ustedes...
âNo le damos la mano porque las tenemos sucias de grasa âdijo Carloâ. A propósito: según los cálculos de probabilidades puede estar tranquila. EstadÃsticamente, es muy difÃcil que vuelva a caer un helicóptero en el mismo sitio. âExtendió el brazo y señaló la colina enfrenteâ. Es más fácil que ocurra por allÃ.
Miraron donde señalaba Carlo y solo después comprendieron que era una broma, y soltaron una carcajada.
Esa tarde, Carlotta no se dedicó a su clásica actividad en la cocina. Dejó que se marcharan los señores Vanzi, cogió dos libros de recetas de la pequeña estanterÃa y, equipada con un lápiz y un papel, se sentó en el sofá del salón. Al final del dÃa habÃa preparado un menú completo y la lista de la compra correspondiente. Volvió a la estanterÃa y cogió dos libros que trataban de mitos paganos y ritos chamanÃsticos: uno era sobre los Druidas de los Celtas, y el otro, sobre la SanterÃa en HaitÃ. No comió nada, pero se preparó una tisana en una taza grande. Volvió al sofá y se sumergió en la lectura hasta bien entrada la noche.
III
23 de junio de 1988, jueves â Invitación a cenar
El jueves por la mañana Carlotta salió pronto con su Austin Mini Clubman. TenÃa que ir a comprar todo lo que necesitaba para preparar la cena. Por la ventanilla abierta le llegaba el ruido del helicóptero que habÃa retomado el trabajo sobre los viñedos. SabÃa dónde estaba la explanada que usaban para repostar entre vuelos, y se dirigió en esa dirección. Llegada al lugar, se paró a la sombra de un grupo de acacias y bajó del coche.
Edoardo aterrizó después de realizar un amplio viraje. La posición acentuada que impuso al helicóptero con el morro elevado, para disminuir la velocidad antes de bajar hasta el suelo, provocó un flujo de aire contra Carlotta, que estaba de pie a pocos metros de la explanada. El vestido ligero se le pegó al cuerpo, resaltado los senos, los costados, y la curva de las ingles. La evidencia del cuerpo de la mujer, esculpido por la presión del aire, hizo recordar a Edoardo, potentemente, la intimidad de hacÃa dos dÃas, provocando un inicio de excitación.
En cuanto los patines estuvieron estables en el suelo, Diego se acercó al helicóptero. Edoardo abrió la puerta de la cabina.
«La signora Bianchi ha chiesto di parlarti. La posso far avvicinare?»
«Sì. Stai attento che non si faccia male. Falla venire da questa parte.»
Diegì fece muovere Carlotta ponendo molta attenzione che stesse lontana dal rotorino in coda allâelicottero e che mantenesse il busto basso per avere più distanza dalle pale del rotore principale in movimento.
âDime.
âLa señora Bianchi quiere hablar contigo. ¿Se puede acercar?
âSÃ. Ayúdala para que no se haga daño. Haz que venga por este lado.
Diego acompañó a Carlotta llevando mucha atención para que permaneciera lejos del rotor de cola y mantuviese el busto bajo para tener la mayor distancia posible con las palas del rotor principal, en movimiento.
Edoardo dejó la puerta de la cabina abierta.
âBuenos dÃas, qué bonita sorpresa âdijo, con una amplia sonrisa, de las que hacen los hombres que saben que gustan.
âBuenos dÃas. He venido para invitarte a cenar. âEdoardo notó que lo habÃa tuteado.
â¿Esta noche? Lo siento, llegaremos tarde. Tenemos que acabar el trabajo.
âEn realidad, solo te estoy invitando a ti, y la hora no importa. Ya sé que tenéis que acabar el trabajo.
âSi es asÃ, iré con placer. Seguro que hará buen tiempo âdijo Edoardo, mirando al cielo.
âSÃ, hará bueno. Es la noche justa âdijo Carlotta, con un rayo de luz en sus ojos oscuros.
Edoardo sintió una inquietud extraña, y la atribuyó a esos ojos bonitos.
âBien. Entonces, ¿a qué hora? Me vendrÃa bien a las diez..., asà terminaré de ordenar las cosas del trabajo sobre las nueve y luego podré darme una ducha. ¿Es demasiado tarde?
âA las diez es perfecto âdijo Carlotta. Después añadióâ: ¿Cuándo es tu cumpleaños?
âEn invierno, ¿por qué?
âPor nada, por curiosidad. ¿Qué dÃa?
âEl veintidós de diciembre cumpliré cuarenta y cinco años. ¿Está bien? ¿Soy demasiado viejo? ârespondió ligeramente autocomplacido, sabiendo que era ella quien habÃa ido a buscarlo, y tenÃa un fÃsico de aspecto vigoroso.
âEs una buena fecha. Adiós âdijo Carlotta. Sin añadir nada más dio la vuelta, se despidió de Diego y de Carlo, y se dirigió a su coche.
âAdiós ârespondió Edoardo, intentando comprender el sentido de esas palabras.
¿Una buena fecha? Para una cena con una mujer bonita todas las fechas son buenas. ¿O querÃa decir otra cosa?
Los dos se quedaron mirándola unos segundos mientras se alejaba.
Los depósitos para el fitofármaco ya estaban llenos. Edoardo cerró la puerta de la cabina, aumentó las revoluciones del motor para despegar y salió, descendiendo junto al flanco de la colina.
Carlotta sentÃa crecer dentro de ella la emoción por el encuentro. Decidió concentrarse en la cena, de la cual tenÃa bien presentes, en su cabeza, todos los pasos necesarios para su preparación. Encontró algunos productos en las tiendas cercanas, y después fue a una pequeña lecherÃa no muy lejana para comprar requesón de leche de vaca, mascarpone y mantequilla. La calidad se beneficiaba de la bondad de la leche obtenida de pequeños ganaderos que usaban el heno de los prados de la región para alimentar sus propias vacas. El requesón de leche de cabra lo compró en otra lecherÃa, asociada a una granja ovina, a unos veinte kilómetros en dirección de la Liguria.
Los dos requesones servirÃan para rellenar los tortelli, y la mantequilla, para cocinarlos, y el mascarpone lo usarÃa para preparar el postre. ValÃa la pena emplear el tiempo necesario para ir a comprar a esos productores: el resultado le devolverÃa con creces el esfuerzo.
Cuando volvÃa a casa se paró en otra pequeña tienda, de una pareja de agricultores, que se encontraba a algunos kilómetros de distancia en la carretera que iba a Montalto Pavese. La mujer tenÃa una pequeña granja avÃcola con gallinas, pavos, pollos y pintadas. Todos crecÃan libres y eran alimentados de manera tradicional. La agricultora recibió a Carlotta con la cortesÃa habitual.
âSeñora Bianchi. Me alegro de volver a verla.
â¿Cómo está, Ãngela? Parece que está en forma.
â¿Qué quiere? Una no para nunca de trabajar, y asà se está haciendo ejercicio siempre. Luego, cuando me viene el dolor de espalda, entonces se puede ver a una pobre mujer jorobada deambulando por la granja.
âPero ¿qué me dice, Ãngela? ¿Qué toma cuando le duele la espalda?
âLos analgésicos tÃpicos, pero me hacen poco efecto.
âLo mejor es el reposo. Pero creo que esto ya lo sabe.
âLo sé, lo sé. Es mi marido quien no lo sabe.
â¿No