Морган Райс

Condenada


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ella estaba por ahí, quien sabía dónde, completamente sola. ¿Alguna vez despertaría?

      Sage voló bajo, muy rápidamente para no ser detectado, y pasó por todos los lugares a los que había ido con ella -su escuela, su casa, todos los lugares en que podía pensar- usando su visión láser la buscó por los árboles y las calles.

      A medida que el sol se elevaba y pasaba hora tras hora, Sage, finalmente se dio cuenta de que no tenía sentido seguir buscando. Tendría que esperar hasta que ella saliera a la superficie, o él pudiera detectarla.

      Sage estaba agotado como nunca antes. Podía sentir su fuerza vital empezando a decaer. Sabía que sólo quedaban unos días para que él mismo muriera, y cuando sintió otro dolor en el pecho y en los brazos y hombros, supo que se estaba muriendo por dentro. Pronto dejaría esta tierra, y lo había aceptado. Sólo quería pasar sus últimos días con Scarlet.

      Cuando ya no le quedó ningún lugar donde buscar, Sage voló sobre la mansión  de su familia en el Hudson, mirando hacia abajo mientras descendía. Dio una y otra vuelta, como un águila, preguntándose: ¿debería verlos una última vez? No sabía para qué. Todos lo odiaban ahora por no llevar a Scarlet; y tenía que admitirlo, él los odiaba también. La última vez que había estado  allí, su hermana había muerto en sus brazos, y Lore había partido para tratar de matar a Scarlet. No quería enfrentarse a ellos de nuevo.

      Y sin embargo, no tenía otro lugar a donde ir.

      Mientras volaba, Sage escuchó un golpeteo, y miró hacia abajo y vio a varios de sus primos sosteniendo planchas de madera sobre las ventanas, y martilleando. Uno a uno, estaban sellando su mansión ancestral, y Sage vio a varias docenas de sus primos despegar en vuelo. Estaba intrigado. Era evidente que estaba pasando algo.

      Sage tenía que averiguarlo. Una parte de él quería saber a dónde iban, qué sería de su familia, y una parte más grande de él quería saber si tenían alguna idea dónde estaba Scarlet. Tal vez uno de ellos había visto u oído algo. Quizás Lore la había capturado. Tenía que saber; era la única pista que tenía.

      Sage se lanzó hacia la finca de su familia, aterrizando en el patio de mármol, ante la gran escalinata que conducía a la puerta de entrada trasera con antiguas puertas francesas.

      Cuando se acercó, de repente las puertas se abrieron, y vio a su madre y su padre adelantándose; lo enfrentaron con una mirada de desaprobación.

      "¿Qué estás haciendo aquí?" Su madre le preguntó como si él fuera un intruso.

      "Ya nos mataste una vez", dijo su padre. "Nuestra gente pudo haber sobrevivido si no hubiera sido por ti. ¿Has venido a matarnos de nuevo?”

      Sage frunció el ceño; estaba harto de la desaprobación de los padres.

      “¿A dónde van?" exigió Sage.

      “¿A dónde crees?" Su padre replicó. "Han convocado al Gran Consejo, por primera vez en mil años."

      Sage lo miró con sorpresa.

      “¿Al Castillo Boldt?"preguntó. “¿Van a las mil islas?"

      Sus padres fruncieron el ceño de nuevo.

      "¿Qué te importa?", dijo su madre.

      Sage no podía creer lo que estaba escuchando. El Gran Consejo no se había reunido desde lo que parecía ser el principio de los tiempos, y que toda su raza se fuera a reunir en un solo lugar, no podía ser por algo bueno.

      “¿Pero por qué?" preguntó. "¿Por qué convocarlos, si todos vamos a morir de todos modos?"

      Su padre se adelantó y sonrió mientras levantaba un dedo y lo clavaba en el pecho de Sage.

      "No somos como tú", gruñó. "No vamos darnos por vencidos sin luchar. El nuestro será el mayor ejército que jamás se haya conocido, es la primera vez que todos nos reuniremos en un mismo lugar. La humanidad va a pagar. Nos vengaremos."

      “¿Vengarse de qué?” preguntó Sage. "La humanidad no te ha hecho nada. ¿Por qué vas a herir a personas inocentes?”

      Su padre le devolvió la sonrisa.

      “Eres tonto hasta el final", dijo. "¿Por qué no lo haríamos? ¿Qué tenemos para  perder? ¿Qué van a hacer, matarnos?”

      Su padre se rió, y su madre se le unió, mientras se tomaban del brazo y pasaban  junto a él, chocando sus hombros y preparándose a despegar en vuelo.

      Sage les gritó: "Recuerdo una vez cuando eran nobles", dijo. "Pero ahora, no son nada. Son menos que nada. ¿Esto es lo que hace la desesperación en ustedes?”

      Se volvieron y le hicieron una mueca.

      "Tu problema, Sage, es que si bien eres uno de nosotros, nunca has entendido a nuestra especie. Destruir es todo lo que siempre hemos querido. Sólo tú, sólo tú has sido diferente.”

      "Tú eres el hijo que nunca entendimos", dijo su madre. "Y nunca has dejado de decepcionarnos."

      Sage sintió que lo atravesaba un dolor, se sentía demasiado débil para responder.

      Cuando se dieron vuelta para irse, Sage, jadeando, juntó fuerzas para gritar: "Scarlet! ¿Dónde está? ¡Dime!"

      Su madre se volvió y sonrió con gusto.

      "Oh, no te preocupes por ella", dijo su madre. "Lore la encontrará, y nos salvará a todos. O va a morir en el intento. Y cuando sobrevivamos, no creas que habrá un lugar para ti.”

      Sage enrojeció.

      "¡Te odio!" Gritó. “¡Los odio a los dos!"

      Sus padres simplemente se volvieron sonriendo, se posaron sobre la barandilla de mármol y despegaron hacia el cielo.

      Sage se quedó allí, observándolos ir, desaparecer en el cielo, mientras el  resto de sus primos se les unían. Se quedó allí, solo, ante su ancestral casa tapiada, allí no quedaba nada para él. Su familia lo odiaba y él los odiaba también.

      Lore. Sage sintió un nuevo estallido de la determinación al pensar en él. No podía dejar que encontrara a Scarlet. A pesar de todo su dolor, tenía que reunir todas sus fuerzas, una última vez. Tenía que encontrar a Scarlet.

      O morir en el intento.

      CAPÍTULO CUATRO

      Caitlin estaba sentada en el asiento del pasajero de su camioneta, estaba agotada, con el corazón roto, mientras Caleb conducía sin parar por la ruta 9, recorría las calles hacia arriba y hacia abajo como lo había estado haciendo por  horas. Ya estaba amaneciendo, y Caitlin miró a través del parabrisas el cielo fuera de lo común. Le sorprendió que ya estuviera amaneciendo. Habían estado conduciendo toda la noche, los dos en la parte delantera y Sam y Polly en el asiento trasero, manteniendo los ojos bien abiertos mirando la orilla de la carretera, buscando a Scarlet por todos lados. Una vez, se habían detenido en seco, Caitlin había creído verla pero se dio cuenta que era un espantapájaros.

      Caitlin cerró los ojos por un momento, sentía sus párpados muy pesados, hinchados, veía el destello de los coches que se acercaban hacia ellos, sus faros pasaban de largo, un flujo interminable de tráfico que había estado viendo durante toda la noche. Tenía ganas de llorar.

      Caitlin se sentía vacía por dentro, como una mala madre por no haber estado allí lo suficiente, acompañando a Scarlet -por no haber creído en ella, por no entenderla, por no haber estado allí cuando la había necesitado. De alguna manera, Caitlin se sentía responsable de todo. Y quería morirse al pensar que nunca más podría ver a su hija de nuevo.

      Caitlin se puso a llorar, y abrió los ojos y se secó rápidamente las lágrimas. Caleb se acercó y le agarró la mano, pero ella la retiró. Caitlin se volvió para mirar por la ventana, quería un poco de privacidad, deseaba estar sola -quería morir. Sin su niña en su vida, se dio cuenta que ya no le quedaba nada.

      Caitlin sintió una mano en su hombro. Se volvió para ver a Sam inclinándose hacia adelante.

      "Hemos estado conduciendo toda la noche", dijo. "No hay ningún rastro de ella por ningún lado. Hemos cubierto