el conocimiento que cada uno tenÃa del otro. O, mejor dicho, el conocimiento de todos los hechos y situaciones que definen la imagen que los demás se hacen de otra persona. No hablaron de sus aspectos más Ãntimos, más protegidos. Esos, apenas habÃan empezado a explorarlos con sus relaciones sexuales.
âNo he entendido bien cuántas novias has tenido. ¿O a lo mejor lo has dicho y no lo he oÃdo? âpreguntó Carlotta.
âPocas, se cuentan con los dedos de una mano.
â¿Usando una calculadora?
âNo, mujer... no me acuerdo bien, pero habrán sido dos o tres.
En realidad, Edoardo jugaba con el significado legal de noviazgo, y no lo entendÃa (o no querÃa entenderlo), según el sentido de la pregunta, es decir, con cuántas mujeres habÃa flirteado, o con cuántas se habÃa acostado.
âY tú âcontinuó, fiel a la teorÃa de que la mejor defensa es un buen ataqueâ, me has dicho que, además de tu marido ha habido otros, pero decir que has sido evasiva es poco. ¿Puedes contarme algo más?
âTe lo diré en cuanto pueda. Dame tiempo y sabrás todo de mÃ. âLa expresión de Carlotta y su tono de voz se habÃan vuelto serios, y Edoardo no quiso insistir. Asà evitó también entrar en el asunto del número de sus novias.
Volvieron, podrÃa decirse que de común acuerdo, a la comida que estaba en la mesa. Empezaron a comer con las manos. El buen sabor de la carne de la cazuela, comida asÃ, realzaba todo su valor. Edoardo no se retuvo y usó un trozo de pan de miga blanda para rebañar el jugo delicioso del fondo de la cazuela.
âLlévatela, por favor. SerÃa capaz de secarla âdijo, chupándose los dedos para quitar los restos de salsa.
âSupongo que podemos pasar al postre âdijo Carlottaâ. Sigue haciendo de invitado y trae el vodka que está en el congelador.
â¿Vodka? ¿Con el postre?
âYa verás.
Carlotta volvió con los dos vasos llenos de mascarpone y mostaza, colocados en medio de un plato en el que habÃa puesto también una pequeña rodaja de gorgonzola fresco y suave, y algunos trozos de nueces.
Edoardo, que la habÃa seguido hasta la cocina, sacó la botella de vodka y los vasos de licor del congelador.
âLa combinación con la mostaza era muy difÃcil. He pensado en el sabor simple, limpio y fresco del vodka Moskovskaya y a su carácter suave y envolvente, carente de aspereza. Te propongo que seas mi cobaya en este experimento.
âMe encantará ser el cobaya de todos tus experimentos. ¿Cómo piensas usarme esta noche? ¿Tienes en mente experimentos muy cientÃficos?
Carlotta sonrió y se acercó para besar a Edoardo. Fue un beso largo.
âVamos con el postre, que dentro de poco van a ser las doce âdijo.
â¿Por qué? ¿Tienes que marcharte a medianoche, antes de que la carroza se transforme en calabaza? Déjame ver tus escuderos âdijo Edoardo, haciendo como que iba hacia la huerta.
âNo, no hay nada especial. Solo, que habÃa pensado hacer el amor contigo a medianoche ârespondió, sonriendo, Carlotta.
âEntonces,