Giovanni Odino

Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín


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y lo probó, adaptándose a los movimientos que ella imprimía a su cadera.

      Sintió sus manos sobre la nuca y oyó sus palabras:

      â€”Querido... querido. Bebe de mí... tendrás sed de mí.

      Después, las mismas manos lo detuvieron.

      â€”Ya está bien. Ahora que conoces mi sabor, podemos comer el segundo plato. ¿Qué te parece?

      Edoardo la miró y sonrió.

      â€”Es un placer mirarte desde esta perspectiva —dijo.

      â€”Después podrás mirarme desde todas las perspectivas que quieras —respondió Carlotta, dándole un golpecillo sobre la nariz con su dedo índice.

      Se levantó y se fue a la cocina. Sacó las botellas de vino de la nevera y las acercó a la puerta:

      â€”Abre el vino, uno de los dos, que se ha acabado el brut y, de todas maneras, ahora es mejor cambiar.

      Edoardo eligió una botella y dejó la otra en una mesa de servicio que estaba cerca. La destapó y la puso en la mesa.

      Carlotta encendió un fuego fuerte bajo la pintada. Tenía que calentarla un poco. Después de calentarla rápidamente, apagó el fuego. Decidió llevarla a la mesa directamente en la cacerola.

      Edoardo había llenado dos copas de vino hasta la mitad.

      Â«Buttafuoco» [08] con la pintada —dijo—. Esta es mi elección.

      â€”¿Te has dado cuenta de que lo he enfriado ligeramente? Espero que no te moleste, a pesar de que los expertos lo desaconsejan.

      â€”Es una buena idea. Solo está un poco más frío de la temperatura aconsejada.

      â€”¿Por qué has elegido el Buttafuoco?

      â€”Me ha hecho pensar que tiene algo de tu impresión.

      â€”¿Mi impresión? —Carlotta cogió la botella y encendió la luz que Edoardo había apagado.

      Giró la botella y leyó la etiqueta.

      â€”De color rojo rubí vivaz con reflejos violáceos. —Miró a Edoardo—. Diría que, por su aspecto, debería ser más bien un rosado.

      â€”He dicho de tu impresión, no de tu aspecto —rebatió Edoardo con tono serio.

      â€”En nariz —continuó Carlotta—, buena intensidad, penetrante, con una nota ligera de regaliz, mermelada de grosellas con matices especiados. ¿Entonces?

      â€”Buena intensidad, penetrante, matices especiados y una nota de regaliz. Confirmado. No me acuerdo de cuál es el perfume de las grosellas, así que sobre eso no me pronuncio. Si tienes jugo podré comprobarlo.

      Carlotta siguió leyendo.

      â€”En boca: completo, redondo, robusto. —Lo miró con esa expresión que solo las mujeres saben adoptar. Esa mezcla de inocencia y malicia que impide dormir a los hombres—. Ahora sí que puedo afirmar que me recuerda a ti.

      Cogieron las copas. Él lo olió y dijo:

      â€”Mmm... es justo así: impresión de regaliz. Ella bebió un sorbo y añadió: —Mmm... es justo así: completo y robusto. —Rieron los dos y se sirvieron tanto trozos de pintada como vasos de vino.

      Â¿Desde cuándo eres piloto? ¿Te gusta? ¿Dónde vives? ¿Estás casado? ¿Dónde trabajas normalmente? ¿No preferirías volar para llevar de paseo a los ricos? ¿Es peligroso volar sobre los viñedos? ¿Tienes novia? ¿Con cuántas mujeres has estado? ¿Tus padres?

      Â¿Por qué vives sola? Sé que estás casada, pero ¿dónde está tu marido? ¿Dónde has aprendido a cocinar tan bien? ¿Tienes hijos? ¿Sabes que eres guapísima? Casi, casi, doy gracias de haber tenido el accidente, si no, no te habría conocido. ¿Has estado con otros hombres?

      Las típicas preguntas que se hacen al principio de una relación que se percibe como importante. Con la disminución de la pintada en la cacerola y del Buttafuoco en la botella aumentó, en proporción inversa, el conocimiento que cada uno tenía del otro. O, mejor dicho, el conocimiento de todos los hechos y situaciones que definen la imagen que los demás se hacen de otra persona. No hablaron de sus aspectos más íntimos, más protegidos. Esos, apenas habían empezado a explorarlos con sus relaciones sexuales.

      â€”No he entendido bien cuántas novias has tenido. ¿O a lo mejor lo has dicho y no lo he oído? —preguntó Carlotta.

      â€”Pocas, se cuentan con los dedos de una mano.

      â€”¿Usando una calculadora?

      â€”No, mujer... no me acuerdo bien, pero habrán sido dos o tres.

      En realidad, Edoardo jugaba con el significado legal de noviazgo, y no lo entendía (o no quería entenderlo), según el sentido de la pregunta, es decir, con cuántas mujeres había flirteado, o con cuántas se había acostado.

      â€”Y tú —continuó, fiel a la teoría de que la mejor defensa es un buen ataque—, me has dicho que, además de tu marido ha habido otros, pero decir que has sido evasiva es poco. ¿Puedes contarme algo más?

      â€”Te lo diré en cuanto pueda. Dame tiempo y sabrás todo de mí. —La expresión de Carlotta y su tono de voz se habían vuelto serios, y Edoardo no quiso insistir. Así evitó también entrar en el asunto del número de sus novias.

      Volvieron, podría decirse que de común acuerdo, a la comida que estaba en la mesa. Empezaron a comer con las manos. El buen sabor de la carne de la cazuela, comida así, realzaba todo su valor. Edoardo no se retuvo y usó un trozo de pan de miga blanda para rebañar el jugo delicioso del fondo de la cazuela.

      â€”Llévatela, por favor. Sería capaz de secarla —dijo, chupándose los dedos para quitar los restos de salsa.

      â€”Supongo que podemos pasar al postre —dijo Carlotta—. Sigue haciendo de invitado y trae el vodka que está en el congelador.

      â€”¿Vodka? ¿Con el postre?

      â€”Ya verás.

      Carlotta volvió con los dos vasos llenos de mascarpone y mostaza, colocados en medio de un plato en el que había puesto también una pequeña rodaja de gorgonzola fresco y suave, y algunos trozos de nueces.

      Edoardo, que la había seguido hasta la cocina, sacó la botella de vodka y los vasos de licor del congelador.

      â€”La combinación con la mostaza era muy difícil. He pensado en el sabor simple, limpio y fresco del vodka Moskovskaya y a su carácter suave y envolvente, carente de aspereza. Te propongo que seas mi cobaya en este experimento.

      â€”Me encantará ser el cobaya de todos tus experimentos. ¿Cómo piensas usarme esta noche? ¿Tienes en mente experimentos muy científicos?

      Carlotta sonrió y se acercó para besar a Edoardo. Fue un beso largo.

      â€”Vamos con el postre, que dentro de poco van a ser las doce —dijo.

      â€”¿Por qué? ¿Tienes que marcharte a medianoche, antes de que la carroza se transforme en calabaza? Déjame ver tus escuderos —dijo Edoardo, haciendo como que iba hacia la huerta.

      â€”No, no hay nada especial. Solo, que había pensado hacer el amor contigo a medianoche —respondió, sonriendo, Carlotta.

      â€”Entonces,